jueves, 18 de agosto de 2016

El tesoro del parque


Luis Carlos Larios Cota

Estaba con Juan, Miguel, Carolina y Mariana, aprisionados como rehenes, atrapados por esos malvados narcos. ¡Y pensar que el dinero solo lo querían para drogas, armas y no sé pa’ qué más!

Yo ahí temeroso, asustado, triste y enfadado, deseando que ese mal momento fuera únicamente un mal sueño, esperando a levantarme de la cama e ir con mi amá para consolarme y aguardar a que empezara un nuevo día.

Miguel, mi mejor amigo, se encontraba muy preocupado porque su familia de seguro lo estaban esperando para la comida, y su comida ya estaría muy fría. Bueno, eso era lo que él decía. Yo creo que sentía preocupado por su vida. Pero él es así: él nunca de los nunca admite que tiene miedo o que tan siquiera está un poquito asustado. Pero, aparte, sí es bastante comelón.

No podía creer que tantas cosas terribles estuvieran pasando en ese momento. ¡Y pensar que ese día había empezado como cualquier otro!

Un día antes desperté con muchas ganas de jugar con mis amigos y correr por el parque, ya que por fin empezaban nuestras vacaciones largas. Estaba listo para ir a comprar papas, sodas y muchas chucherías, y tenerlas listas para cuando llegaran mis amigos.

Saqué mi celular y llamé a Miguel. y también a Carolina, a Juan y a Mariana, quienes son mis más grandes amigos de la escuela.

Fui a la tienda a comprar lo que necesitaba para la reunión. En el camino me encontré a Miguel, con el que platiqué un buen rato sobre qué haríamos en las vacaciones, y qué tan emocionados estábamos porque en un par de meses entraríamos a la secundaria y nos despreocuparíamos para siempre de la escuela primaria.

Cuando por fin llegaron los demás empezamos a jugar a todo tipo de cosas, como videojuegos, los encantados, las trais, las escondidas, volibol, fútbol y a muchisisisisísimas cosas más. Después entramos a la casa, porque estábamos muy cansados; subimos a la azotea y ahí bebimos un poco de soda y nos comimos unos takis. 

Nos pusimos a esculcar qué había en los cajones de la azotea, a ver qué encontrábamos. Después de media hora hallamos algo muy interesante: un mapa que hablaba sobre un tesoro oculto en una vieja mina en la ciudad. El mapa indicaba que la entrada se ubicaba, para  nuestra sorpresa, en el viejo árbol del parque; pero decía que para entrar tenías que derrotar al gato, lo cual no entendí. pero sabía que lo averiguaríamos muy pronto. Así que nos pusimos de acuerdo. para que al día siguiente comenzáramos nuestra gran búsqueda del tesoro.   

La siguiente mañana todos nos reunimos en el parque y empezamos a tratar de descifrar el acertijo del mapa. Mientras pensábamos, me encontré un gato, pero me pareció muy ilógico ir y darle trancazos al pobre animal, así que ni le hice nada. Después de veinte minutos de pensar en el acertijo, Miguel se encontró dibujado en el árbol un juego del gato sin terminar, así que se le ocurrió que, si ganaba, podríamos descubrir la entrada secreta a la mina. Así lo hizo y nos sorprendimos al ver que sí funcionaba, pues se abrió un túnel en el árbol, y los cinco entramos por él.

Cuando nos introdujimos a la mina nos encontramos una gran área con dos carritos de mineros, unos cuantos lingotes de hierro y mucho carbón. Los cinco nos metimos en uno de los carritos y avanzamos por el túnel.

Al llegar al final nos encontramos con muchos otros túneles. Pero por suerte teníamos el mapa; lo seguimos al pie de la letra y alcanzamos exactamente nuestro destino: una sala que, para nuestra sorpresa, se encontraba vacía, con excepción de una gran roca con una puerta en el centro. Entre todos la abrimos y descubrimos el gran tesoro.

Estábamos por salir cuando nos topamos con un grupo de narcos que nos preguntaron cómo habíamos llegado ahí y para qué queríamos el tesoro. Como nadie contestó. nos capturaron y empezaron a meter el tesoro en maletas, además de burlarse de nosotros y contarnos qué harían con todo el dinero.

Nosotros estábamos muy asustados y no sabíamos qué hacer. No teníamos ni idea de cómo llamar a la policía o a nuestros padres sin que los cacos se dieran cuenta. Después de mucho rato de pensar, se me ocurrió que, mientras Miguel los distraía diciendo que tenía hambre, yo podría agarrar un celular y mandarle un mensaje a la policía, mencionando nuestra ubicación, para que nos fueran a rescatar. 

Así lo hicimos y todo salió muy bien. La policía llegó a tiempo y detuvo a los narcos. También llegaron nuestras padres, enojados pero felices, porque estábamos bien después de todo lo que había ocurrido.

Eso fue lo que me pasó estas vacaciones, y espero que a mí, Arturo, no me vuelva a pasar algo así nunca más. Aunque no estarían mal otros cien millones de dólares. Pero bueno…


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