miércoles, 18 de enero de 2017

De padre a "coach": Francisco Terrazas


Entrenador y padre de familia con licenciatura y egresado de la UACH (Universidad Autónoma de Chihuahua), trayendo sus conocimientos y enseñanzas a una nueva ciudad a la que hoy en día lleva 9 años conociendo y recorriendo sus calles: MEXICALI, Francisco Javier Terrazas Portillo nació el 11 de febrero de 1961 en la ciudad de Camargo, Chihuahua.
Con 54 años de vida, el señor Terrazas, mi papá, empieza con su gusto por el deporte en el soccer, pero él señala que “yo siendo profesor de Educación Física y no saber dirigir a un equipo de baloncesto”, totalmente cambia de un deporte a otro, y hoy en día es campeón nacional y campeón en ADEMEBA (países del Caribe).
Nos dice cómo ha sido el cambio de una ciudad totalmente diferente y cómo ha sido su hospitalidad, dependiendo de varios aspectos.
¿Cuánto tiempo tienes en Mexicali?
En noviembre del presente año cumplimos diez años.
¿Cómo era el lugar en donde vivías?
Es una ciudad muy chica, con un aproximado de cuarenta mil habitantes y pocas oportunidades de trabajo. Es un lugar con un ambiente fresco y un poco verde.
¿Por qué razón te viniste a Mexicali?
Para conocer la región de Mexicali, Baja California. Es un estado en donde puedes desarrollar tu trabajo con más oportunidades. Además, pensando en tu futuro, para que tuvieras una mejor educación y pudieras desarrollar más habilidades en el basquetbol.
¿Qué fue lo que más extrañaste cuando dejaste tu tierra?
La verdad muchas cosas, pero más a mi familia, las costumbres y obviamente la comida.
¿Cómo era Mexicali cuando recién llegaste? ¿Cuánto ha cambiado en el tiempo que llevas viviendo aquí?
Era una ciudad muy sucia. Ha cambiado demasiado, ha crecido y está más limpia. Llegaron nuevas empresas para el desarrollo de la ciudad.
¿En qué colonia te instalaste cuando llegaste?
Hace nueve años me vine primero que mi familia, así que, como estaba solo, me instale en un hotel. Pero ya cuando se vinieron tu mamá y tú buscamos un lugar donde vivir, así que nos instalamos en un cuartito ubicado en la colonia Alamitos.
¿Te gusta como te ha tratado la gente de Mexicali?
Muy bien, digamos excelente; nos hemos encontrado con muy buenas personas. Siempre con ese gran compañerismo en el trabajo y con disposición a ayudar en cualquier situación.
¿Dónde has trabajado? ¿Cuál es tu trabajo estable?
Actualmente me encuentro trabajando en ISEP (Instituto de Servicios Educativos y Pedagógicos). Desde mi llegada ya contaba con ese trabajo y venia ya con mis horas de trabajo. Como un trabajo digamos extra, en CETYS Universidad, como entrenador femenil de preparatoria.
En tiempo de calor, ¿cómo le haces para aguantarlo?
Con las temperaturas tan altas en esta ciudad, lo que hacemos es mantener la refrigeración prendida en automático durante todo el día, corriendo el riesgo de gastar más energía.
¿Cuánto es lo máximo que has pagado de luz en los extremos días de calor?
Lo más que he llegado a pagar es un aproximado de 5,500 pesos en un mes de extremo calor, ya que tenemos que dejar las refrigeraciones prendidas todo el día.
¿Qué cambios son sobresalientes de ciudad a ciudad?
Camargo es una ciudad muy chica, las oportunidades son mayores aquí además de buenos trabajos y las diferentes maneras de estudio que ofrece la ciudad con sus muchas instalaciones.
Fue una emocionante charla con mi propio papá, y espero volver a compartir otro momento igual. Francisco Javier Terrazas Portillo, ¡un gran padre, un excelente coach!

