viernes, 19 de febrero de 2021

El joven del valle

 Cuentos en el antiguo Tallereando

Jesús Alberto Martín Salazar

Cuando tenía trece años gané una beca para estudiar en el Instituto Americano de Mexicali. 

Yo vivía en el valle y le ayudaba a mi papá en un campo de algodón. Mi escuela era de bajos recursos. Pero día en la pared estaba el anuncio de un concurso de becas para estudiar en ese instituto, así que me dije a mí mismo:

―¡Arre! Lo voy a intentar.

Me fui a mi casa y le dije a mi papá: 

―Voy a intentar ganarme una beca para estudiar en el Instituto Americano en un concurso.

―Bueno, Enrique. Pero vas a tener que engranarte mucho en el estudio.

―Claro, lo voy a hacer.

Pasé las semanas engranado estudiando, hasta que llegó el día del examen.  Estaba muy nervioso, pensaba que todo me había salido mal

Después del examen me fui a mi casa buscando a mi papá. Al llegar, mi jefe se encontraba en la mesa y muy triste le dije:

―Creo que en el examen me salió todo mal.

―No te agüites, ¡tú eres un cachanilla! ―me contestó, tratando de consolarme―. Ya verás que todo va a salir bien.

Pasaron los días, esperando a que llegara la noticia, hasta que recibí un sobre en mi casa. Lo abrí y decía: “¡Felicidades! ¡Usted ha ganado una beca para estudiar en el Instituto Americano!”.

Tras leerlo, comencé a gritarle a mi papá:

―¡Me la rifé, papá!, ¡me la rifé!

―¿En serio? ¡Felicidades! ―me contestó él muy feliz. 

―Un autobús me va a llevar a Chicali.

―Bueno, te quedarás en la casa de tu abuela.

A los pocos días llegó el autobús por los becados del Instituto Americano.

―¡Babai, papá!

―¡Babai, Enrique! ¡Salúdame a tu abuela! ―me despidió. 

El autobús nos llevaba de casa en casa, hasta que llegó a donde vivía la mamá de mi papá. Al verme bajar del autobús, ella me saludó, muy alegre:

―¡Hola, Enrique! ¿Cómo has estado? Hacía tiempo que no te veía.

―Muy bien, abuela. Espero que tú también estés bien.

―Sí, yo también estoy bien. Ven, pasa tu cuarto. Está al lado del comedor.

Los siguientes días fueron duros. Los niños de mi salón y de la escuela en general me echaban carrilla por ser del valle y pobre. Todo cambió hasta que un niño se me acercó y me preguntó:

―Oye, morro, ¿por qué estás triste?

―Es que todos me echan carrilla por  ser del valle y pobre.

―Eso a mí no me importa. Mi nombre es Jesús. ¿Tú cómo te llamas?

―Enrique. Y gracias por ayudarme.

Desde ese momento sentí que todo iba a cambiar. Jesús me defendía de los que me molestaban mientras yo seguía engranado en el estudio; incluso mi abuela me ayudaba en todo lo que podía. El día de los exámenes finales, antes de entrar a la escuela, ella me dijo, tratando de calmarme:

―Tranquilo. Ya verás que todo va a salir bien.

―Gracias, abuela. Te quiero mucho. Babai.

―Babai.

En el examen yo trataba de no desconcentrarme, pues estaba muy difícil.

Al terminar salí muy agotado. Jesús se acercó a mí y me preguntó:

―¿Cómo te fue?

―Bien, creo.

―¡De seguro saliste bien perrón en el examen!   

―Espero que así sea.

Días después, en la entrega de reconocimientos, el director mencionaba a los alumnos más destacados del año:

―El tercer lugar es para ¡Pedro, de primero B!… El segundo, para ¡Jesús, de primero A!... Y el primer lugar es para ¡Enrique, de primero A!... ¡Muchas felicidades a los tres!

Desde ese momento todos mis compañeros dejaron de echarme carrilla y empezaron a verme como un amigo.

Segundo grado de secundaria (2016)

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