jueves, 4 de julio de 2019

Un pequeño camaleón





Me encontraba llorando debajo de una rama seca en la selva. “Solo soy un simple y pequeño camaleón. ¡Nunca seré como el león! Por más que imite sus tonos amarillentos y rojizos, ¡jamás lograré rugir tan fuerte como él!”, me dije a mí mismo, para después regresar a mi color verde natural.

Una mañana húmeda, otro camaleón y yo nos estábamos viendo directamente, imitándonos uno al otro. Yo parpadeaba y, sin un lapso de siquiera un segundo, él también lo hacía. Estuvimos así un rato, los segundos se convirtieron en minutos.
Luego de analizar y contemplar mi reflejo en un charco durante un largo rato, me recosté en el verde césped. Había una diminuta mosca volando a mí alrededor. Mi instinto me decía que la comiera con la lengua, pero en ese momento preferí su compañía a su sabor. 
“¿Sabes? Realmente quisiera ser como mis amigos. Todos ellos son tan hermosos. Desearía ser como el león, feroz y con una gran melena sedosa, valiente y sin miedo a nada”. 
La mosca volaba sin rumbo alguno hasta que se postró en una roca.
“O como el viejo cocodrilo del pantano, sabio y reservado. Él es respetado por todos los habitantes de la selva”. 
La mosca me miraba con todos sus ojos. O al menos eso sentí; puede que estuviera viendo a cualquier otra dirección. Como resultado de no obtener una respuesta o consejo de su parte, opté por comerla. Supongo que el hambre fue mayor a mi soledad.
En ese momento se me ocurrió una gran idea: si no podía ser como los otros, al menos podría imitar sus colores y tal vez los demás me verían diferente. Definitivamente funcionaría.
A lo lejos vi pasar al joven león. Esa era mi oportunidad. Me acerqué cautelosamente y, al fijar mi vista en su lomo, mi cuerpo entero tomó las tonalidades del suyo. Finalmente era la versión pequeña del rey de la selva. 
Me acerqué a un par de lagartijas que se encontraban tomando el sol en unas piedras apiladas y les solté mi mejor imitación de rugido, con el objetivo de asustarlas.
Las lagartijas no se movieron. Se miraron una a la otra y, cuando yo estaba a punto de rugirles de nuevo, soltaron unas risas burlescas. 
“¿Acaso no les doy miedo? Seré pequeño, pero ahora soy un león”, les dije, con indignación 
“Te sobran cuatro letras, amigo. ¡Eres un CAMAleón, un reptil, no un felino”. 
Tras escuchar eso, les di la espalda y caminé lejos de ellas. Unos animales con cerebro tan pequeño no podrían comprender lo que es ser un león.
Después de caminar y pensar un rato, llegué a considerar que tal vez tenían razón. Probablemente hay demasiadas diferencias entre un león y yo. Se vería más aceptable si adoptara los brillantes colores de algún animalito más pequeño. Un guacamayo, por ejemplo.
De esa manera seguí mi camino, pero el resultado fue igual. Uno tras otro, solo conseguí humillarme. 
Luego de varios intentos fallidos de imitar a los otros habitantes de la selva, me di por vencido. Caminé hacia una rama y me tumbé en el fresco césped. Recordé lo que habían dicho las lagartijas. Tenían razón, solo soy un simple camaleón, sin nada especial.
Escuché que unos se pasos se acercaban. Levanté la mirada y enfrente de mí estaba nada más ni nada menos que el intimidante león. ¿Estaría enojado conmigo por haberlo imitado? ¿Acaso me comería? 
“Ho… hola…”, tartamudeé, al levantarme en mis cuatro patas.
“¿Te encuentras bien, pequeño?”, preguntó él con una voz grave.
“En realidad no tanto… Estoy algo decepcionado de mí mismo. Pero no quiero aburrirte con mis problemas. Además, dudo que los entenderías”. Me di la vuelta, pero, antes de dar el primer paso, el león me tomó con su pata y me subió a su espalda.
“No digas eso. Sé por lo que estás pasando, o al menos tengo una idea”, dijo. Su pelaje no era tan suave como lo imaginaba, y su melena estaba llena de nudos.
“Noté que has estado actuando como yo, eso no está bien. No quisieras ser yo, créeme.  ¿Miras este pelo? Está todo enmarañado, es demasiado trabajo mantenerlo bonito. Además, muchos me tienen miedo. Me es difícil hacer amigos, porque todos le temen al gran y feroz felino. En cambio, tú eres un amigable y pequeño camaleón, con la habilidad de cambiar tus colores y adherirte a cualquier superficie”.
Las palabras del león resonaban en mi cabeza. ¿Acaso él también se sentía mal e inconforme con su persona? Sin saber qué decir, decidí guardar silencio y escucharlo.
“Deberías estar orgulloso de quien eres. No hay otro animal con las mismas cualidades que las tuyas. Muchos quisieran poder esconderse como tú o tener tu gran visión”. 
Así estuvimos un rato. Yo en su lomo, recostado, y él hablándome de cómo mis defectos eran mis mejores cualidades. Al parecer no era tan malo ser un pequeño camaleón, después de todo.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario