jueves, 12 de mayo de 2022

El hogar de mis antepasados

Grecia Gil Floreano 


Finalmente pude conocer el hogar de mis antepasados: Pénjamo, Guanajuato. Ese municipio rural mantiene un clima fresco; es un destino lleno de color, cultura, gente humilde, una rica gastronomía. 

Pero esto apenas comienza.  

Me remonto al 14 de enero de 2018, en Mexicali, Baja California, donde tomé un vuelo junto a mi madre, mi hermana y mi abuela, en lo que llamamos “viaje de chicas”, que duraría un largo tiempo.

Nos tomó un lapso de tres horas llegar al aeropuerto de la ciudad capital  de Jalisco. Al apenas salir del avión me percaté del agua que caía. Fue en ese momento cuando caí en cuenta de que no mentían al decir que en Guadalajara siempre llueve y, por supuesto, se mantiene un olor característico a tierra mojada. 

En cuanto tuvimos la oportunidad de tomar un taxi, decidimos comentarle al chofer a dónde nos dirigíamos. Aquel hombre nos recomendó una red de autobuses en específico, que milagrosamente nos llevaría a distintos lugares de Guanajuato. Por lo tanto, nos dimos a la tarea de investigar las variadas rutas. 

Optamos por tomar aquel tan promocionado autobús de la compañía Primera Plus. Durante esa suma de horas, me enamoré de la belleza de los paisajes que despertaban una emoción inexplicable en mí, algo me atraía del viaje. El lugar al que nos transportamos fue nada más y nada menos que la ciudad de León, Guanajuato. 

¡Exacto! Aún no arribábamos al paraje ansiado. Al llegar a la central de la ciudad zapatera, nos topamos con un económico autobús que alcanzamos de pura suerte. Me recuerdo a mí y a mis niñas correteando el camión, que nos condujo al sitio que buscábamos: Pénjamo. 

Llegamos al hotel por ahí de las dos de la mañana. Lo último que queríamos hacer era turistear. Simplemente deseábamos descansar de nuestro largo, cansado y divertido trayecto de doce horas. 

Para la mañana siguiente –o, mejor dicho, un poco más tarde– nos propusimos visitar los alrededores. Nadie da mejores consejos que un chofer, de eso estoy segura. En mi memoria está subir al vehículo y oír a mi mamá preguntar: “¿Cuál es el corazón de la ciudad?”, a lo que el taxista respondió: “El mercado Hidalgo. Vayan al puesto de gorditas, ¡están buenísimas!”. 

Ese precisamente fue mi lugar favorito. Las gorditas son inigualables por las que por el norte conocemos, comida casera que te hacía sentir en casa. 

El mercado Hidalgo nos entretuvo por días, había muchas curiosidades. Para el 18 de enero decidimos visitar la capital de Guanajuato, casa de las momias. En cuanto pisamos territorio de la urbe pensamos que todo estaba perdido. Si desean viajar recomiendo enormemente contar con un itinerario; de lo contrario, podrían sentirse desorientados, al igual que en ese momento nosotras. 

¡Estábamos en blanco!, hasta que notamos una multitud de gente que en una especie de grupo se dirigían a algún lugar. Yo propuse ir con ellos, ¡como una loca! Mi familia tuvo que seguirme y aparentar que estábamos al tanto de todo, como esa gente. Acompañar a las masas resultó algo arriesgado, pero ¡fue la mejor decisión que hicimos en el viaje!

Esas personas eran turistas, ¡al igual que nosotras! Participaban en un tour de una empresa que estaba a un lado de la plaza en la que nos encontrábamos. Los dirigentes de la excursión fueron muy amables. Nos invitaron a elegir alguna ruta en especial, pero decidimos darle la oportunidad a la otra familia. 

El recorrido seleccionado nos llevó, como primera estancia, al museo interactivo llamado La Casa de la Tía Aura, el cual presenta la vida de una famosilla española que después de muerta se les aparecía a los nuevos propietarios de la casa en el sótano. Un museo interesante y divertido, que te sacará sustos y risas. Sugiero visitarlo. 

Después nos llevaron al mirador de Guanajuato, sitio en el que muchos lugareños nos contaron variadas leyendas. La vista, llena de colores, era hermosa. Cerca de ahí, en grupo, entramos a una dulcería tradicional. Yo pienso, estrictamente, que comer es el mejor placer. Ahí encontré unos chocolates en forma de huevitos –como si de celebrar Pascua se tratase–, exquisitos. Literalmente, se volvieron mis favoritos. ¡Lástima que no los he podido comprar de nuevo!

De allí volvimos a la camioneta. El chofer no paró de bromear, el albur estuvo presente durante todo el trayecto; ese hombre tenía un carisma nato. 

Para continuar, visitamos el museo de las momias. Es intrigante cómo los cuerpos han sido conservados de forma natural por la tierra. El lugar presenta a adultos, niños y bebés. Este fenómeno es único en el mundo. No puedo evitar pensar en los predecesores de aquellas personas que alguna vez tuvieron una vida, como tú y como yo. No me gusta que tomen sus cuerpos con fines de lucro propio; los difuntos merecen respeto y paz. 

El último lugar que visitamos fue la mina La Valenciana, por la cual descendimos poco más de cien metros bajo tierra. 

Ese jueves fue muy largo. Terminamos agotadas de la salida de más de cinco horas, para por fin descansar en nuestro alejado hotel. 

Un nuevo día por conocer, el 19; de vuelta a León, la ciudad popularizada por su gran producción de calzado. Cómicamente visitamos la Plaza El Zapato, donde mi abuela descargó mucho dinero y compramos gran cantidad de recuerditos para mi familia y amigos. A la hora de comer nos decidimos por un puesto típico de enchiladas. ¡Estaban inexplicablemente de rechupete! ¡La gastronomía es increíble! 

A pesar de que no hicimos mucho, ¡vaya que queríamos regresar! Por lo tanto, los días siguientes optamos por no visitar lugares a horas de distancia. 

Recorrimos cada rincón e iglesia que se nos cruzara. También visitamos familiares lejanos de mi abuela. Sus casas eran de un estilo rústico, como una hacienda: el patio era el centro de la casa, la cocina estaba en una esquina, el baño en otra y así sucesivamente, por completo diferentes a nuestra sencillez. 

Nos acercamos a la ciudad que presenció  el registro del nacimiento de mi abuela hace más de setenta años: Maritas. El taxista nos llevó más tarde a la calle principal. Ahí vimos la casa que alguna vez mis bisabuelos habitaron. Hoy en día ya no le pertenece a mi familia, pero sí que está ocupada.

¡Es hermoso saber dónde se origina la vida de una persona que amas!

Al final, el día 22, nos sentíamos más cansadas de vacacionar que cuando llegamos. Como dice mi nana (mi abuela): “Más pa’llá que pa’cá”.

Para regresar a nuestra casa repetimos el mismo ciclo que realizamos para arribar a Pénjamo, pero sí que fue un viaje inolvidable. 

Primer semestre de preparatoria (2020)

Mi pequeño viajecito

Alicia Emilia Cruz Berecochea


Este viaje lo realicé en el 2018. Fue plan de mi abuela que lo hiciéramos juntos (ella y mi primo Damián), ya que, según decía, “éramos ya grandes para viajar solos sin nuestros papás”. Duró alrededor de un mes y recorrimos muchos lugares, incluyendo pueblitos mágicos.


03-junio-2018

Nos subimos al avión que nos llevaría al D. F. El trayecto tuvo una duración de alrededor de tres horas de vuelo. Cuando bajamos fuimos a la central de camiones, donde compramos pasajes que nos llevarían a Tampico (Tamaulipas). Duramos mucho y llegamos en la madrugada a la casa en la que nos hospedaríamos (la cual pertenece a mi abuela).


04-junio 

Nos levantamos temprano, para alistarnos y salir al embarque de Tampico, el cual es un gran edificio viejo y muy bonito. Nos contaron la historia y varias curiosidades de ese lugar, mientras nos daban un recorrido por aquellas paredes y escaleras llenas de cuadros y repisas con estatuas y antigüedades: “Hace muchos años un barco ruso llegó a ese puerto, era un tipo biblioteca, que destacó ya que eran muchos rusos en tierras mexicanas”. También nos contaron que el río que estaba enfrente del embarque separa a Veracruz de Tampico. 


Días después 

Nos quedamos en la casa de unos tíos y nos llevaron a más lugares, principalmente para comer. Fuimos a unos tacos como de vapor, era un lugar muy pequeño. Esa noche hacía muchísimo viento y no tenía paredes el local. Después de comer regresamos a la casa de ellos y jugamos con nuestro primo hasta que fue hora de irnos a dormir. 


15-junio

Nos fuimos en camión hasta arribar a un pueblo donde veríamos a un hermano de mi abuela. Cuando llegamos nos recibió y nos llevó a un ranchito que le pertenece a él. Ahí comimos y nos metimos a la alberca.


16-junio

Llegamos a un pueblito unas tres horas antes de nuestro destino. Se realizaba una feria y compramos muchas cosas (un libro, por ejemplo). Había puestecitos de todo tipo; por ejemplo, uno donde vendían collares que tenían dentro un granito de arroz y en el que podías grabar un dibujito, una fecha y un nombre.

Más tarde

Nos fuimos a Zacatlán (Puebla) y cuando llegamos dejamos nuestras cosas en la casa en la que nos quedaríamos. Recorrimos la gran y hermosa plaza principal. Está rodeada de grandes palacios municipales, museos y cosas que llevan a los residentes a ganar dinero, ya que los turistas (como nosotros, en este caso) los visitan y disfrutan mucho. Es un pueblito mágico tan pequeño que la mayoría de gente se conoce o por lo menos se identifica entre sí. Después de eso fuimos a comer y a descansar. 


