jueves, 12 de mayo de 2022

Confesiones de una joven callada


Decir que siempre fui una chica callada y tímida como lo soy ahora sería una total mentira. La forma de pensar y de ser que tengo hoy en día ha sido el resultado de una constante evolución individual, impulsada por múltiples personas que he conocido a lo largo de mi vida.

Mi nombre es Luisa Fernanda Moreno Hernández y estoy agradecida de decir que mi viaje en búsqueda de conocimiento comenzó desde el mismo día en el que nací.

Esto ocurrió el 4 de febrero de 2005, en la ciudad de Mexicali, Baja California. Hija de José Macario Moreno González y Leticia Liliana Hernández Chávez, fui traída al mundo dentro de una familia católica muy unida.

Muchos dirían que los primeros años de mi vida transcurrieron sin eventos importantes, pero puedo decir que no fue así del todo. Por ejemplo, me llevaron al hospital a los cinco meses de edad para que viera el nacimiento de mi prima, con quien  tengo una conexión muy especial. Además, mi tía Rosa Monroy Villagrana falleció en octubre de aquel año, evento que, aunque no me inquietó directamente a mí en ese momento, afectaría mi relación con ciertos miembros de la familia más adelante en mi vida.

Durante el verano de 2008 ingresé al kínder, en un colegio de nombre Ismar. Ahí conocí a mucha gente que, a pesar de no saber mucho de ellos ahora, fueron importantes en aquel entonces. Algunos de ellos siguen estando en contacto conmigo, y respecto a otros el destino decidió luego que no éramos compatibles del todo.

Generalmente, siempre fui una alumna excelente en el jardín de niños. Tanto, que me otorgaron placas de excelencia en los tres años. A pesar de mi inteligencia, tenía la naturaleza infantil característica de alguien de esa edad.

Ciertamente fueron tres años fáciles, llenos de alegría y que ahora me hacen lagrimear de nostalgia. Ahí aprendí la mayor parte del conocimiento básico, como leer, escribir, inglés y aritmética de bajo nivel.

Así continuó hasta 2011, cuando me gradué de preescolar con muchas felicitaciones de familiares y maestros. Y, en ese mismo año, en agosto comenzó mi siguiente etapa educativa: la primaria. Esta fase igualmente la cursé en el colegio Ismar, debido a que la escuela contaba con ambos niveles.

Hasta este punto de mi vida era una persona muy sensible, que lloraba por todo. El fracaso, la crítica y la invalidación de mis compañeros de clase me dañaban mucho. Llegaba hasta el punto en el que un niño solía llamarme por nombres ofensivos solamente porque yo era muy inteligente y rápida al contestar los exámenes. Aunque no sé de dónde salió ese miedo en mí, puede que se haya originado también porque, hasta ese momento, a la gran mayoría de mis primos no los encontraba agradables. Ni siquiera a la prima a la que vi nacer.

Para aclarar, en esa época, además de sensible, era una niña increíblemente hiperactiva y femenina, casi vanidosa, mientras que mis primos y primas (mayores, menores y de mi edad) se aficionaban bastante a los videojuegos, los cómics, el anime y la música alternativa.

Solo podía llevarme bien con las niñas de mi salón –las cuales siempre eran la minoría del alumnado–. A pesar de esto, nunca conviví con ellas lo suficiente, pues quería agradarles a mis primos y a mis otros compañeros, aunque significara convertirme en otra persona.

El tiempo pasó y para cuarto de primaria me volví otra. Aún era la alumna más destacada dentro de los doce estudiantes del aula y seguía ganando cada competencia del ámbito académico, solamente que cambié drásticamente mis intereses y mi personalidad.

Pero, aunque suene que la pasé mal aquellos seis años, no es verdad del todo. Fui reconocida por todos mis profesores y aún guardo recuerdos de esa época que son preciados para mí.

Uno de ellos es del 14 de febrero de 2014, día en el que nació mi hermano menor, Javier Emilio, un niño que sería un infante de ojos cafés curiosos, una tez morena clara, mucho entusiasmo y buenas intenciones.

Otro, del 6 de mayo de 2016, cuando comencé a escribir por mera diversión. Esto me desencadenó una pasión por la escritura. Gracias a que a la prima cuyo nacimiento presencié (Camila) le agradaba mucho leer, nos volvimos increíblemente cercanas. Pero en ese momento también me interesaban la repostería y la costura, actividades que practico hasta el día de hoy.

Los viajes escolares dentro de la ciudad, los festivales de baile en el teatro, las fiestas y festejos, aquella vez en la que casi se quema la escuela, las misas y las ceremonias de fin de ciclo son eventos que nunca olvidaré de mis tiempos en primaria.

Ya para 2017, el año en el que me gradué, era conocida como la compañera extraña del salón. Era cerrada y con gustos no comunes, antisocial y no mostraba muchas emociones. Hasta hoy en día, sigo pensando en el fuerte impacto que tuvo la opinión de los demás en mí, especialmente en ese periodo tan oscuro de mi vida.

