jueves, 4 de julio de 2019

Cómo el destino nos unió




―Oye, abuela: para mi tarea de español tengo que llevar mi historia favorita de alguno de mis abuelos, y he escogido la de cómo tú y mi abuelo se conocieron. ¿Podrías contármela de nuevo? ―me pidió mi nietecita Paula con una voz llena de emoción.
Esa historia también es mi favorita. Me fascina recordar cómo Hugo y yo nos conocimos hace un tiempo en la preparatoria, cuando teníamos apenas quince años. 
Me senté en el sofá café que está en la sala, tomé del cajón un pequeño baúl con fotos de hace algunas décadas. Saqué la foto que estaba hasta el fondo, la observé y se la di a Paula mientras la sentaba sobre mi pierna derecha.
Esa era mi preferida, era nuestra primera foto, y lo mejor de todo es que Clara, mi mejor amiga de la escuela, capturó el momento en el que yo miraba a Hugo con todo el amor del mundo, cuando apenas habíamos cruzado unas cuantas palabras aquel día.
―No creo en las coincidencias, creo en la casualidad ―comencé diciendo―. Creo que el destino encuentra la forma de conectarte con aquella persona que no te completa, sino que te complementa. Y, aunque pasen semanas, meses, años, sin siquiera verse, algún día volverán a unirse para no separarse jamás; así sucedió con nosotros. 
“Tu abuelo y yo estuvimos en el mismo salón toda la preparatoria. Yo lo conocía desde la secundaria por unos amigos en común que teníamos, pero en realidad nunca me había llamado la atención hasta tiempo después”.
―¿Qué hizo mi abuelo para tener tu atención? ―me interrumpió Paula un poco ansiosa. Era la primera vez que le contaba esta historia con detalle.
―¡Ufff, hija! ¡Qué no hizo para tenerla! Pero déjame contarte todo desde el principio  ―le respondí, con mil recuerdos pasando por mi cabeza.
―Está bien, abuela.
―Ya conoces a tu abuelo y supongo que tendrás una idea de cómo era a las quince años. Hugo era de esos muchachos que siempre estaba riéndose, platicando y haciendo payasadas todo el tiempo. En cambio, yo era más reservada; me gustaba platicar con mis amigas, pero siempre ponía atención en clases y tenía muy buenas calificaciones.
“Tu abuelo nunca me había llamado la atención, hasta aquella fiesta. Rosaura, mi amiga con la que voy todos los jueves al café, festejó su cumpleaños a finales de noviembre e invitó a todo el salón. Yo a mi edad ya no me acuerdo de muchas cosas, pero esa vez no se me olvida. 
“A mí no me gustaba bailar para nada, me daba pena, así que solo platicaba con mis amigas. Hubo un momento en el que me quedé sola en la mesa porque todas fueron a bailar, y no me quedaba más que ver a la cumpleañera disfrutar su fiesta. De repente alguien se sentó al lado mío y me llamó por mi nombre: era tu abuelo.
“―Te llamas Raquel, ¿cierto? ―preguntó un poco apenado.
“―Sí, y tú eres Hugo ―le respondí, con más pena de la que él tenía, pero al mismo tiempo muy segura de mí misma”.
¡Abuela! ¿Cómo es que pudiste contestarle al abuelo siendo él tan guapo desde aquel entonces? Yo ni siquiera hubiera podido verlo a los ojos, ¡moriría de vergüenza! me interrumpió Paula muy impresionada.
Y es que si dije que Hugo jamás me había llamado la atención hasta ese día, es porque en verdad jamás había notado lo guapo que era.
Cabello rizado, ojos color miel, una sonrisa encantadora y un metro con ochenta centímetros de estatura, eran características que cualquier muchacho de quince años podría tener, pero eran las mismas características que me hicieron fijarme aquella noche de noviembre en Hugo López. 
Sesenta años después ni siquiera yo sé cómo pude entablar una conversación tan fluida con alguien tan guapo aquel día, siendo yo tan penosa en mi adolescencia.
“Pasaron las horas y tu abuelo y yo habíamos platicado de mil y una cosas, y finalmente me sacó a bailar. La verdad es que, si hubiera sido cualquier otro muchacho, me hubiera negado. Pero dime tú: ¿quién se negaría a bailar con alguien tan guapo como él?”.
Tomé la foto que tenía mi nieta en las manos y apunté al joven que aparece en ella. Era la foto de esa fiesta, del día en el que Hugo López se acercó a mí, Raquel Aguilar. Del día en el que, por primera vez, bailé con un muchacho y reí con él hasta que me dolió el estómago. Del día en que el destino nos hizo encontrarnos.
Paula respondió muy fuerte diciendo:
¡Obviamente nadie se negaría, abuela! Aparte, tú también te veías muy bonita. ¿ehh? ¡Ese vestido se te veía de maravilla! Además, la sonrisita que traes en la cara, y los ojos con los que ves a mi abuelo mientras bailan, no te ayudan a disimular que babeabas por él desde el principio.
Y sí, desde aquella noche de otoño, Hugo López se convirtió en el dueño de mi corazón. Sin importar la circunstancia, nunca dejó de serlo.
¡Déjame continuar, chiquilla! No todo fue de color rosa le dije a mi nieta.
¿Cómo? ¿O sea, no fueron novios desde aquel entonces?
Pues sí, pero no. Déjame contarte todo con lujo de detalle ―le insistí.
Bueno, pues. Mejor me quedo callada, abuela.
Entonces bailamos. Esa noche fue cuando me di cuenta de cuán guapo era tu abuelo, y me preguntaba: ¿cómo es que no lo había notado antes? Sentí cosas que jamás había sentido. Sentí mariposas en el estómago. Me sentía la muchacha más feliz del mundo. 
“Llegaron por mí unos minutos antes de la medianoche. Me despedí de tu abuelo y de mis amigas, quienes me preguntaban un millón de cosas de Hugo mientras me subía al carro. 
“Llegó el lunes y al fin pude contarles con lujo de detalle a mis amigas cómo Hugo había llegado a hablarme, de qué hablamos y cómo fue que pudo convencerme de bailar, cuando ellas nunca lo habían logrado. Todas estaban muy emocionadas por mí, y yo, ni se diga, me sentía soñada. 
“Tu abuelo comenzaba a buscarme en los recesos, a la salida, y comenzamos a salir. Exactamente un mes después de haber bailado aquella noche, el 27 de diciembre nos hicimos novios. 
“Éramos una hermosa pareja, nos complementábamos muy bien, siempre hubo risas y amor en todo momento. Estuvimos presentes en nuestros logros más importantes, fui a verlo a todos sus torneos de basquetbol, él a todas mis competencias de gimnasia. Su familia y la mía se llevaban bastante bien. 
“En nuestro segundo aniversario de novios, terminando el quinto semestre, estábamos buscando a cuál universidad nos iríamos juntos a estudiar medicina. Como primera opción, obviamente, estaba el Tecnológico de Monterrey y, por si no quedábamos, también aplicamos para la UABC, aquí en Mexicali.
“Ambos habíamos sido aceptados en la UABC, pero estábamos esperando la fecha para recibir la carta del Tec, para saber si nos iríamos a Monterrey o no. Llegó la fecha y también llegaron las cartas: una, donde me felicitaban por haber tenido un gran puntaje en el examen y ser aceptada en la universidad más prestigiada del país, para medicina; y la otra, donde a Hugo le decían que su puntaje no había sido el suficiente para ingresar al Tec.
“El corazón de ambos se rompió en mil pedazos, no sabíamos qué iba a pasar. En cuanto supimos la noticia, Hugo me hizo prometerle que, por lo que más quisiera, yo no dejaría la oportunidad de estudiar en Monterrey por querer quedarme en Mexicali con él; que por algo Dios hacía las cosas y esta era una prueba más para nosotros.
“Tomamos la decisión después de graduarnos. Terminamos una hermosa relación de dos años y medio. No estábamos seguros de si el noviazgo iba a funcionar a distancia; creímos que lo mejor era dejar todo hasta ahí y quedarnos con todo lo bonito que habíamos pasado. 
“El 8 agosto de 1979 tomé un avión a Monterrey. En mi maleta llevaba todo lo necesario para vivir en una ciudad completamente desconocida para mí. En mi bolsa iban mi libro favorito y un sándwich de pollo para el vuelo, y en la mano llevaba mi corazón hecho pedazos.
“Al despegar el avión, sentí cómo una parte de mí se quedaba en Mexicali, se quedaba con Hugo; esa parte que se quedaba y nunca la tendría de vuelta. 
“Tu abuelo y yo decidimos que cortar comunicación sería lo mejor. Cada quien podría rehacer su vida. 
“Cada quien por su lado, comenzamos nuestros estudios. Chicos me invitaban a salir y ninguno le llegaba ni a los talones a Hugo. ¿O sería que en cualquier chico buscaba a tu abuelo?
“En todo aquel tiempo fuera de Mexicali, nunca volví a sentir aquella emoción que tenía al estar con tu abuelo, ¡ni siquiera en el concierto de mi banda favorita!
“Pasaron los años, terminé la carrera, el servicio y todas las cosas que tuve que hacer para que finalmente pudieran llamarme ‘doctora Raquel’. Tu abuelo seguía presente en mis pensamientos, a pesar de todo el tiempo que había pasado. Pero yo estaba resignada a no volver a verlo jamás, ya que me ofrecieron un excelente trabajo en un hospital privado en Monterrey y lo había aceptado.
“Tenía la idea de que, si nunca regresaba a Mexicali, podría borrar de mi mente a Hugo López.
“Y fue pasando el tiempo, trabajaba mucho y disfrutaba lo que hacía. 
“Un día estábamos comiendo y le llamaron a mi colega Socorro. Su esposo había tenido un accidente en la motocicleta y lo habían llevado a urgencias al Hospital General.
¡Raquel! ¡Jorge está en camino al Hospital General, tuvo un accidente! ¡Tengo que ir a verlo ya! Eso me dijo Socorro, o por lo menos eso le entendí, entre tanto llanto.
“La acompañé a pedirle permiso a nuestro jefe para que la dejara salir temprano y que pudiera atender esa situación. El doctor Reyes se lo otorgó y me dijo que yo la llevara, que no era conveniente que Socorro saliera tan alterada a ver a su esposo.
“Llegamos al hospital y esperábamos noticias por parte de los doctores. La enfermera nos dijo que solo habían sido lesiones leves, pero mi amiga estaba desesperada por ver a su marido. 
“Mientras esperábamos, fui a comprarle un té de manzanilla a mi amiga, para que se calmara un poco.
Un té de manzanilla y un café, con...
―...dos de leche y una de azúcar.
“¡No podía creerlo! ¡Así era como preparaba mi café desde los dieciséis! ¡Era él, era su voz! No quería ni voltear hacia atrás, quería creer que me había equivocado, ¡pero es que esa voz era inconfundible!
“Sentí una mano sobre mi hombro derecho. La vi, y era la mano que sostuve por dos años y medio en la preparatoria. ¡Era Hugo López, el amor de mi vida! Sentí cómo esa parte de mí que había dejado aquel 8 de agosto de 1979 en Mexicali, volvía a mí.
“Por azares del destino, tu abuelo había terminado trabajando en el Hospital General de Monterrey. Me pidió mi número y esa misma noche me llamó. Comenzamos a salir de nuevo. Sentí aquella emoción que solamente pude experimentar con él. 
“En cuestión de meses, curiosamente un 27 de diciembre, misma fecha en la que nos hicimos novios hacía bastantes años atrás, me pidió matrimonio. Mi respuesta es obvia.
“Once meses después, aniversario de habernos conocido, Hugo y yo nos casamos en Monterrey. Allá vivimos hasta nuestro tercer aniversario de casados. Pero a tu abuelo le ofrecieron una excelente oportunidad de trabajo, y yo tenía tres meses de embarazo: estábamos esperando a tu mamá.
“Así fue como hace 35 años tus abuelos regresamos a la ciudad que vio nacer nuestro amor”.
Y así fue cómo la vida nos demostró que no existen las coincidencias, sino la casualidad terminó diciendo mi esposo, tomando mi mano y dándome un beso en la frente.
¡Guau! ¡Yo también quiero una historia así! ¡Jamás me cansaré de escucharte contarla, abuelita!
Y, la verdad, es que yo tampoco me canso de contar cómo el destino nos unió.

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