17-junio

Otra vez nos levantamos supertemprano y nos presentaron a familiares que teníamos ahí. Desayunamos y nos llevaron a una gran cascada a la cual era un poco difícil acceder. Cuando terminamos de ver ahí fuimos a comer a la casa de nuestra tatarabuela.


18-junio

Fuimos a un pueblito cerca de Zacatlán, donde se encuentra una gran estatua llamada “la colosal Virgen de la Inmaculada Concepción'', que son doce metros de una sola pieza de madera, con detalles de oro y joyas de mucho valor. Fue construida por un padre y su hija. Este gran y hermoso trabajo está exhibido en una muy bonita iglesia.   


Días después 

Fuimos a montar a caballo con unos primos y a unas burbujas de plástico en las que te metías y rodabas. También fuimos a conocer muchos lugarcitos de ahí.


28-junio

Visitamos un templo que en la parte inferior es una pirámide y arriba una superhermosa iglesia, que es muy visitada por muchas personas, tanto de México como de otros países.


Días después 

Nos trasladamos a Puebla y recorrimos uno que otro pueblito cerca de ahí. Probé los huevos de hormiga sin que yo supiera que lo eran (¡iuuuugh, fue algo desagradable, la verdad!, aunque saben salados). Después fuimos a unas pirámides y arreglamos todo para nuestro retorno.


03-agosto

Este día tomamos transporte a México y tristemente volamos a nuestra ciudad, después de un mes de paseo. Antes de que volviéramos mi abuela nos preguntó: “¿Les gustó el viaje?”, a lo cual nosotros, sin dudar, contestamos: “¡No nos hemos ido y ya queremos regresar!”.

Llegamos a Mexicali queriendo habernos quedado allá mucho más. Esos pueblos y ciudades te cautivan tanto que no te alcanza el tiempo para conocerlos por completo. Pude desarrollar una relación más sólida con mi abuela y mi primo, aparte de que conocí a familia que ni yo sabía que tenía.

Ya hace dos años de este grandioso viaje, en el cual aprendí muchas cosas y, gracias a ello, tengo anécdotas que contar. Me enamoré de Zacatlán y pienso volver para conocerlo mejor.

Primer semestre de preparatoria (2020)

Recuerdos de mi vida

 Ethan André Rivera


Empezaré explicando el motivo de escribir esta autobiografía. Como tal, es una tarea de mi preparatoria, pero en cierta forma siento que será algo que voy a gozar. A todos nos gusta recordar cosas buenas de cuando éramos pequeños; al menos a mí me pone feliz. Eso de darles un vistazo a unos cuantos momentos de los que he vivido suena bastante interesante a mi parecer. Podría ser hasta algo divertido de hacer.

El año en que nací fue bastante normal por lo que sé, no aconteció nada muy importante que digamos –a excepción de mi nacimiento, claro está, eso es algo importante–. Llegué al mundo el 7 de mayo de 2005, por eso de las seis de la tarde, según tengo entendido. Mi signo zodiacal es Tauro. Al igual que mi madre, nací en un “año del gallo”, de acuerdo al horóscopo chino. Algunas cosas que podrían ser interesantes, o notorias, de ese año –ya que investigué un poco– son: el fallecimiento del papa Juan Pablo II y que fue lanzada la PSP (PlayStation Portable) por Sony Computer Entertainment.

No tengo hermanos, pero sí dos primos a los que considero mis hermanos. El más grande se llama Erick, tiene 21 años; el otro 14, cumplirá 15 pronto (en diciembre), se llama René. Mi madre se llama Verónica. Con ella he viajado y conocido muchísimos lugares y cosas. Debo de agradecérselo, no le gustaba pasársela en la casa. A mí sí, prefería quedarme en casa a ir con ella, aunque al final sí la acompañaba. Podría decir que en cierta forma ella me obligaba, pero la verdad no, solo que, al no tener más opción que acompañarla o escuchar cómo me gritaba que me apurara, pues me apresuraba e iba con ella, aunque siempre me dormía en el carro de ida y de regreso, para acelerar mi percepción del tiempo.

Mi primer recuerdo se remonta a cuando tenía tres años –bueno, cumplía tres años– y mi madre me había llevado a Disneylandia para festejar. Aunque la evocación es algo corta, es especial, porque yo estaba sentado, comiendo la primera pata de pavo de mi vida y observando un espectáculo de pirotecnia en el último acto del día. Todo se veía muy animado, con colores rojos predominantes y mi familia alrededor de mí viendo los cohetes.

