Ricardo S. Corral Pujol
Corríamos por la avenida Obregón con dirección
a la Biblioteca Central. Pero vimos esa casa, la casa de la familia Guajardo –muy
bella, por cierto–. Tenía un oscuro secreto y transmitía una sensación como de
miedo. Caminamos, entonces, lentamente frente a ella, con el fin de no despertarla. Bueno, eso es lo que decían
que se debía hacer. Al momento, un oscuro pensamiento invadió mi mente: la
historia de una antigua leyenda que contaban los mayores.
Se decía que a principios de los años
cuarenta, con la gran guerra mundial, el temor a un ataque japonés a los
Estados Unidos y la escasez de alimentos y recursos en el país, el presidente
Ávila Camacho había ordenado el racionamiento generalizado, incluyendo los
alimentos. Mientras tanto, en este alejado rincón de México, precisamente en la
frontera con Estados Unidos, una popular leyenda había surgido:
Contaban que en la casa ubicada en la esquina de
la avenida Obregón y calle D –un edificio rosado, de aspecto hermoso, pero algo
lúgubre–, vivía una peculiar familia, los Guajardo, que constaba de siete
caballeros dedicados a la abogacía y su decrépita madre. De ella se murmuraba
por ahí que era una vieja bruja. Y esto se lo había ganado no solamente por su
mal carácter, sino porque, según, había embrujado a sus hijos para que ninguna
otra mujer volteara a verlos, con el fin de que por siempre se mantuvieran
juntos y a su lado.
Pero cuando el cáncer le ganó a la anciana y
su corazón dejó de latir, su hijo mayor –que había perdido la mano izquierda
gracias a la mordida de una cebra traída del África en un circo de la Ciudad de
México– expresó que no se sentía preparado para dejar ir a su madre querida. A
la par ese sentimiento invadía a sus hermanos. Así, los siete llegaron a la
tenebrosa conclusión de que debían momificar a la mujer, para poder tenerla el
resto de sus días.
A diario la cambiaban de ropas y la sentaban
con ellos para compartir el desayuno, la comida y la cena. Y hay quienes dicen
que la momia incluso discutía con sus hijos, quienes algunos días se
arrepentían de su decisión. Al terminar las comidas la colocaban en una silla
mecedora tras el gran ventanal, para que, como lo había hecho la mujer en vida,
mirara a las personas pasar por la concurrida calle. Después, ya en la noche,
la llevaban a dormir a su habitación.
Pronto los rumores comenzaron a surgir sobre
una extraña y espeluznante figura sentada en la ventana de los Guajardo. Había
quienes aseguraban que la madre de los abogados no había fallecido como se
creía, y que todo era parte de una red de espionaje alemana. Era una idea algo
descabellada, pero eso rumoraba la gente. Otra teoría afirmaba que la vieja no
estaba muerta, sino que había fingido su deceso para evadir elevadas deudas de
impuestos ante el gobierno.
Sin embargo, todas las suposiciones fueron
descartadas cuando, un día de invierno del año 1950, un joven cuyo nombre la
historia ha olvidado decidió averiguar la verdad del asunto, así que
atrevidamente brincó el cerco de la antigua casa para acercarse al ventanal. Lo
que vio ese día aterroriza a niños y adultos hasta la fecha.
Según su versión, la extraña figura era la
madre de los Guajardo, o lo que quedaba de ella, quien había sido embalsamada
con unas gruesas vendas y estaba sentada en su antigua silla de madera. El
joven relató que, al ver el oculto rostro de la mujer, sintió cómo la mirada de
la momia atravesaba su alma y experimentó un sentimiento de extremo terror, que
se apoderó de su cuerpo. Mientras él se encontraba paralizado frente al cristal,
uno de los hermanos Guajardo le gritó que se largara de su propiedad o que le
daría un plomazo en la sien. El joven no dudó un segundo en retirarse del lugar.
Desde entonces la leyenda de la terrible momia
de la Obregón ganó mucha fama entre los mexicalenses y la acera frente de la
casa perdió a muchos de sus asustados caminantes. Los pocos valientes pasaban
corriendo frente a esa ventana, queriendo morbosamente ver a la anciana sentada
en su poltrona, pero con el intenso miedo de que esos ojos secos les robaran su
alma.
Además, había algo que hacía más temible la
casa de los Guajardo: después del suceso del joven que invadió la propiedad,
los hermanos decidieron contratar a un velador, un español de aspecto muy
extraño, quien no superaba el metro y medio de estatura. Se decía que había
sido un rebelde rojo que, habiendo conseguido escapar de la muerte bajo las
manos de Franco, llegó a México como ilegal. Su presencia y su aire militar le
daban un añadido de terror y albur a la historia, pues su mirada penetrante y
el azul de sus ojos inmutables se clavaban en quienes transitaban frente al
lugar.
Años después, los Guajardo harían una pública
negación de toda acusación con respecto a lo que se murmuraba sobre su madre. Sin
embrago, esa aclaración no hizo desaparecer la leyenda tan comentada por la
comunidad mexicalense.
Gracias a la horrible sensación de miedo y la
espeluznante energía que se experimenta al pasar frente a esa ventana, los
exhorto a no acercarse y mucho menos detenerse, pues la momia bien podría estar
ahí todavía y llevarse sus almas consigo al más allá…
Muy buena leyenda que no conocía siendo residente de mexicali
ResponderBorrarDesde muy pequeña escuchaba esa historia, la contaban mi mamá, mis tías y mi abuelita.
ResponderBorrarAunque hay detalles que están en versión muy distinta a la que conozco como original.
He pasado por el frente de dicha casa, y sí se siente una energía imponente.