jueves, 4 de julio de 2019

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“Este es el fin”. Tengo presente cuando dije aquellas palabras, las cuales siempre que las escucho me hacen evocar mi triste pasado y todo por lo que tuve que pasar para vivir como hoy lo hago. 
Mi nombre es Juan y soy un flan. No olvido aquella mañana, el 20 de septiembre de 2014, cuando un adolescente con la cara llena de granos me sacó de la cálida y oscura caja que me protegía, para así ponerme en un sucio almacén lleno de polvo.
Recuerdo que conocí a mi amigo Luan. Me identifiqué mucho con él, por todo lo que teníamos en común: la misma marca, el mismo grosor y el mismo contenido. Así es, él también era un flan.
Vienen a mi mente muchas cosas. Pero yo no era así, no siempre fui pesimista ni realista. Antes de mi tragedia era un flan muy feliz y con muchas aspiraciones en la vida. Mi mayor anhelo era ser el mejor producto del supermercado.
Mi último recuerdo grato fue cuando a Luan y a mí nos pusieron en el mismo estante. Yo estaba muy alegre por esto, ya que nunca había tenido a alguien con quien compartir mis experiencias.
Un día decidí hablarle a Luan, y este me contestó de manera muy feliz. Compartimos opiniones, anécdotas y muchas dudas que nos atormentaban.
Cierta vez le pregunté algo que cambiaría mi perspectiva de la vida:  “Y ¿qué se supone que hacemos aquí?”. Luan, con la cara pensante, me soltó un simple: “No lo sé”. Entonces los dos seguimos con nuestra charla.
Se abrieron las puertas del supermercado y solamente veía pasar a la gente de un lado a otro, junto a los niños llorando porque sus padres no les querían comprar su botana favorita.
Entonces, una señora con el pelo planchado y con un enorme carrito, en el cual podría caber toda mi familia sin ningún problema, se fijó en mí. Me tomó y me depositó junto al resto de sus compras. Luan estaba devastado, ya que se veía que él nunca había tenido a alguien con quien reír.
Yo, por mi parte, me sentía muy contento, porqueaunque no sabía qué pasaría conmigo esa señora se veía muy feliz. Hasta que, en un momento dado, su nefasta hija le dijo: “¡Mira, mamá, este es más bonito! ¡Hay que llevar este flan!”. Y vi cómo la señora lentamente me dejaba en un estante que no era el mío. Me sentí muy confundido y me quedé ahí toda la noche.
Cuando cerró el supermercado decidí regresar a mi estante, con la cabeza abajo y con un sentimiento de confusión y tristeza. Luan me vio y, con una sonrisa enorme, decidió ayudarme a volver a mi puesto.
Luego me preguntó: “¿Qué pasó?”. Y yo le respondí: “No lo sé. Esa señora simplemente escuchó a su hija y me dejó”. Luan y yo nos quedamos callados. Entonces escuché a Esteban, otro flan, que me dijo: “Así siempre pasa: te ilusionan y después se van”. Le pregunté, indignado: “¿Usted qué sabe?”, y él me respondió: “Sé más que tú. Llevo aquí más de dos semanas y todos los días paso por lo mismo: me escogen y luego me dejan en cualquier otro lugar”. Después de esa larga charla permanecimos en silencio.
Pasó una semana y Luan y yo empezamos a preocuparnos. Tiempo más tarde llegó aquel mismo adolescente lleno de granos a ponernos una etiqueta que decía: “2x1”. Intrigado, le pregunté a Esteban: “¿Qué significa esta etiqueta?”. Él me contestó con su último aliento: “Significa su escape de aquí. Yo no tengo escape, moriré de viejo ya que caduque”. Tras decir esto, murió.
Luan y yo, destrozados, decidimos tomarnos de las manos y esperar a que alguien nos comprara. Después de decirnos repetidas veces “Te quiero”, aquella molesta niña volvió y ahora empezó a saltar por los pasillos. Entonces  mi amigo y yo caímos atrás del estante y nunca más vimos a nadie. Solamente estábamos los dos.
Pienso en esta historia mientras me quedan alrededor de diez minutos de vida. El cadáver de Luan está amarrado junto a mí. Solamente espero el final que acabará conmigo.

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