Poco después de eso no tengo mucho más en mi memoria, solo algunos momentos del jardín de niños. Típicos juegos con mis amigos a ser personajes de caricaturas, las traes, las escondidas, etcétera. También recuerdo cuando una profesora llevó un conejo a la escuela. Lo curioso para mí fue ver su popó o excremento: parecían bolitas (ahí supe el porqué de la forma del cereal Nesquik). 

Como es obvio, en el kínder aprendí a hablar de manera más fácil y fluida, hasta sabía decir unas cuantas palabras en inglés. Y no estoy seguro, pero supongo que también me enseñaron algo sobre matemáticas (a sumar, para ser específico).

Cuando tenía esa edad era bastante despreocupado para todo, y, bueno, siempre lo he sido, aún lo soy, aunque sí me tomo ciertas cosas más en serio. Me la pasaba jugando o durmiendo todo el día, todos los días, a veces ambas cosas; hasta me dormía en la escuela. Eso lo hice incluso en la secundaria.

A mí siempre me ha gustado muchísimo la comida, la amo, pero por eso de mis cuatro o cinco años descubrí la que al día de hoy es mi favorita, y que siempre lo ha sido desde que la conocí: la comida japonesa. Cada variación, cada platillo diferente me encanta, en especial los rollos de sushi. De hecho, en el restaurante al que iba con mi madre a esa edad había una parte en la que podía ver a uno de los cocineros haciendo los rollos de sushi y otras cosas. Siempre me sentaba ahí para poder observar cómo preparaba todos esos platillos, tan bonitos para la vista. 

El primer cumpleaños que recuerdo haber tenido con pastel y piñata fue a los cinco años; o, bueno, quizás no el primero, pero sí el que mejor recuerdo. El pastel era de un payaso, era gracioso; la piñata… creo que de Star Wars, aunque no recuerdo exactamente de qué. En ese cumpleaños me regalaron mi primera consola, la Nintendo SD. Me la dieron en el fondo de una bolsa de regalo llena de calzones y calcetines de la Walmart. En ese momento no me hizo mucha gracia, pero ahora que lo recuerdo me da risa que me hayan hecho eso.

Para cuando iba a cumplir los seis años nos mudamos a Tijuana, por cuestiones laborales de mi madre. Ahí conocí mucha gente, amigos, aunque recuerdo mejor a los de los últimos años de la primaria y a los hijos de compañeras de trabajo de mi madre.

No me acuerdo mucho de mi kínder en esa ciudad, tampoco es muy importante. Lo que sí recuerdo es mi primaria, bueno, mis primarias: estuve en tres escuelas diferentes. En primer grado, en el Colegio Familia, aunque para segundo y tercero mi madre me cambió a la primaria Ricardo Flores Magón. Y desde cuarto a sexto, en la Heroica. La primera y la última son privadas y la segunda pública, aunque eso es lo de menos. Más que nada me inscribían en privadas porque ahí podían cuidarme. La razón es que mi madre trabajaba hasta tarde algunos días, y no podía hacerse cargo de mí siempre.

Durante los tres primeros años de la primaria tuve que ir a guarderías por esta misma razón. En la Heroica ya no fue necesario que me siguieran llevando a guarderías porque ahí mismo podían cuidarme hasta las siete, o máximo ocho, de la noche.

Hablando de deportes y así, estuve un tiempo en natación cuando tenía siete años; luego, a los ocho fui a taekwondo y a mis nueve volví a natación, y ahí me quedé hasta que pasé a secundaria, el año 2017.

Pero antes de llegar al 2017, contaré un poco más sobre lo que viví en Tijuana. Residí en esa ciudad por siete años, casi ocho. Todas las cosas que hice y lo que conozco de ahí no cabrían en esta autobiografía, o quizás sí, pero me cansaría de escribirlas. Antes mencioné que mi madre siempre me llevaba a muchos lugares, y no solo de Tijuana, también de San Diego. He estado en cuatro o cinco playas diferentes, creo que hasta seis; ¡tantas playas visitadas solo porque a mi madre le encanta el mar!

Menciono estos lugares por mencionar algunos, porque son demasiados aquellos a los que fui por las ganas de mi madre de visitar y conocer todo. Y, la verdad, no me gustaba eso de salir siempre a cualquier sitio. Pero, ahora que recuerdo todo eso, no puedo quejarme: era lindo, y más porque siempre me llevaba con ella, solo que en esos momentos no lo apreciaba como debía. También conocí varios museos de San Diego, lugares que eran muy interesantes. Fui a muchas plazas diferentes, no a todas, porque es muy complicado, ya que me quedaban muy lejos muchas de ellas. Pero visité un gran número de sitios y conocí muchas cosas.

