jueves, 12 de mayo de 2022

Recuerdos de mi vida

 Ethan André Rivera


Empezaré explicando el motivo de escribir esta autobiografía. Como tal, es una tarea de mi preparatoria, pero en cierta forma siento que será algo que voy a gozar. A todos nos gusta recordar cosas buenas de cuando éramos pequeños; al menos a mí me pone feliz. Eso de darles un vistazo a unos cuantos momentos de los que he vivido suena bastante interesante a mi parecer. Podría ser hasta algo divertido de hacer.

El año en que nací fue bastante normal por lo que sé, no aconteció nada muy importante que digamos –a excepción de mi nacimiento, claro está, eso es algo importante–. Llegué al mundo el 7 de mayo de 2005, por eso de las seis de la tarde, según tengo entendido. Mi signo zodiacal es Tauro. Al igual que mi madre, nací en un “año del gallo”, de acuerdo al horóscopo chino. Algunas cosas que podrían ser interesantes, o notorias, de ese año –ya que investigué un poco– son: el fallecimiento del papa Juan Pablo II y que fue lanzada la PSP (PlayStation Portable) por Sony Computer Entertainment.

No tengo hermanos, pero sí dos primos a los que considero mis hermanos. El más grande se llama Erick, tiene 21 años; el otro 14, cumplirá 15 pronto (en diciembre), se llama René. Mi madre se llama Verónica. Con ella he viajado y conocido muchísimos lugares y cosas. Debo de agradecérselo, no le gustaba pasársela en la casa. A mí sí, prefería quedarme en casa a ir con ella, aunque al final sí la acompañaba. Podría decir que en cierta forma ella me obligaba, pero la verdad no, solo que, al no tener más opción que acompañarla o escuchar cómo me gritaba que me apurara, pues me apresuraba e iba con ella, aunque siempre me dormía en el carro de ida y de regreso, para acelerar mi percepción del tiempo.

Mi primer recuerdo se remonta a cuando tenía tres años –bueno, cumplía tres años– y mi madre me había llevado a Disneylandia para festejar. Aunque la evocación es algo corta, es especial, porque yo estaba sentado, comiendo la primera pata de pavo de mi vida y observando un espectáculo de pirotecnia en el último acto del día. Todo se veía muy animado, con colores rojos predominantes y mi familia alrededor de mí viendo los cohetes.

Poco después de eso no tengo mucho más en mi memoria, solo algunos momentos del jardín de niños. Típicos juegos con mis amigos a ser personajes de caricaturas, las traes, las escondidas, etcétera. También recuerdo cuando una profesora llevó un conejo a la escuela. Lo curioso para mí fue ver su popó o excremento: parecían bolitas (ahí supe el porqué de la forma del cereal Nesquik). 

Como es obvio, en el kínder aprendí a hablar de manera más fácil y fluida, hasta sabía decir unas cuantas palabras en inglés. Y no estoy seguro, pero supongo que también me enseñaron algo sobre matemáticas (a sumar, para ser específico).

Cuando tenía esa edad era bastante despreocupado para todo, y, bueno, siempre lo he sido, aún lo soy, aunque sí me tomo ciertas cosas más en serio. Me la pasaba jugando o durmiendo todo el día, todos los días, a veces ambas cosas; hasta me dormía en la escuela. Eso lo hice incluso en la secundaria.

A mí siempre me ha gustado muchísimo la comida, la amo, pero por eso de mis cuatro o cinco años descubrí la que al día de hoy es mi favorita, y que siempre lo ha sido desde que la conocí: la comida japonesa. Cada variación, cada platillo diferente me encanta, en especial los rollos de sushi. De hecho, en el restaurante al que iba con mi madre a esa edad había una parte en la que podía ver a uno de los cocineros haciendo los rollos de sushi y otras cosas. Siempre me sentaba ahí para poder observar cómo preparaba todos esos platillos, tan bonitos para la vista. 

El primer cumpleaños que recuerdo haber tenido con pastel y piñata fue a los cinco años; o, bueno, quizás no el primero, pero sí el que mejor recuerdo. El pastel era de un payaso, era gracioso; la piñata… creo que de Star Wars, aunque no recuerdo exactamente de qué. En ese cumpleaños me regalaron mi primera consola, la Nintendo SD. Me la dieron en el fondo de una bolsa de regalo llena de calzones y calcetines de la Walmart. En ese momento no me hizo mucha gracia, pero ahora que lo recuerdo me da risa que me hayan hecho eso.

Para cuando iba a cumplir los seis años nos mudamos a Tijuana, por cuestiones laborales de mi madre. Ahí conocí mucha gente, amigos, aunque recuerdo mejor a los de los últimos años de la primaria y a los hijos de compañeras de trabajo de mi madre.

No me acuerdo mucho de mi kínder en esa ciudad, tampoco es muy importante. Lo que sí recuerdo es mi primaria, bueno, mis primarias: estuve en tres escuelas diferentes. En primer grado, en el Colegio Familia, aunque para segundo y tercero mi madre me cambió a la primaria Ricardo Flores Magón. Y desde cuarto a sexto, en la Heroica. La primera y la última son privadas y la segunda pública, aunque eso es lo de menos. Más que nada me inscribían en privadas porque ahí podían cuidarme. La razón es que mi madre trabajaba hasta tarde algunos días, y no podía hacerse cargo de mí siempre.

Durante los tres primeros años de la primaria tuve que ir a guarderías por esta misma razón. En la Heroica ya no fue necesario que me siguieran llevando a guarderías porque ahí mismo podían cuidarme hasta las siete, o máximo ocho, de la noche.

Hablando de deportes y así, estuve un tiempo en natación cuando tenía siete años; luego, a los ocho fui a taekwondo y a mis nueve volví a natación, y ahí me quedé hasta que pasé a secundaria, el año 2017.

Pero antes de llegar al 2017, contaré un poco más sobre lo que viví en Tijuana. Residí en esa ciudad por siete años, casi ocho. Todas las cosas que hice y lo que conozco de ahí no cabrían en esta autobiografía, o quizás sí, pero me cansaría de escribirlas. Antes mencioné que mi madre siempre me llevaba a muchos lugares, y no solo de Tijuana, también de San Diego. He estado en cuatro o cinco playas diferentes, creo que hasta seis; ¡tantas playas visitadas solo porque a mi madre le encanta el mar!

Menciono estos lugares por mencionar algunos, porque son demasiados aquellos a los que fui por las ganas de mi madre de visitar y conocer todo. Y, la verdad, no me gustaba eso de salir siempre a cualquier sitio. Pero, ahora que recuerdo todo eso, no puedo quejarme: era lindo, y más porque siempre me llevaba con ella, solo que en esos momentos no lo apreciaba como debía. También conocí varios museos de San Diego, lugares que eran muy interesantes. Fui a muchas plazas diferentes, no a todas, porque es muy complicado, ya que me quedaban muy lejos muchas de ellas. Pero visité un gran número de sitios y conocí muchas cosas.

Siguiendo un poco con el tema de la playa… hablaré sobre lo que más disfrutaba de ir y la razón por la que accedía: de no ser porque mi madre siempre me compraba chocolate caliente y un pastelito cuando íbamos, no habría querido acompañarla casi nunca. De hecho, eso era lo que más me gustaba, porque, como ya dije, amo la comida, la considero uno de los placeres más grandes en la vida. Aunque la última vez que fuimos me gustó mucho escuchar el mar mientras me tomaba un chocolate caliente, como siempre hago en esas ocasiones.

Ahora, dejando de lado el tema de la playa y los lugares que visité, hablaré sobre mi secundaria, la mitad del primer año, para ser específico. Supuestamente había entrado a la mejor escuela de Tijuana en ese entonces, aunque la verdad no me pareció para nada la gran cosa. La llegué a odiar, no me gustó en absoluto; los profesores, ahora que los recuerdo, me parecían incompetentes la mayoría y exageradamente estrictos: pedían demasiado, pero no enseñaban nada. Por respeto no diré el nombre, pero en lo personal creo que es la peor escuela en la que he podido estar.

Pero, bueno, para inicios del 2018 me mudé de nuevo a Mexicali con mi madre. Nos hemos quedado en casa de mi abuela desde entonces. La razón de haber regresado fue que más o menos en verano del año anterior mi abuelo falleció y mi madre quería estar con mi abuela y permanecer cerca de ella para ayudarla en lo que necesitara. Entonces pidió un cambio en su trabajo. Lo bueno que ella es de aquí y conoce muy bien la ciudad y ya conocía a sus compañeros de trabajo.

También me tuve que cambiar de escuela y estoy feliz de haber tenido que moverme. Intenté ingresar a la Secundaria Técnica 2, que, como la que mencioné, supuestamente era la mejor, solo que de Mexicali. No logré entrar por las calificaciones que tenía en ese momento, pero me aceptaron en la Escuela Secundaria No. 18 Magisterio. En esta me quedé hasta tercer grado. Me gustó mucho: había muy buenos profesores, enseñaban muy bien y yo ya tenía muy buenos amigos ahí.

