viernes, 1 de febrero de 2019

Taxi


Cristóbal Acosta Villegas

Vago las calles de un callejón iluminado por las falsas luces de la esperanza
y oscurecido por la neblina de la sofocación.

Mientras que mi piel se vuelve transparente,
mis brazos ya no son suficientes para cubrirme de los rayos encandilantes.

Mis ojos lloran de la frustración.
Lloran al no poder ver el final.
Y duelen al quedarse atrapados en el pasado.

Caminando la misma calle de los derrotados,
mis pies se encogen y se cansan de caminar por sí solos.
Las suelas de mis zapatos se desgastan por el camino árido e insípido de la vida.

Mi estómago intenta vomitar el pasado,
pero nomás despierta la verdad.
Intenta vomitarla también.

La envía de mi final se me presenta en forma de una epifanía.
Un ser que traería la paz a mi cuerpo en sufrimiento.
El único capaz de poder cortar las cadenas que se
atascan dentro de mi propia imaginación.

Entro a su interior cálido que desvincula mi alma
de la ansiedad formada gracias a mi cobardía ante la realidad.

¡Llévame a donde ya no pueda ver más de esta calle eterna!

Y fue así de fácil.
con solo quererlo se volvió genuino.

Fue mi decisión escapar del sofocamiento.
así como lo fue entrar a él.

Ahora cierro los ojos y dejo que sean transportados al fin de mi existencia.

Las luces aterradoras desaparecen.
El celaje obscuro se disipa.
Mis memorias se borran.

Seré librado.
Pero a la vez olvidado.
Seré condenado.
Pero a la vez reencarnado.

Qué horrible fue sufrir.
Qué hermoso fue vivir.
Qué horrible fue abandonar.
Qué hermoso fue conocer.

Dentro del carro del taxista que yo mismo manejo,
escapo de una realidad la cual ya no pude soportar.
Y al final de mi viaje encontraré el nuevo destino de mi nueva vida.
Con una mente desligada de mi antecedente.

Y con un taxi esperándome al final.

Cuarto semestre de preparatoria (2018)

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