Siguiendo un poco con el tema de la playa… hablaré sobre lo que más disfrutaba de ir y la razón por la que accedía: de no ser porque mi madre siempre me compraba chocolate caliente y un pastelito cuando íbamos, no habría querido acompañarla casi nunca. De hecho, eso era lo que más me gustaba, porque, como ya dije, amo la comida, la considero uno de los placeres más grandes en la vida. Aunque la última vez que fuimos me gustó mucho escuchar el mar mientras me tomaba un chocolate caliente, como siempre hago en esas ocasiones.

Ahora, dejando de lado el tema de la playa y los lugares que visité, hablaré sobre mi secundaria, la mitad del primer año, para ser específico. Supuestamente había entrado a la mejor escuela de Tijuana en ese entonces, aunque la verdad no me pareció para nada la gran cosa. La llegué a odiar, no me gustó en absoluto; los profesores, ahora que los recuerdo, me parecían incompetentes la mayoría y exageradamente estrictos: pedían demasiado, pero no enseñaban nada. Por respeto no diré el nombre, pero en lo personal creo que es la peor escuela en la que he podido estar.

Pero, bueno, para inicios del 2018 me mudé de nuevo a Mexicali con mi madre. Nos hemos quedado en casa de mi abuela desde entonces. La razón de haber regresado fue que más o menos en verano del año anterior mi abuelo falleció y mi madre quería estar con mi abuela y permanecer cerca de ella para ayudarla en lo que necesitara. Entonces pidió un cambio en su trabajo. Lo bueno que ella es de aquí y conoce muy bien la ciudad y ya conocía a sus compañeros de trabajo.

También me tuve que cambiar de escuela y estoy feliz de haber tenido que moverme. Intenté ingresar a la Secundaria Técnica 2, que, como la que mencioné, supuestamente era la mejor, solo que de Mexicali. No logré entrar por las calificaciones que tenía en ese momento, pero me aceptaron en la Escuela Secundaria No. 18 Magisterio. En esta me quedé hasta tercer grado. Me gustó mucho: había muy buenos profesores, enseñaban muy bien y yo ya tenía muy buenos amigos ahí.

Me divertí bastante en la Magisterio y aprendí muy bien. Tengo un primo que fue a la Técnica 2 (René), pero la verdad no creo haberme perdido de mucho, aunque cada quien aprende de maneras diferentes. Quizás será porque mi capacidad de comprender temas sea más elevada. Pero, la verdad, creo que eso es lo de menos. Por lo que él me decía, prácticamente les regalaban las calificaciones. 

¡Pero basta de hablar de mi primo y su escuela! Es una autobiografía. Estoy hablando sobre mí, se supone.

En la segunda mitad del primer año, o el tercer bimestre del ciclo escolar, siendo ya 2018 y yo estando en la Magisterio, en una de las clases de Español 1 llegaron dos entrenadores de distintos deportes de la Ciudad Deportiva. Eran el de judo y uno de tiro deportivo. Nos dieron una plática, la cual no recuerdo, pero sí que uno de los dos, el Chino, me miró y me dijo: “Tú, me gustaría que fueras a judo. A ver, ¿qué te parece”. Y yo, pues, no sabía qué decir, solo me sentí como feliz, y al día siguiente por la tarde le dije a mi madre que me llevara a ver qué tal.

Fui a unas pruebas físicas para saber qué tal estaba, antes de entrar a judo. Ahí se encontraba también una muy buena amiga y compañera del deporte. Aunque no nos llevábamos bien al principio, ya todo está mejor. Se llama Rebeca. Pero eso es otro tema. Al final, pues me fue bastante bien en las pruebas, creo. El lunes de la siguiente semana fui a entrenar y ahí comenzó todo mi viaje con el judo.

Participé en varias competencias, pero la que mejor recuerdo, o, bueno, la más memorable, fue la que tuve en la Ciudad de México. Visité muchos lugares con mi familia el día anterior a la competencia. Fuimos a varias iglesias bastante conocidas de ahí, recorrimos unas ruinas de lo que antes fue el Templo Mayor, en donde ahora están construidos Los Pinos; también visitamos un pueblito en donde vivía Frida Kahlo, y, en fin, hicimos varias cosas. Al día siguiente tuve mi competencia y logré clasificar para la olimpiada nacional de judo del año 2019. Yo estaba en segundo grado de secundaria.

Volviendo al tema de la escuela, todo era lo normal: ir y entrar a las clases, tener recesos, volver a casa al final de las clases, lo normal. Los únicos días en los que algo cambiaba y así era cuando salíamos por parte de la secundaria. A veces íbamos a ver partidos de los Soles, otras íbamos al cine todos y mirábamos alguna película –como es obvio–, y, pues, había tardeadas o fiestas.

Todo normal, hasta que llegó el maravilloso 2020. ¿Qué podría decir que no se supiera sobre este año? Comenzó como cualquier otro, con la emoción de un año nuevo, y en mi caso estaba emocionado de poder graduarme y poder pasar a la preparatoria sin ningún problema. Así lo logré, como quería, solo que mi graduación tuvo que ser en línea y no pude ver y felicitar a mis compañeros y amigos. No es algo que me ponga triste, pero simplemente, con todo eso del COVID, se me fue por completo la emoción que sentía.

Tenía planeado entrar a la preparatoria CBTIS 21, pero mi madre me convenció de ingresar al Instituto Salvatierra. Aunque, de hecho, estoy feliz aquí: he conocido gente que me cae muy bien y que, con suerte, podré conocer en persona pronto; los profesores me parecen muy buenos y todos cumplen con su trabajo, siempre están en las clases, hallando la manera de que podamos aprender. Y es algo que me gusta: poder aprender, conocer gente y llevarme bien con ellos.

Para finalizar, quiero decir que ha sido placentero, en cierta forma, elaborar este escrito, esta autobiografía. He podido ver y recordar unas cosas sobre lo que he vivido, cosas que, por lo general, no me pondría a recordar, pero que son lindas y divertidas en su mayoría (me alegra tener la vida que tengo). También me fue bastante útil para saber cómo crear un texto de este estilo, un texto personal, y siento que mi utilización de símbolos, puntos y comas ha mejorado, aunque quizás no demasiado, pero sí bastante.

Debo agradecerte por haberte tomado el tiempo de leer mi autobiografía. Espero que haya sido de tu agrado y que hayas podido conocerme un poco con ella. Gracias.

Primer semestre de preparatoria (2020)

Confesiones de una joven callada


Decir que siempre fui una chica callada y tímida como lo soy ahora sería una total mentira. La forma de pensar y de ser que tengo hoy en día ha sido el resultado de una constante evolución individual, impulsada por múltiples personas que he conocido a lo largo de mi vida.

Mi nombre es Luisa Fernanda Moreno Hernández y estoy agradecida de decir que mi viaje en búsqueda de conocimiento comenzó desde el mismo día en el que nací.

Esto ocurrió el 4 de febrero de 2005, en la ciudad de Mexicali, Baja California. Hija de José Macario Moreno González y Leticia Liliana Hernández Chávez, fui traída al mundo dentro de una familia católica muy unida.

Muchos dirían que los primeros años de mi vida transcurrieron sin eventos importantes, pero puedo decir que no fue así del todo. Por ejemplo, me llevaron al hospital a los cinco meses de edad para que viera el nacimiento de mi prima, con quien  tengo una conexión muy especial. Además, mi tía Rosa Monroy Villagrana falleció en octubre de aquel año, evento que, aunque no me inquietó directamente a mí en ese momento, afectaría mi relación con ciertos miembros de la familia más adelante en mi vida.

Durante el verano de 2008 ingresé al kínder, en un colegio de nombre Ismar. Ahí conocí a mucha gente que, a pesar de no saber mucho de ellos ahora, fueron importantes en aquel entonces. Algunos de ellos siguen estando en contacto conmigo, y respecto a otros el destino decidió luego que no éramos compatibles del todo.

Generalmente, siempre fui una alumna excelente en el jardín de niños. Tanto, que me otorgaron placas de excelencia en los tres años. A pesar de mi inteligencia, tenía la naturaleza infantil característica de alguien de esa edad.

Ciertamente fueron tres años fáciles, llenos de alegría y que ahora me hacen lagrimear de nostalgia. Ahí aprendí la mayor parte del conocimiento básico, como leer, escribir, inglés y aritmética de bajo nivel.

Así continuó hasta 2011, cuando me gradué de preescolar con muchas felicitaciones de familiares y maestros. Y, en ese mismo año, en agosto comenzó mi siguiente etapa educativa: la primaria. Esta fase igualmente la cursé en el colegio Ismar, debido a que la escuela contaba con ambos niveles.

Hasta este punto de mi vida era una persona muy sensible, que lloraba por todo. El fracaso, la crítica y la invalidación de mis compañeros de clase me dañaban mucho. Llegaba hasta el punto en el que un niño solía llamarme por nombres ofensivos solamente porque yo era muy inteligente y rápida al contestar los exámenes. Aunque no sé de dónde salió ese miedo en mí, puede que se haya originado también porque, hasta ese momento, a la gran mayoría de mis primos no los encontraba agradables. Ni siquiera a la prima a la que vi nacer.

Para aclarar, en esa época, además de sensible, era una niña increíblemente hiperactiva y femenina, casi vanidosa, mientras que mis primos y primas (mayores, menores y de mi edad) se aficionaban bastante a los videojuegos, los cómics, el anime y la música alternativa.

Solo podía llevarme bien con las niñas de mi salón –las cuales siempre eran la minoría del alumnado–. A pesar de esto, nunca conviví con ellas lo suficiente, pues quería agradarles a mis primos y a mis otros compañeros, aunque significara convertirme en otra persona.

