lunes, 16 de mayo de 2022

Un viaje a Mulegé

Iker Paul Castro Rebatet


Mulegé es un pueblo pequeño, con altas temperaturas, pobre, pero hermoso; un lugar bonito, con atracciones turísticas preciosas. Quedé fascinado con mi viaje a aquel pueblo. Se localiza al noreste de Baja California Sur.

Nuestro viaje se empezó a ver desde mediados de junio de 2019. Lo planeó mi familia paterna, pues Mulegé es el pueblo natal de mi abuelo y tenemos familiares allá. También parientes de La Paz concordaron en ir. 

Decidimos hacer tiempo después del último día que estuvimos en clases, el 2 de julio. Terminando ese martes empezamos a ver lo que nos llevaríamos y unos días después ya empacamos todo. Así, emprendimos al viaje, que fue de poco menos de una semana.

El miércoles 17 de julio partimos, a las 13:00 horas, en dos carros. En uno iban mi mamá, mi hermana, mi tía y mi abuelita materna. En el otro estábamos mi abuelito paterno, mi papá, mi hermano y yo. Un recuerdo gracioso del viaje es que, al llegar a Ensenada, vi el mar muy bonito, por lo que decidí tomar fotografías, y una de esas fotos se la tomé sin querer a un hombre de un Mustang gris. Mi hermano y yo nos reímos a carcajadas; mi papá y mi abuelo vieron la foto y también se rieron.

Más tarde, por la noche, llegamos a un hotel para descansar; mi hermano y yo queríamos estirarnos, más bien todos. En cuanto nos dieron nuestro cuarto, los dos nos bañamos y después nos dormimos. A la mañana siguiente, ambos exploramos el hotel y vimos la alberca. Queríamos nadar, pero no nos atrevimos, porque estaba plagada de abejas y avispas, y decidimos no hacerlo.

Por el mediodía desayunamos y continuamos el viaje. Hicimos muchas paradas y visitamos lugares históricos de Baja California Sur, como la misión San Ignacio; pasamos por muchos pueblos costeros y admiramos los paisajes. Mi hermano y yo ocasionalmente nos dormíamos en el carro después de que contemplábamos los alrededores, aunque también tuvimos unas peleas.

Por la noche llegamos a Mulegé. Nos dieron nuestra casa y desempacamos tras saludar a los familiares. Mis papás y mi hermana fueron a pasar un rato más con ellos, pero mi hermano y yo nos quedamos en la casa. Quería estirar los pies y acostarme un rato. Él empezó a jugar en su PlayStation. Me invitó y yo acepté. Jugamos un rato. De ahí quise explorar el lugar y ubiqué todos los sitios.

Así comenzó todo: el primer día inició una rutina en la que mis hermanos y yo comíamos algo en casa y luego íbamos a donde vive una hermana de mi abuelo; estábamos todos reunidos. 

De ahí fuimos a visitar una playa. Las olas eran un poco fuertes y cálidas. Ese día tristemente perdí mi visor y al volver a casa me di cuenta de que teníamos que bañarnos con zapatos, para precavernos de contraer hongos en la bañera, ya que no se veía de calidad.

El segundo día fue lo mismo, solo que esa vez pasamos tiempo dentro de la casa divirtiéndonos. De ahí nos anunciaron que iríamos al faro. Yo me volví loco al llegar; fui el primero en subir y bajar. Al nadar, las olas eran muy fuertes, como a mí me gustan. Cuando regresamos a casa tenía el pie derecho herido, debido a que mientras nadaba había pisado rocas.

El tercer día repetimos la rutina, pero esta vez duramos poco en la playa. Fuimos a conseguir recuerdos. Yo compré un barco embotellado, que tristemente romperían mis hermanos unos meses después. La buena noticia es que mi hermano compró uno también y hasta la fecha lo seguimos teniendo. Esa misma noche fueron al faro de nuevo, pero yo no fui, por el dolor de pie del día anterior. Me quedé jugando y completé un juego de carreras.

El cuarto día fuimos a la última playa que visitamos. Su nombre es Los Zorros. Había un clima templado; las olas eran tranquilas, perfectas para nadar y relajarse. Algo que me dio risa y miedo a la vez fue que, mientras yo nadaba, me encontré una mantarraya; ambos nos asustamos y nadamos en direcciones opuestas. También vi muchos peces, con mi mamá y mis hermanos.

Ya el último día fue más de despedida. Despertando empezamos a empacarlo todo. Pasamos un último momento con los familiares y después de todo eso, a las doce, partimos a Mexicali.

El viaje de regreso fue de dieciséis horas. Llegamos a casa de mi abuelo primero, para dejarlo y que ya descansara. Después nos fuimos a nuestra casa. Al entrar me topé con un suceso no muy bonito, nada bonito: mi pez llamado Taylor había muerto. Fue un momento feo para mí. Tiempo después me compraron otro y se llamó Roger, pero también falleció, por razones desconocidas.

Mulegé es un lugar hermoso, la gente que habita ese poblado es muy amable, su comida es fascinante; me gustó mucho comer ahí. Hablar de esto me hace recordar a mi abuelito paterno, que tristemente murió este año de 2020 y hoy cumple seis meses de que falleció. Siempre fue un gran hombre. Su alma está en buenas manos y sé que me está cuidando. ¡En paz descanses, abuelito Ovidio!


No hay comentarios.:

Publicar un comentario