jueves, 12 de mayo de 2022

El hogar de mis antepasados

Grecia Gil Floreano 


Finalmente pude conocer el hogar de mis antepasados: Pénjamo, Guanajuato. Ese municipio rural mantiene un clima fresco; es un destino lleno de color, cultura, gente humilde, una rica gastronomía. 

Pero esto apenas comienza.  

Me remonto al 14 de enero de 2018, en Mexicali, Baja California, donde tomé un vuelo junto a mi madre, mi hermana y mi abuela, en lo que llamamos “viaje de chicas”, que duraría un largo tiempo.

Nos tomó un lapso de tres horas llegar al aeropuerto de la ciudad capital  de Jalisco. Al apenas salir del avión me percaté del agua que caía. Fue en ese momento cuando caí en cuenta de que no mentían al decir que en Guadalajara siempre llueve y, por supuesto, se mantiene un olor característico a tierra mojada. 

En cuanto tuvimos la oportunidad de tomar un taxi, decidimos comentarle al chofer a dónde nos dirigíamos. Aquel hombre nos recomendó una red de autobuses en específico, que milagrosamente nos llevaría a distintos lugares de Guanajuato. Por lo tanto, nos dimos a la tarea de investigar las variadas rutas. 

Optamos por tomar aquel tan promocionado autobús de la compañía Primera Plus. Durante esa suma de horas, me enamoré de la belleza de los paisajes que despertaban una emoción inexplicable en mí, algo me atraía del viaje. El lugar al que nos transportamos fue nada más y nada menos que la ciudad de León, Guanajuato. 

¡Exacto! Aún no arribábamos al paraje ansiado. Al llegar a la central de la ciudad zapatera, nos topamos con un económico autobús que alcanzamos de pura suerte. Me recuerdo a mí y a mis niñas correteando el camión, que nos condujo al sitio que buscábamos: Pénjamo. 

Llegamos al hotel por ahí de las dos de la mañana. Lo último que queríamos hacer era turistear. Simplemente deseábamos descansar de nuestro largo, cansado y divertido trayecto de doce horas. 

Para la mañana siguiente –o, mejor dicho, un poco más tarde– nos propusimos visitar los alrededores. Nadie da mejores consejos que un chofer, de eso estoy segura. En mi memoria está subir al vehículo y oír a mi mamá preguntar: “¿Cuál es el corazón de la ciudad?”, a lo que el taxista respondió: “El mercado Hidalgo. Vayan al puesto de gorditas, ¡están buenísimas!”. 

Ese precisamente fue mi lugar favorito. Las gorditas son inigualables por las que por el norte conocemos, comida casera que te hacía sentir en casa. 

El mercado Hidalgo nos entretuvo por días, había muchas curiosidades. Para el 18 de enero decidimos visitar la capital de Guanajuato, casa de las momias. En cuanto pisamos territorio de la urbe pensamos que todo estaba perdido. Si desean viajar recomiendo enormemente contar con un itinerario; de lo contrario, podrían sentirse desorientados, al igual que en ese momento nosotras. 

¡Estábamos en blanco!, hasta que notamos una multitud de gente que en una especie de grupo se dirigían a algún lugar. Yo propuse ir con ellos, ¡como una loca! Mi familia tuvo que seguirme y aparentar que estábamos al tanto de todo, como esa gente. Acompañar a las masas resultó algo arriesgado, pero ¡fue la mejor decisión que hicimos en el viaje!

Esas personas eran turistas, ¡al igual que nosotras! Participaban en un tour de una empresa que estaba a un lado de la plaza en la que nos encontrábamos. Los dirigentes de la excursión fueron muy amables. Nos invitaron a elegir alguna ruta en especial, pero decidimos darle la oportunidad a la otra familia. 

El recorrido seleccionado nos llevó, como primera estancia, al museo interactivo llamado La Casa de la Tía Aura, el cual presenta la vida de una famosilla española que después de muerta se les aparecía a los nuevos propietarios de la casa en el sótano. Un museo interesante y divertido, que te sacará sustos y risas. Sugiero visitarlo. 

Después nos llevaron al mirador de Guanajuato, sitio en el que muchos lugareños nos contaron variadas leyendas. La vista, llena de colores, era hermosa. Cerca de ahí, en grupo, entramos a una dulcería tradicional. Yo pienso, estrictamente, que comer es el mejor placer. Ahí encontré unos chocolates en forma de huevitos –como si de celebrar Pascua se tratase–, exquisitos. Literalmente, se volvieron mis favoritos. ¡Lástima que no los he podido comprar de nuevo!

De allí volvimos a la camioneta. El chofer no paró de bromear, el albur estuvo presente durante todo el trayecto; ese hombre tenía un carisma nato. 

Para continuar, visitamos el museo de las momias. Es intrigante cómo los cuerpos han sido conservados de forma natural por la tierra. El lugar presenta a adultos, niños y bebés. Este fenómeno es único en el mundo. No puedo evitar pensar en los predecesores de aquellas personas que alguna vez tuvieron una vida, como tú y como yo. No me gusta que tomen sus cuerpos con fines de lucro propio; los difuntos merecen respeto y paz. 

El último lugar que visitamos fue la mina La Valenciana, por la cual descendimos poco más de cien metros bajo tierra. 

Ese jueves fue muy largo. Terminamos agotadas de la salida de más de cinco horas, para por fin descansar en nuestro alejado hotel. 

Un nuevo día por conocer, el 19; de vuelta a León, la ciudad popularizada por su gran producción de calzado. Cómicamente visitamos la Plaza El Zapato, donde mi abuela descargó mucho dinero y compramos gran cantidad de recuerditos para mi familia y amigos. A la hora de comer nos decidimos por un puesto típico de enchiladas. ¡Estaban inexplicablemente de rechupete! ¡La gastronomía es increíble! 

A pesar de que no hicimos mucho, ¡vaya que queríamos regresar! Por lo tanto, los días siguientes optamos por no visitar lugares a horas de distancia. 

Recorrimos cada rincón e iglesia que se nos cruzara. También visitamos familiares lejanos de mi abuela. Sus casas eran de un estilo rústico, como una hacienda: el patio era el centro de la casa, la cocina estaba en una esquina, el baño en otra y así sucesivamente, por completo diferentes a nuestra sencillez. 

Nos acercamos a la ciudad que presenció  el registro del nacimiento de mi abuela hace más de setenta años: Maritas. El taxista nos llevó más tarde a la calle principal. Ahí vimos la casa que alguna vez mis bisabuelos habitaron. Hoy en día ya no le pertenece a mi familia, pero sí que está ocupada.

¡Es hermoso saber dónde se origina la vida de una persona que amas!

Al final, el día 22, nos sentíamos más cansadas de vacacionar que cuando llegamos. Como dice mi nana (mi abuela): “Más pa’llá que pa’cá”.

Para regresar a nuestra casa repetimos el mismo ciclo que realizamos para arribar a Pénjamo, pero sí que fue un viaje inolvidable. 

Primer semestre de preparatoria (2020)

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