El tiempo pasó y para cuarto de primaria me volví otra. Aún era la alumna más destacada dentro de los doce estudiantes del aula y seguía ganando cada competencia del ámbito académico, solamente que cambié drásticamente mis intereses y mi personalidad.

Pero, aunque suene que la pasé mal aquellos seis años, no es verdad del todo. Fui reconocida por todos mis profesores y aún guardo recuerdos de esa época que son preciados para mí.

Uno de ellos es del 14 de febrero de 2014, día en el que nació mi hermano menor, Javier Emilio, un niño que sería un infante de ojos cafés curiosos, una tez morena clara, mucho entusiasmo y buenas intenciones.

Otro, del 6 de mayo de 2016, cuando comencé a escribir por mera diversión. Esto me desencadenó una pasión por la escritura. Gracias a que a la prima cuyo nacimiento presencié (Camila) le agradaba mucho leer, nos volvimos increíblemente cercanas. Pero en ese momento también me interesaban la repostería y la costura, actividades que practico hasta el día de hoy.

Los viajes escolares dentro de la ciudad, los festivales de baile en el teatro, las fiestas y festejos, aquella vez en la que casi se quema la escuela, las misas y las ceremonias de fin de ciclo son eventos que nunca olvidaré de mis tiempos en primaria.

Ya para 2017, el año en el que me gradué, era conocida como la compañera extraña del salón. Era cerrada y con gustos no comunes, antisocial y no mostraba muchas emociones. Hasta hoy en día, sigo pensando en el fuerte impacto que tuvo la opinión de los demás en mí, especialmente en ese periodo tan oscuro de mi vida.

Para mi suerte, hubo dos chicas que, a pesar de mis gustos tan distintos y mi personalidad indiferente, se quedaron a mi lado para ayudarme en mi desarrollo como persona. A esta fecha, Mariana Armenta y Stephanie Quintero siguen siendo mis mejores amigas.

Mi historia continuó junto a ellas el día que pasamos a secundaria, el verano de 2017. Las tres nos inscribimos en el Instituto Salvatierra por distintas razones: yo había ganado una beca del ochenta por ciento, Stephanie tenía una hermana en la preparatoria y ambas (Mariana y Stephanie) contaban con veinte por ciento extra de beca por haber estudiado en nuestra primaria.

Las partes más destacables de mi estancia en la secundaria fueron el gran cambio de personalidad que tuve, el incremento que hubo en mi vida social y los viajes escolares a Estados Unidos.

Con respecto a mi carácter, me  volví blanda, como solía ser en mis primeros años de primaria. Sin embargo, tanto me afectó esa etapa que hasta el día de hoy siento mucho miedo de socializar con las personas. Durante la secundaria temía caerles mal a todos, por lo sensible y rara que era, sin mencionar la ansiedad social que sufría. 

Esto nos lleva al siguiente punto:

A pesar de que me aturdían mucho las multitudes y mi salón lleno de personas me hacía sentir incómoda, me armé de múltiples compañías en las que creía confiar gracias a los intereses que adquirí anteriormente en los videojuegos, los cómics y el manga. Comencé a salir más los fines de semana, algo que, sorprendentemente, no me distrajo de mis deberes como estudiante. ¡En segundo incluso me volví presidenta de mi clase!

Finalmente, los viajes escolares y recreativos a Estados Unidos fueron una experiencia que nunca tuve en el colegio Ismar: 

El 9 de febrero de 2018 recorrimos Sea World; en marzo de 2019 viajamos al museo aeroespacial de San Diego, donde aprendí muchas cosas sobre este tema tan interesante, y en octubre de ese año fui a la Fright Night en Six Flags, por segunda vez. Ese día mi amiga Sofía Rivas y yo nos perdimos toda la tarde en el parque y nos encontramos con otro chico del Salva que también estaba extraviado. ¡Los tres la pasamos muy bien!

Solo unas semanas después del último viaje mencionado, la persona a la que consideraba mi mejor amigo dejó de hablarme. ¿La razón? Ni siquiera yo la conozco.

Este evento fue esencial para mi desarrollo personal, pues siempre fui una chica muy sumisa, que no puede decir “no” y con severo temor al abandono. Aunque lloré sin parar durante semanas, eventualmente mi actual mejor amigo, Ebed Gerardo Macías, me hizo caer en cuenta de que mi anterior amistad era tóxica y me dijo que “la vida sería mejor sin él manipulándome”. Gracias a este consejo crecí hasta volverme alguien mejor.

Sobre todo, la secundaria me pareció una experiencia espectacular, llena de tristezas, alegrías, emociones y recuerdos inolvidables, pero esto solo fue para finales del año 2019, cuando aún faltaba medio ciclo escolar por transcurrir.

Siendo sincera, el 2020 me tenía ansiosa, esperaba mucho de él. Los primeros meses de este año me fue de maravilla, incluso pude celebrar mi quinceañera el 28 de febrero, algo que a ninguna de mis otras amigas les fue posible hacer.