“Mexicali es una ciudad agradable para vivir”

María Elena Gutiérrez Andrade

Pupis, una inteligente persona, de buena educación, experiencias, ex trabajadora del IMSS con un puesto muy alto, encargada de la oficina; de nombre María Guadalupe Andrade Moreno. Fanática de los juegos de baloncesto y de salir a convivios con sus sobrinos.
Se ha enfrentado a un clima muy caluroso, pero ya está acostumbrada; una persona dispuesta a escuchar, bromista y ayudar a los demás. La entrevisté en su casa, adentro en su recámara; las paredes pintadas con colores claros, que daban más alegría, y unos bonitos arreglos. Tomando un jugo de naranja y con su humor alegre, dispuesta a responder todas mis preguntas.
¿Cuánto tiempo tiene en Mexicali?
Hace 41 años llegué, yo tenía cuatro años de edad. Mi hermano mayor y mis dos hermanas menores también se vinieron a Mexicali, como estaban bebés aún; mi mamá era ama de casa.
¿Cómo era el lugar donde vivía?
Es un pueblo en Sonora muy pintoresco y tradicional.
¿Le gustaba?
 Sí, porque ahí estaba toda mi familia y era un lugar muy tranquilo.
¿Por qué razón se vino a vivir aquí?
Porque mis padres decidieron venirse a trabajar a esta ciudad, y por esa razón es que estamos viviendo aquí.
¿Cómo era Mexicali cuando llegó, o cuando usted era niña?
Con menos población, con el mismo clima, menos delincuencia y mayor seguridad.
¿Dónde estudió y de qué carrera se graduó?
En el ITM (Instituto Tecnológico de Mexicali), de la carrera de ingeniería industrial.
¿Qué deportes practicaba antes, preferentemente conocidos en Mexicali?
Jugaba voleibol cuando estaba en la primaria y secundaria, donde logré llegar hasta la etapa de zona.
¿Dónde ha trabajado?
Trabajé en el IMSS (Instituto Mexicano del Seguro Social) por muchos años.
¿Cómo ha vivido la época de calor en esta ciudad?
Pues ha aumentado con los años y todavía no me puedo acostumbrar, y en Magdalena (Sonora) no es tan húmedo ni tan caliente.
¿Qué acontecimientos importantes han ocurrido desde que llegó a Mexicali?
La Serie del Caribe, los campeonatos de los Soles de Mexicali, el sismo de 7.2 que hubo en el 2010, se construyeron los puentes de Lázaro Cárdenas y López Mateos, el concierto de Pavarotti en la Laguna Salada y los cambios de presidentes.
¿Cómo se sintió cuando transcurrió el terremoto de 2010?
Con mucho temor, porque hubo daños materiales y humanos. Lo bueno, que en nuestra familia no falleció nadie, ni mucho menos.
¿Qué lugares históricos de la ciudad conoce?
La Plaza Calafia, la Escuela Leona Vicario, la Chinesca –que se encuentra en el centro de la ciudad, pero hoy en día ya casi no hay habitantes–, el Centro Cívico, la iglesia catedral, el museo de la UABC, el Sol del Niño, la Cervecería, el zoológico de la ciudad, la Plaza Cachanilla, el monumento a Benito Juárez, entre otros.
¿Qué otros lugares ha visitado de Mexicali?
El museo Sol el Niño el Auditorio del Estado, el estadio de béisbol, la plaza de toros Calafía, la Biblioteca del Estado, el Bosque de la Ciudad, los cines, el Teatro del Estado, los casinos.
¿Cuál es su lugar favorito? ¿Por qué?
En sí no tengo uno, pero adonde más me gusta ir es a juegos de basquetbol, porque mis sobrinos son basquetbolistas; y uno que otro día a fiestas con mi familia.
¿Le gusta Mexicali? ¿Por qué?
Sí, porque ya me acostumbré a vivir aquí y está la mayor parte de mi familia.
¿Donde vivía antes es diferente a Mexicali?
Si, allá no hay sismos; el frío es más extremo, debido a las montañas que están alrededor del pueblo, y casi no hay lugares para divertirse, como cines, plazas o sitios de entretenimiento.
¿Cómo ha cambiado la ciudad?
Mucho, se ha modernizado: en sus vialidades, en sus edificios, y su población ha crecido enormemente; ha aumentado la inseguridad de las personas por tanta delincuencia provocada.
¿Cuál es su opinión sobre Mexicali hoy en día?
Es una ciudad agradable para vivir, ya que hay más lugares adonde salir a divertirse, pero desgraciadamente con mucha delincuencia e inseguridad.

