martes, 2 de julio de 2019

Una última oportunidad...





Solo nos quedaba una última oportunidad. Habían conseguido pasar sobre todas nuestras defensas y solo quedábamos nosotros. Teníamos que aguantar, pero se iban acercando cada vez más rápido. Eran más que nosotros y parecía que no lo lograríamos, pero nuestra raza dependía de ello. Tenía que evitar que algo le pasara, porque era nuestra única esperanza. Aunque fuera necesario que diera mi propia vida, debía hacerlo. Sin él todo estaría perdido, y es por eso que nos urgía hacer tiempo. 
Él era una persona muy especial, hijo de los dioses mismos y estaba destinado a salvar el reino de Hervino. Este era un enorme castillo, gobernado por nosotros, los enanos, situado en una isla al noroeste de Monpeque, una pequeña aldea. Según la profecía, Hervino sería encontrado por los minotauros, bestias gigantescas con cuerpo humano y cabeza de toro, que simplemente buscaban crear el caos en lugares que han vivido en armonía desde su inicio.
Fue por eso que lo ocupamos a él. Su poder inigualable nos salvaría de nuestros enemigos. Pero no había regresado de su entrenamiento. Los minotauros nos habían encontrado y ya venían. Teníamos que aguantar lo suficiente para que él llegara. Él estaba en las Montañas Grises, entrenando con el rey mago Enano para desarrollar sus habilidades.
Yo era un general del rey Enano, su mano derecha. Me encargaba de defenderlo a toda costa, y también de evitar que los minotauros llegaran al palacio principal, pues, si llegaban ahí, todo acabaría en ruinas. Los minotauros venían en barcos enormes llenos de soldados listos para derramar sangre. No quedaba mucho tiempo y el pueblo empezaba a desesperarse.
Aunque no nos superaban numéricamente, un minotauro equivale a más de cinco enanos combinados. No poseíamos la suficiente fuerza física para poder pararlos, solo podíamos frenarlos. 
Llegaron. Contábamos con varias filas de defensas que ellos debían vencer para poder llegar al castillo. La primera batalla se dio en la bahía, justo cuando desembarcaron, pero fue una masacre: perdimos cerca de cien mil enanos en tan solo dos horas, por lo que nos vimos obligados a retirarnos hacia el bosque. Ahí teníamos una pequeña ventaja: el bosque estaba repleto de árboles y arbustos, que pudimos usar para poner trampas y así ir matándolos de uno en uno, sin que lograran reaccionar. No les quedó más que marcharse, después de haber perdido cuatrocientos minotauros en cuestión de minutos. Pero eso solo nos dio un poco más de tiempo. Cuando estaban en retirada quemaron el bosque completo, para así evitar nuestras defensas.
Llegó la batalla más importante: el Puente. El castillo se ubica en medio de la isla; lo rodea una grieta enorme y la única manera de cruzarlo era a través del Puente. Este era gigantesco, hecho del metal más poderoso conocido, llamado porosis; era inmune a casi cualquier cosa, excepto al hacha máxima: Gendar. Fue creada por el dios enano de la guerra para este momento justo. 
Desenfundé a Gendar y golpeé el Puente. Al hacerlo este se desmoronó y cayó en el abismo, evitando el paso a los minotauros. Regresé al palacio y le dije al rey:
ㅡYa está hecho, Su Majestad. Debería darnos el tiempo suficiente.
El rey respondió:
ㅡÉl ya llegó.
ㅡ¿Qué? ¿Dónde está? ㅡpregunté.
ㅡAllá, mira.
Volteé y ahí estaba él, listo para luchar, o al menos eso creía.
Resultó que necesitaba un poco más de tiempo, pero no debería haber problema, porque los minotauros no podían cruzar. De repente se escuchó un gran estruendo en la entrada principal del castillo: eran nuestros enemigos intentando destruir la puerta con un ariete gigante. Habían cruzado la grieta utilizando unas máquinas voladoras que nunca antes habíamos visto.
Era nuestra última oportunidad. Ya habían destruido la puerta e iban entrando, sin que nada los parara. Nos encerramos en el palacio y solo teníamos que protegerlo a él, hacer tiempo. Llegaron con el ariete y tumbaron la puerta, sin que pudiéramos evitarlo. Parecía que todo estaba perdido, tenían a nuestro rey. Intenté defenderlo, pero no pude hacer nada. Lo iban a ejecutar, pero él ya estaba listo.
Se levantó y soltó una fuerza descomunal que no nos afectaba a nosotros, solo a los minotauros. Empezó a empujarlos fuera, hasta que llegó a la grieta. No frenó y tumbó a nuestros atacantes al precipicio, hasta que no quedó ninguno. Hervino estaba salvado.
Esa noche se hizo un gran banquete en su honor. Le construimos una estatua, lo íbamos a nombrar rey, pero tuvo que irse. Dijo que su historia no acabaría aquí. Explicó cómo debía salvar a otros reinos, y entonces se marchó. Nos quedamos ahí, felices por haber sobrevivido y poder reconstruir el reino, pero tristes por verlo irse. 
Han pasado años desde aquel entonces y no sabemos qué es lo que pasó con él.  

No hay comentarios.:

Publicar un comentario