Para mi suerte, hubo dos chicas que, a pesar de mis gustos tan distintos y mi personalidad indiferente, se quedaron a mi lado para ayudarme en mi desarrollo como persona. A esta fecha, Mariana Armenta y Stephanie Quintero siguen siendo mis mejores amigas.

Mi historia continuó junto a ellas el día que pasamos a secundaria, el verano de 2017. Las tres nos inscribimos en el Instituto Salvatierra por distintas razones: yo había ganado una beca del ochenta por ciento, Stephanie tenía una hermana en la preparatoria y ambas (Mariana y Stephanie) contaban con veinte por ciento extra de beca por haber estudiado en nuestra primaria.

Las partes más destacables de mi estancia en la secundaria fueron el gran cambio de personalidad que tuve, el incremento que hubo en mi vida social y los viajes escolares a Estados Unidos.

Con respecto a mi carácter, me  volví blanda, como solía ser en mis primeros años de primaria. Sin embargo, tanto me afectó esa etapa que hasta el día de hoy siento mucho miedo de socializar con las personas. Durante la secundaria temía caerles mal a todos, por lo sensible y rara que era, sin mencionar la ansiedad social que sufría. 

Esto nos lleva al siguiente punto:

A pesar de que me aturdían mucho las multitudes y mi salón lleno de personas me hacía sentir incómoda, me armé de múltiples compañías en las que creía confiar gracias a los intereses que adquirí anteriormente en los videojuegos, los cómics y el manga. Comencé a salir más los fines de semana, algo que, sorprendentemente, no me distrajo de mis deberes como estudiante. ¡En segundo incluso me volví presidenta de mi clase!

Finalmente, los viajes escolares y recreativos a Estados Unidos fueron una experiencia que nunca tuve en el colegio Ismar: 

El 9 de febrero de 2018 recorrimos Sea World; en marzo de 2019 viajamos al museo aeroespacial de San Diego, donde aprendí muchas cosas sobre este tema tan interesante, y en octubre de ese año fui a la Fright Night en Six Flags, por segunda vez. Ese día mi amiga Sofía Rivas y yo nos perdimos toda la tarde en el parque y nos encontramos con otro chico del Salva que también estaba extraviado. ¡Los tres la pasamos muy bien!

Solo unas semanas después del último viaje mencionado, la persona a la que consideraba mi mejor amigo dejó de hablarme. ¿La razón? Ni siquiera yo la conozco.

Este evento fue esencial para mi desarrollo personal, pues siempre fui una chica muy sumisa, que no puede decir “no” y con severo temor al abandono. Aunque lloré sin parar durante semanas, eventualmente mi actual mejor amigo, Ebed Gerardo Macías, me hizo caer en cuenta de que mi anterior amistad era tóxica y me dijo que “la vida sería mejor sin él manipulándome”. Gracias a este consejo crecí hasta volverme alguien mejor.

Sobre todo, la secundaria me pareció una experiencia espectacular, llena de tristezas, alegrías, emociones y recuerdos inolvidables, pero esto solo fue para finales del año 2019, cuando aún faltaba medio ciclo escolar por transcurrir.

Siendo sincera, el 2020 me tenía ansiosa, esperaba mucho de él. Los primeros meses de este año me fue de maravilla, incluso pude celebrar mi quinceañera el 28 de febrero, algo que a ninguna de mis otras amigas les fue posible hacer.

Sumado a esto, el 7 de marzo participé en el concurso por beca de excelencia en la prepa, sin haber estudiado, y mi intelecto resultó premiado con el tercer lugar, dándome así una beca de setenta por ciento para los seis semestres en el bachillerato del Instituto Salvatierra.

Por desgracias de la vida, a mediados de ese mes se nos obligó a recluirnos en nuestras casas por razones de salud, todo por culpa del coronavirus.

Esto me trajo cierta tristeza, pues no seríamos capaces de tener una ceremonia de despedida emocional, ni siquiera tuvimos oportunidad de despedirnos como un grupo. Sin duda, fueron tiempos difíciles, pero finalmente, en junio, me gradué de la secundaria en modalidad on line, con un promedio final de 10 en segundo y tercer grados.

Ahora estoy estudiando en la prepa del Instituto Salvatierra, a la cual ingresé en agosto del año presente, 2020. Estoy mayormente centrada en mis estudios, pero también presto especial atención a la familia y los amigos en estas situaciones complicadas.

Admito que hasta yo estoy orgullosa de todo el progreso que he hecho a lo largo de mi existencia. Pasé de ser una niña indefensa y herida, de la cual la gente se aprovechaba, a ser una joven que da todo por un bien mayor y que conoce bien sus límites.

Ha sido hasta el momento una vida muy interesante. Esperemos que el futuro sea tan brillante como parece.

Primer semestre de preparatoria (2020).

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