Sumado a esto, el 7 de marzo participé en el concurso por beca de excelencia en la prepa, sin haber estudiado, y mi intelecto resultó premiado con el tercer lugar, dándome así una beca de setenta por ciento para los seis semestres en el bachillerato del Instituto Salvatierra.

Por desgracias de la vida, a mediados de ese mes se nos obligó a recluirnos en nuestras casas por razones de salud, todo por culpa del coronavirus.

Esto me trajo cierta tristeza, pues no seríamos capaces de tener una ceremonia de despedida emocional, ni siquiera tuvimos oportunidad de despedirnos como un grupo. Sin duda, fueron tiempos difíciles, pero finalmente, en junio, me gradué de la secundaria en modalidad on line, con un promedio final de 10 en segundo y tercer grados.

Ahora estoy estudiando en la prepa del Instituto Salvatierra, a la cual ingresé en agosto del año presente, 2020. Estoy mayormente centrada en mis estudios, pero también presto especial atención a la familia y los amigos en estas situaciones complicadas.

Admito que hasta yo estoy orgullosa de todo el progreso que he hecho a lo largo de mi existencia. Pasé de ser una niña indefensa y herida, de la cual la gente se aprovechaba, a ser una joven que da todo por un bien mayor y que conoce bien sus límites.

Ha sido hasta el momento una vida muy interesante. Esperemos que el futuro sea tan brillante como parece.

Primer semestre de preparatoria (2020).

Mi vida en un par de hojas

Gustavo Buruel Delgadillo


Mi nombre es Gustavo Adrián Buruel Delgadillo. Nací el 10 de septiembre del año 2005 en Mexicali, Baja California. Mi familia está formada por mis padres (Odith Delgadillo Moreno y Jesús Marcos Buruel Dojáquez) y por mis hermanos (Marco Antonio y Carolina).

Comencé la primaria en el 2012 como estudiante del Instituto Patria del Noroeste, ubicada en Paseo de los Pinos. En esa época yo vivía en casa de mi abuela, la cual quedaba bastante cerca de ese colegio.

En 2015 mis padres, mis hermanos y yo viajamos a la ciudad de Tepic, Nayarit, debido a que Marco había sido seleccionado para ir a un torneo representando al estado de Baja California. Estuvimos allá una semana completa.

En 2016, mi hermano volvió a ser elegido para participar en otro torneo dentro de la selección estatal. Esta vez sería en la ciudad de Monterrey. Entonces mi padre no pudo acompañarnos debido a su trabajo.

En el verano de 2017 entré a la secundaria. El primer grado lo cursé en la misma escuela (Instituto Patria del Noroeste). Ese mismo año visitamos la Ciudad de México por razones laborales de mi padre.

En 2018 ingresé a segundo grado de secundaria, pero esta vez en el Instituto Salvatierra. Mis padres decidieron cambiarme a esta escuela por su equipo de basquetbol y la calidad educativa que ofrecían, además de que se ubicaba mucho más cerca de mi casa.

El primer año en este nuevo colegio fue muy difícil para mí, pues era totalmente diferente a todo lo que había vivido anteriormente: tenía que hacer nuevos amigos, los maestros eran más estrictos y las clases mucho más complicadas. Durante ese mismo ciclo escolar mi familia y yo nos trasladamos a Ciudad Juárez por el cumpleaños de mi prima. 

En 2019 entré a tercero de secundaria en la misma escuela, pero resultó mucho más sencillo para mí, pues –aparte de que la actividad era más fácil– ya ni me sentía tan solo, debido a que tenía muchos amigos que hacían que todos los días fueran mejores. Ese año me regalaron mi primera guitarra eléctrica, color amarillo con naranja.

Todo iba bien durante ese ciclo, pero en 2020 comenzó la pandemia por el COVID-19. Esto provocó que dejáramos de asistir a diario a la escuela.

En junio de ese año me gradué de la secundaria mediante una videollamada a la que nos conectamos todos los alumnos de la generación. Por haber egresado, mis padres me regalaron un piano, en el cual tuve que aprender a tocar por mi propia cuenta.

El 26 de agosto siguiente ingresé al curso de inducción de la preparatoria en la misma escuela y de igual manera tomamos las clases en línea, mediante videollamadas diarias.

Dos semanas después comenzó el semestre de manera oficial. Ahora estudiaríamos todas las materias que nos correspondían y conoceríamos a cada uno de nuestros maestros, iniciando una nueva etapa en mi vida.

Actualmente sigo cursando el primer semestre de preparatoria en el Instituto Salvatierra, mediante clases virtuales y tareas en línea. Es muy difícil vivir y trabajar de esta manera, pero es lo único que podemos hacer mientras la situación vuelve a la normalidad.

 Primer semestre de preparatoria (2020)