sábado, 18 de febrero de 2017

Por medio de cartas


  
Mexicali, B.C., a 26 de septiembre de l959.
Deprimente, sí. Es deprimente. Injusto, afirmativamente es injusto. 
Mexicanos de la mayoría de los estados de la república tienen derecho a la educación superior, y acá en Mexicali no. Digo, ¡pero por supuesto que tenemos derecho! Pero no las posibilidades, eso es lo que es deprimente e injusto. 
Acá no hay opción: o trabajas en La Jabonera, en la Cervecería o a ver qué haces y que te vaya bien. Claro, hay muchos jóvenes emprendedores que buscan la manera de salir adelante y superarse a sí mismos y estudiar como se debe, pero es muy difícil. 
Por ejemplo, mi primo Carlos, que desde los doce añitos le ayuda a mi tío en el taller, ahora ya tiene su título y hasta un trabajo bien pagado. Esa es la clase de persona que merece el nombre de “cachanilla”, que sobrevive a pesar de las más grandes sequías y al más fuerte sol. 
Mi padre, él… dice que soy y siempre seré un soñador bueno para nada, y que nunca seré alguien como mi primo Carlos, sólo porque yo no quiero trabajar con él y mi tío en el taller. Siempre me dice: “Bien está San Pedro en Roma y bien estarás tú en el taller con nosotros”. Yo sinceramente prefiero aprender bien, porque es lo que me gusta, y sé que para ser lo que yo quiero debo hacer algo para lograrlo. Pero, ¿estudiar y aprender no es suficiente? Yo digo que sí, y si no debería serlo. 
Dime, ¿crees que sea posible que mi padre me desprecie?   
Atte. Miguel Macías

Y esa fue la primera carta que envié a Laura. Una joven con una seguridad bien determinada y un carácter cálido y positivo, a pesar de sus pros y sus contras… Laura era fantástica. En ese entonces ella vivía en Caborca, Sonora, así que tenía más posibilidades que yo. Pero, ¿quién era Laura?
No lo sé.
Caborca, Sonora, a 13 de julio de 1959. 
Ya lo pensé bien y sí lo haré. Papá está en toda su disposición de ayudarme, pero ya sabes cómo son los Rejón. A ver si no cambia de opinión luego. Espero que no, porque yo sola ni de broma podría. Como usted me dice: siempre con pan y vino se anda en el camino. Además, creo que me irá muy bien, y Hermosillo es un lugar muy bonito y muchísimo más seguro que Caborca, eso sí. 
Quiero estudiar pedagogía, para poder enseñar a los que lo necesitan. 
¡Ay, abuela! ¡Viera lo contenta que estoy! Yo sé que, a cómo está la situación, no todos tienen esta oportunidad. Es algo injusto, y deprimente. 
Le prometo aprovecharlo mucho, y sacar buenas calificaciones. La extraño. Espero ir a Mexicali pronto, para ya verla. 
Atte. Su nieta Laura

Esa fue la primera carta que recibí de ella. Obviamente, no estaba dirigida para mí, pero por alguna razón llegó.
Pasaron dos meses, hasta que Laura me respondió:
Caborca, Sonora, a 30 de noviembre de 1959. 
¿Miguel Macías? 
No, no creo que tu padre te desprecie. Tal vez solo está algo decepcionado. Pero ya verás: el día que cumplas tu sueño, que es estudiar —según tu carta anterior—, verás lo feliz que estará por ti 
Atte. Laura Rejón

Mexicali, B.C. a 12 de enero de 1960. 
Sí, él mismo. Sinceramente no creí que fueras a responder mi carta. Quería que supieras que la mandaste a una dirección errónea, así que no le hagas mucho caso. Igual, agradezco tu comentario y espero que así sea. 
En fin, ¿quién soy yo? Ni idea. ¿Quién eres tú? 
Atte. Miguel Macías

Caborca, Sonora, a 29 de enero de 1960. 
¿Yo? 
Yo soy Ana Laura, tengo dieciocho años, y mi más grande sueño es enseñar, como lo habrás leído en la carta que accidentalmente te envié. 
¿Cuál es el tuyo? Y ya, en serio, ¿quién eres, Miguel Macías? 
Atte. Laura Rejón

Y así era mi relación con Laura: una carta mensual, con una pregunta mensual, y un mes entero esperando con ansias su respuesta.
Ya habían pasado casi dos años desde la primera carta que le había enviado, y estaba a tan solo un tercio de empezar la educación superior.
Gracias al gobernador Braulio Maldonado existía una nueva institución que al principio ocupó las instalaciones de la Escuela Cuauhtémoc; la Universidad Autónoma del Estado de Baja California, le llamaban.
Laura tenía razón: las cosas entre mi padre y yo habían mejorado. Mi madre lo convenció de que me apoyara con mi carrera, y en cuanto terminara la preparatoria cumpliría mi sueño.
Le conté a Laura cómo iban las cosas por acá y muy contenta me respondió;
Caborca, Sonora, a 27 de mayo de 1961. 
¡Júramelo! 
Miguel, si lo que dices es cierto, puedo ir a Mexicali a estudiar contigo. 
Puedo vivir con mi abuela, y por fin te conoceré, y podemos pasar tiempo juntos. 
¿Te gusta la idea? 
Por cierto, ¿ya sabes qué carrera escogerás? 
Atte. Laura Rejón

Al principio no me agradó mucho la idea de conocerla, pues pensaba que esa bella relación epistolar terminaría. Digo, ¿qué tal si en cuanto me hubiese visto yo no le hubiera gustado? O, ¿qué tal si a mí no me gustaba ella? En fin.
Aunque tardé un poco, respondí su carta, como siempre.
En agosto de 1964, Laura vino a Mexicali a vivir con su abuela y a estudiar ciencias políticas en la ya bien conocida por sus siglas UABC. El CETYS no era para todos, era muy caro.
Después de la última carta que envié, no volvió a responderme. Ya estaba en mi último año de carrera, en Pedagogía, para ser exacto, y era tiempo de que aún no me hablaba. Ni siquiera la había conocido. Otra cosa injusta y deprimente.
Ya para terminar el año escolar estaba caminando con unos amigos cerca de la escuela. Vi a una joven alta, pero no más que yo, de cabello largo y con hondas, y una tez lívida.
Escuché cómo le gritaban; “¡Laura! ¡Ven!”. En ese momento supe que era ella. Nuestras miradas se cruzaron por un instante, y cuando mi amigo Mauro dijo mi nombre los ojos de ella se abrieron como platos.
Nunca más la volví a ver, y nunca supe por qué. A veces me pregunto qué habría sido si por medio de cartas no la hubiese conocido.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario