lunes, 15 de julio de 2019

Milagroso y sorpresivo, “Marcelino pan y vino”




“Marcelino pan y vino” es un cuento escrito por el periodista José María Sánchez-Silva, quien nació en Madrid en 1911. Él era huérfano y la lectura le interesó mucho desde muy pequeño. En 1934 publicó su primer libro narrativo; la obra mencionada apareció en 1952 y ha sido traducida a aproximadamente 31 lenguas. Falleció en 2002. 
El tema del cuento es la unión que Marcelino crea con Jesús, ya que se describe el surgimiento de su amistad. Por lo mismo, es una obra de tipo psicológico, debido al desarrollo mental, espiritual y la descripción de características que el personaje principal adapta al transcurso de la historia.  
La historia comienza cien años antes de los sucesos centrales de la trama, pues se narra la fundación del convento. Cuando este se encontraba finalmente establecido, llegó una mujer a dejar a su hijo frente a sus puertas. Los frailes lo adoptaron y también lo bautizaron: Marcelino fue su nombre. 
En el desarrollo de la historia, se relatan los primeros años de vida del niño: sus travesías, pensamientos, sueños, etcétera. Su único obstáculo era la prohibición que tenía de subir las escaleras. 
Sin embargo, Marcelino se atrevió a desobedecer a los frailes y, al llegar finalmente al desván, se encontró con un nombre alto clavado en la cruz. Su nombre era Jesús y el pequeño empezó a llevarle de comer pan y vino.     
Al pasar los días, el niño creó una fuerte unión con Jesús. Un día, este le preguntó qué era lo que más deseaba, como recompensa por haber sido tan bueno. Marcelino pidió ver a su mamá.    
El desenlace del cuento se clasifica como cerrado y sorpresivo, ya que no se deja a la imaginación del lector, pero no es predecible. Según lo afectivo, es feliz, porque los personajes obtuvieron lo que querían. De acuerdo a sus valores, se clasifica como bueno.  
En la clasificación de los personajes, está Marcelino como principal: de él trata toda la trama y se le presenta un conflicto que busca solucionar, que es ver de nuevo a su madre. En los personajes secundarios están el padre superior, el portero fray Puerta, fray Bautizo, fray Gil, fray Malo, fray Papilla y fray Talán, que realizan acciones alrededor de lo que hace o dice el protagonista. Después, están los ambientales: la mamá del niño, que solamente se menciona al principio, pero después nunca está presente en la historia; y la familia de Manuel ―un niño al que Marcelino vio solo una vez y se convirtió en su amigo imaginario―, que se mencionan como recuerdo o aparecen muy pocas veces. 
La caracterización del protagonista es muy interesante, porque ―a pesar de tener una historia única― sus características son tan normales como las de cualquier niño de su edad: travieso, curioso, creativo, pero, sobre todo, lleno de bondad e inocencia. 
El tipo de narrador es el omnisciente, utilizando la tercera persona como voz narrativa. Por ejemplo: “Hace cien años, tres franciscanos pidieron permiso al señor alcalde de un pequeño pueblecito para que les dejase habitar, por caridad, unas antiguas ruinas que estaban abandonadas a unas dos leguas del pueblo, en terrenos de los cuales era propietario el municipio”. 
Al hablar del método narrativo, el ab ovo fue utilizado, porque la historia comienza en la construcción del convento, después cuando el establecimiento pasa de tres a doce frailes, la llegada de Marcelino y así sucesivamente, en orden cronológico de los eventos. El tiempo narrativo es el retrospectivo, utilizando el recurso temporal denominado flash-back o analepsis, cuando se tienen recuerdos de la mamá o la vez del encuentro del protagonista con Manuel. 
El tiempo es alrededor de los comienzos del siglo XX. La historia nunca lo aclara en específico, pero se puede suponer la época por el contexto.
Marcelino vivió muy bien con los frailes, rodeado de naturaleza; se atrevió a subir por las escaleras prohibidas, robaba comida para Jesús sin que nadie lo viera y siempre procuró que su amigo de la cruz se sintiera cómodo y no tuviera frío. Estos y otros factores indican una atmósfera de tranquilidad, privacidad, misterio, amistad, secrecía, compasión y armonía.    
Se utilizaron tres prototipos textuales:
  • La narración:
Recogió el buen hermano a la criatura y se la entró con él al convento. Por no despertar a los que dormían,, y que tanto menester habían de sueño, pues se acostaban fatigados de caminar y trabajar, entretuvo al chiquitín como pudo, y no ocurriéndosele nada mejor, empapó un trozo de tela blanca en agua y se la dio a chupar al mamoncillo, con lo cual éste pareció conformarse al silencio que se le pedía.
  • La descripción:
Entre los frailes había uno joven que era muy dispuesto e ingenioso y en seguida vio por dónde había que comenzar: estaban por allí las grandes piedras que sirvieran a la construcción del primitivo edificio, aunque no todas enteras. Había árboles cerca para hacer madera y corría por no muy lejos un riachuelo que les prometía a los pobrecillos frailes no morir de la sed. 
  • Y el diálogo:  
“―Padre ―dijo al Superior―, ¿y no debiéramos bautizarlo antes?
 “―¿Y qué nombre le pondremos?”.
Una de las funciones de la lengua que aparecen es la emotiva, que deja en claro cualquier emoción que se quiere expresar: “‘¡Milagro, milagro!’, gritaban los frailes y el padre superior.” La función poética es aquella que utiliza recursos literarios para la belleza del lenguaje: “Marcelino andaba aquellos días como dormido en su propia felicidad” (símil o comparación). 
Personalmente, me gustó mucho la temática de la obra, pues no me había tocado leer alguna historia, excepto la Biblia, en la que Jesús fuera uno de los personajes. Me pareció muy interesante que la trama estuviera relacionada con la religión, pero no muy enfocada en sí a cómo seguirla, sino en la historia de un niño, con un alma pura e inocente, que solo deseaba ver a su mamá. Aunque tiene un final muy impactante, la recomendaría mucho, pues vale la pena leerla. 
Referencias: 
Sánchez-Silva, J. M., “Marcelino pan y vino”. Disponible en: 


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