Después de casi dos horas de platicar, nos despedimos y le di las gracias por permitirme haberle quitado parte de su tiempo, y esperando volvernos a ver para seguir riendo con sus anécdotas de adolescente.

martes, 10 de enero de 2017

Esquizofrenia



El dulce, fresco y algo ardiente sabor de un Merlot con sus efectos acompañantes. Mmmh. Venía a este bar de vez en cuando, casi siempre después de un mal día, porque necesitaba un cambio de ambiente, un lugar donde me fuera más difícil pensar estupideces nacidas de tristezas, frustraciones o cansancio; donde tuviera algo que escuchar, aparte del silencio que reinaba en la casa en la que vivía sola. Hoy era uno de esos días. Me levanté tarde y llegué a la oficina del mismo modo. Curiosamente, mi jefe estaba de un humor particularmente… hay que ser franca, como de perro rabioso, y como tal decidió ladrarme órdenes y reproches todo el día. Tomé otro sorbo de mi vino. ¡Qué hombre tan idiota! Lo que aguanta una por dinero.
Puse la copa de vidrio cortado sobre la barra de madera. Miré el resto del bar sin una razón. Es un lugar agradable, en la zona fina de la ciudad: bellamente decorado al estilo clásico, donde la gente platica plácidamente y la bebida es carísima. Antes de llegar aquí azoté varias puertas, me di un baño caliente con música estridente a todo volumen, y cuando me calmé, me arreglé como si fuera a tomar té con la reina. Había algo en el reflejo del espejo cuando terminaba todo esto, que me recordaba que tenía otra vida aparte del trabajo, que era un ser humano hermoso y no otra esclava empresarial más. Es por eso que estar ahí era como un ritual para despejar los malos sentimientos.
Mientras pensaba todo esto e involuntariamente había posado la vista sobre unas flores talladas sobre los estantes llenos de botellas y botellas de todos los licores imaginables, se me acercó de repente un hombre desarreglado, evidentemente borracho. Sus ojos verdes brillaban con la felicidad momentánea de la semiinconsciencia que una cantidad copiosa de bebida puede dar. Su olor era un insulto, quemaba mi nariz.
“¿Cómo estás, preciosa?”, inquirió. Era repugnante, la cereza del pastel justo cuando empezaba a recuperar el buen humor. Me levanté, pero me agarró la muñeca.
“Tengo una pistola en la bolsa, así que suéltame antes de que hagamos una escenita”, le susurré rápida y amenazadoramente.
“Tranquila”, dijo, todavía con su voz embriagada; “es solo que mi esposa tenía unos ojos cafés como los tuyos, pero más bonitos”. Y soltó una carcajada. No era peligroso, simplemente estaba muy tomado. “Por favor siéntate, y te cuento una historia, ¿sí? ¡Déjame contarte! ¡Necesito que alguien me escuche!”. Hice caso, por pura curiosidad (supongo que el alcohol no solo le había hecho efecto a uno), y me senté; pero tuve las manos sobre mi bolsa cerca, por si acaso.
“Ella era una muchacha muy linda y tierna… tenía unos brazos muy suaves. Cuando estábamos jóvenes  fuimos de vacaciones a Las Vegas. Terminamos bien borrachos, e hicimos un montón de tonterías, como casarnos, aunque solo fuéramos amigos de la universidad. Pero a final de cuentas nos quedamos juntos. Compramos una casa, terminamos la carrera, me iba bien en el trabajo y éramos felices. Pero, de repente, empecé a sentirme mal y siempre cansado. Fui con varios doctores, pero ninguno me encontró nada. Me parecía muy raro. Entonces un día me di cuenta de que mi esposa metió algo en mi té de la tarde, y no tenía un buen presentimiento.
“Ese día tiré el té sin que ella se diera cuenta, y me sentí un poco mejor esa noche, menos cansado; así que me hice el dormido, esperando que ella se durmiera, para ver qué cosa guardaba en la cocina y le echaba a mi té. Pero me interrumpió los planes.
Jacobo, Jacobo, ¿estás despierto? ¡Jacobito, amor!—. No contesté, y la sentí alejarse. Rápidamente, abrí un ojo, para verla volar por la ventana. ¡Sí, no me mire así! ¡Volando, le digo! Me levanté y corrí en piyama al carro.
“La seguí hasta un cementerio, donde se arrancó toda la ropa, como si fuera de papel, y se unió a un grupo de hombres y mujeres desnudos. La saludaron con sonrisas antes de acomodarse hombre, mujer, hombre, en un círculo alrededor de una gran fogata. Acto seguido, empezaron a bailar como locos al ritmo de cantos a la luna llena, en un idioma que nunca en mi vida había escuchado. Quemaban varias cosas, sobre todo plantas, y los que no bailaban se besaban, se acariciaban. ¡Ahí estaba mi esposa, haciendo el amor con otros tres hombres! Y los ojos de todos… sus ojos… eran rojos. ¿Entiende lo que digo? ¡Me casé con una bruja, una sierva de Satanás! Me tallé la cara, no queriendo ver lo que era tan obvio. Entonces oí:
¡Qué curioso que me hayas seguido hasta aquí, corazón!—. Volteé la cabeza mecánicamente, muerto de miedo. Ahí estaba mi esposa, en el asiento del pasajero, sucia, despeinada, sudorosa, su respiración rápida, con una sonrisa enorme. Tomó mi cara con sus manos finas y susurró: No era la intención que vinieras, pero ya que estas aquí, puedes unirte a la fiesta…—. Se acercó para besarme. Me tenía casi hipnotizado, pero sacó su lengua, verde y larga como la de un reptil. Esa no era mi mujer. ¡En mi pánico rompí la ventana del carro, agarré el pedazo de vidrio más grande y se lo clavé en el pecho a la bruja, que cayó muerta sobre mí! Respiré profundamente, aliviado.
“Entonces se levantó y sonrió aún más ampliamente, sin dejar de mirarme con esos horribles ojos rojos que todavía veo en mis pesadillas. Grité de puro terror. Luego se retorció como una poseída y le empezó a salir una cosa cubierta de baba gruesa y verde de la boca; fue una mano, luego otra que, ¡crack!, rompieron la mandíbula de mi pobre esposa y luego toda su cara, cuello y torso, para dejar salir a una mujer rubia de ojos amarillos, con grandes colmillos, mientras yo observaba paralizado. Me plantó con fuerza un beso baboso que casi hizo que vomitara y se me saliera el corazón, de la repulsión y el horror que me causaba. Rompió la ventana de su lado y salió inhumanamente rápido, moviéndose como lagartija.
“Salí del carro, sin pensar en nada más que matar a esa cosa, pero ya no estaba. Ni el aquelarre, ni la fogata, ni nada. Regresé al carro enfurecido y ya no estaba el desastre sangriento de hacía unos segundos; solo estaba ahí mi esposa, completamente vestida, bella, y me gustaría decir normal y bien; pero en vez de eso tenía varios moretones, que iban del morado oscuro al negro, y un vidrio clavado en el pecho…”.
El borracho empezó a llorar como niño sobre la barra y traté de consolarlo, pero se quedó dormido. Estaba sumamente perturbada por la historia que acababa de escuchar. Me levanté, salí a la calle, y lo primero que oí, entre sirenas de policía aturdiendo y luego haciendo eco, fue al periodiquero tratando de vender las últimas ediciones: “¡Extra! ¡Asesino suelto en la ciudad!”.
Me recorrió un escalofrío y me apresuré a llamar un taxi.


Acábame de matar



Moría bellamente. Los brazos de Lucía me sujetaban a la vida, pero el frío venía anunciando muerte segura. Pensaba en lo increíblemente cómodo que me resultaba el piso, y mi cabeza recargada en su muslo. El viento se llevaba sus lágrimas, evitando que cayeran en mi frente. ¡Oh, bendito viento! La noche era más oscura y la luna brillaba con más fulgor, iluminando el rostro de Lucía para mi deleite; las aves parecían conmovidas por la vida que se alejaba.
En un instante de mutismo quedó claro todo. Ella era para mí, pero no era mía para tenerla. Éramos unidos, nos amábamos bajo una falsa idea de posesión sentimental y estancia perpetua. Es por eso que hoy me moría, para acabar con esa avidez hacia ella. Pudo haber muerto ella, pero me pareció cruel apartar su encanto maldito de la lista de infortunios que este mundo ofrece. Por eso muero yo, porque no me queda nada bueno. Hace tiempo que dejé de hacerle bien a este mundo.
Aunque resultó bueno tenerla ahí en mi muerte, verla sollozar por mí fue lo más sincero que me demostró. Me hizo ver que no todo fue falso, y eso es bueno. Sometemos nuestros sentidos al silencio. El tiempo corre a su decadencia y encanto. Sentía frío (creo que es costumbre en esos momentos), ya me molestaba la luz como si apuñalara mis ojos. Me estorbaba el aire que toscamente luchaba por entrar en mis pulmones. Y ella sufría por mi ya austera presencia. ¡Oh, qué bellamente moría!
Sabía que hoy moriría al despertarme por la mañana; ahora o luego, pero no pasaría de hoy. Cuando no olí huevos revueltos, jugo recién hecho y pan tostado con mermelada, fue cuando supe que este día moriría. Habría perdonado a mi Lucia si hubiese sido día laboral; pero es sábado, siempre comemos eso los sábados. Y si no se puede respetar una costumbre tan sencilla, ¡qué he de esperar de mi vida! Eso solo indica perdida de interés, o a largo plazo muerte segura.  Y no veo razón a esperar tanto tiempo. Por eso preferí morirme hoy.
Bajé a la sala y vi a mi Lucía tendida en el sofá viendo una vieja película de Tin Tan; me parece que era la de El bello durmiente, esa del “Cavermango”. A mí me gusta esa película. Interrumpí su concentración al decirle: “Quiero que sepas que hoy me muero, y no es por nada más que tú culpa. Tú me mataste esta mañana. ¡Carajo, llevas matándome dos años!”. Me contestó con su indiferencia más sublime, se echó a reír y dijo: “Sí, cariño lo que digas”, y volvió a la televisión.
Fuimos a caminar a la plaza. Seguimos como si esa conversación nunca hubiese ocurrido, pero yo sabía bien que me moría. No es que sea brujo o adivino, es más simple que eso. En nuestras vidas nos dicen innumerables veces que, si uno cree algo y se mentaliza, ese algo ocurrirá. A mí me lo dijo mi padre de pequeño: “Si tú crees y te dices a ti mismo que te sientes mal, entonces te vas a sentir mal”. Eventualmente el viejo tuvo razón, y me sentí mal, lo suficientemente mal como para faltar a clases ese día. Eso es de lo que se trataba; yo amanecí con una necesidad de morir, porque no quería esperar a que ella sintiera el placer de haberme matado lentamente; por eso quería morir ese día en lo que el sol se ocultaba.
Eran alrededor de las cuatro de la tarde y yo seguía sin morirme. Paseábamos por El Callejón buscando algo que comer; para entonces yo ya no sentía hambre, ni sed, ni ninguna necesidad por prolongar mi estancia. Un hombre que comía en una carreta de tacos cayó al suelo, convulsionándose; su boca se llenó de espuma en cuestión de segundos. Tal vez era alérgico a la comida, o tal vez fue envenenado; pero fuese lo que fuese la muerte lo arrastró de este mundo, olvidándome en él. “¿Sabes? Ese pude haber sido yo, Lucía”. Le hice ver que sentía celos de aquel hombre. Me contestó molesta e irritada de que volviera el tema, pero era imposible no mencionarlo; el hombre mismo fue quien inició la conversación al caer de esa forma frente a nuestros ojos. De él no se habló más.
El resto del día fue callado. Solo me miraba con ojos delatores, diciendo que estaba cansada, que quería ver algo o que tenía sed. Solo era tiempo prestado el que pasé con mi Lucia esa tarde; nunca debió existir, no debería tener recuerdos de ese día. Con cada paso nos acercábamos más a la seguridad de mi hogar, donde no había ningún peligro de muerte, y yo seguía intacto. ¡¿Pero es que no entendía que yo me moriría hoy?! ¡No quería caminar otro paso más con su insufrible presencia!
“¡Acábame de matar! Hazlo ahora, que me tienes para hacerlo; hazlo hoy, que quiero que lo hagas. Expúlsame de tu vida y hazme polvo, que solo tú, querida, tienes el poder de hacerlo. Porque así como te amo es como tú me odias; así, con esa misma fuerza. Deja que lo último que vea sea este vestido ceñido a tu cuerpo. Haz realidad mi quimera y acábame con fuerza en esta noche, y que el viento recoja la evidencia de nuestro olvido. Hazlo solo por gusto, porque sé que quieres hacerlo”. La llevé al límite, ella perdió su sentido. Se lanzó sobre mí con tanto coraje, sentí sus manos en mi pecho empujándome con fuerza; ninguna fuerza extraordinaria, pero sí suficiente para moverme. Perdí el equilibrio y pasé de estar en la banqueta a la calle. El frente de un Ridgeline blanco topó conmigo. Mi cuerpo azotó el suelo con fuerza. Vi todo en sombras, solo distinguía el doliente rostro de mi Lucía. ¡Cómo la amé cuando se convirtió en mi asesina de tiempo completo!
Moría bellamente…