Me divertí bastante en la Magisterio y aprendí muy bien. Tengo un primo que fue a la Técnica 2 (René), pero la verdad no creo haberme perdido de mucho, aunque cada quien aprende de maneras diferentes. Quizás será porque mi capacidad de comprender temas sea más elevada. Pero, la verdad, creo que eso es lo de menos. Por lo que él me decía, prácticamente les regalaban las calificaciones. 

¡Pero basta de hablar de mi primo y su escuela! Es una autobiografía. Estoy hablando sobre mí, se supone.

En la segunda mitad del primer año, o el tercer bimestre del ciclo escolar, siendo ya 2018 y yo estando en la Magisterio, en una de las clases de Español 1 llegaron dos entrenadores de distintos deportes de la Ciudad Deportiva. Eran el de judo y uno de tiro deportivo. Nos dieron una plática, la cual no recuerdo, pero sí que uno de los dos, el Chino, me miró y me dijo: “Tú, me gustaría que fueras a judo. A ver, ¿qué te parece”. Y yo, pues, no sabía qué decir, solo me sentí como feliz, y al día siguiente por la tarde le dije a mi madre que me llevara a ver qué tal.

Fui a unas pruebas físicas para saber qué tal estaba, antes de entrar a judo. Ahí se encontraba también una muy buena amiga y compañera del deporte. Aunque no nos llevábamos bien al principio, ya todo está mejor. Se llama Rebeca. Pero eso es otro tema. Al final, pues me fue bastante bien en las pruebas, creo. El lunes de la siguiente semana fui a entrenar y ahí comenzó todo mi viaje con el judo.

Participé en varias competencias, pero la que mejor recuerdo, o, bueno, la más memorable, fue la que tuve en la Ciudad de México. Visité muchos lugares con mi familia el día anterior a la competencia. Fuimos a varias iglesias bastante conocidas de ahí, recorrimos unas ruinas de lo que antes fue el Templo Mayor, en donde ahora están construidos Los Pinos; también visitamos un pueblito en donde vivía Frida Kahlo, y, en fin, hicimos varias cosas. Al día siguiente tuve mi competencia y logré clasificar para la olimpiada nacional de judo del año 2019. Yo estaba en segundo grado de secundaria.

Volviendo al tema de la escuela, todo era lo normal: ir y entrar a las clases, tener recesos, volver a casa al final de las clases, lo normal. Los únicos días en los que algo cambiaba y así era cuando salíamos por parte de la secundaria. A veces íbamos a ver partidos de los Soles, otras íbamos al cine todos y mirábamos alguna película –como es obvio–, y, pues, había tardeadas o fiestas.

Todo normal, hasta que llegó el maravilloso 2020. ¿Qué podría decir que no se supiera sobre este año? Comenzó como cualquier otro, con la emoción de un año nuevo, y en mi caso estaba emocionado de poder graduarme y poder pasar a la preparatoria sin ningún problema. Así lo logré, como quería, solo que mi graduación tuvo que ser en línea y no pude ver y felicitar a mis compañeros y amigos. No es algo que me ponga triste, pero simplemente, con todo eso del COVID, se me fue por completo la emoción que sentía.

Tenía planeado entrar a la preparatoria CBTIS 21, pero mi madre me convenció de ingresar al Instituto Salvatierra. Aunque, de hecho, estoy feliz aquí: he conocido gente que me cae muy bien y que, con suerte, podré conocer en persona pronto; los profesores me parecen muy buenos y todos cumplen con su trabajo, siempre están en las clases, hallando la manera de que podamos aprender. Y es algo que me gusta: poder aprender, conocer gente y llevarme bien con ellos.

Para finalizar, quiero decir que ha sido placentero, en cierta forma, elaborar este escrito, esta autobiografía. He podido ver y recordar unas cosas sobre lo que he vivido, cosas que, por lo general, no me pondría a recordar, pero que son lindas y divertidas en su mayoría (me alegra tener la vida que tengo). También me fue bastante útil para saber cómo crear un texto de este estilo, un texto personal, y siento que mi utilización de símbolos, puntos y comas ha mejorado, aunque quizás no demasiado, pero sí bastante.

Debo agradecerte por haberte tomado el tiempo de leer mi autobiografía. Espero que haya sido de tu agrado y que hayas podido conocerme un poco con ella. Gracias.

Primer semestre de preparatoria (2020)

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