martes, 2 de julio de 2019

Una justicia sin terminar




Me preguntaron: ¿Cuál es tu nombre? “Elizabeth Torres”. Al principio tenía mucho miedo, no sabía qué podría pasar conmigo y con aquel señor. Siguieron con las preguntas sobre cuál era mi caso, entre otras cosas, a lo que contesté: 
─Mi padrastro abusaba sexualmente de mí y sufrí violaciones. 
Aún lo recuerdo perfectamente, todo a detalle, a pesar de que era bastante pequeña, con mucho miedo y sin saber que podía hacer. Intenté platicarlo con mi madre, pero no me creyó. Me lo guardé por unos cuantos, o, mejor dicho, varios años. Sentía que el mundo se me venía abajo. Me veía perdida, sin un rumbo que seguir.
La única persona que llegó a estar ahí para mí fue mi abuela. Ella confió plenamente en lo que le dije y nunca dudó ni un poco.
Por fin me pude sentir un poco segura. Me dijo que no nos podíamos quedar sentadas sin hacer nada, que teníamos que hacer algo al respecto, como levantar una demanda contra aquel sujeto, lo que, con mucha inseguridad y nervios, acepté. Esa bella mujer me ayudó a seguir adelante, a no dejarme caer con mi situación.
Desgraciadamente ya había pasado mucho tiempo y cada vez teníamos menos pruebas que avalaran lo sucedido, y la demanda no procedía.
Siempre me preguntaba: ¿por qué a mí, qué es lo que había hecho para merecer eso?
Tuve varios deseos de acabar con mi vida, ¿pero qué sentido tendría? Sabía que de alguna manera esto debía acabar y alcanzar justicia, o algo a favor.
La denuncia se demoró bastante. Por un momento pensé que no se iba a poder hacer nada, hasta que por fin llegó mi caso. Pensé que sería otro martirio, porque me harían muchos estudios, preguntas y lo menos que quería era recordar con exactitud cada suceso de lo vivido. Pero, a pesar de eso, cada vez sentía que salía de un miserable agujero y poco a poco era más libre.
Unos días antes de presentarnos en la corte, quiso venir a mi casa, ya que yo ya no vivía con ellos, y quiso convencerme de no hacer nada sobre el tema, de que abandonara todo el proceso que había hecho. Pero mi enojo y coraje no me lo permitieron ni por un momento.
El día del juicio definitivo me sentía muy nerviosa. No sabía qué era lo que iba a pasar. Sin embargo, estaba muy preparada y atenta a cualquier pregunta que me pudieran hacer.
Lo vi. Ni siquiera podía mirarlo a la cara. Me daba mucha rabia y bastante asco, algo que no podía controlar.
Al final del litigio todo iba perfecto, hasta que el juez comenzó a ponerse a favor de él. Todavía no logro comprenderlo, no sé cómo llegó a pasar eso. Lo único era que ya no quería volver a ver a esa horrible persona nunca más.
Mi padrastro, desafortunadamente, no fue a la cárcel; solo tuvo una restricción contra mí. Aun así, mi mamá nunca me creyó y siguió con él.
Todavía no puedo creer que hayan formado una familia. Tuvieron dos hermosas hijas. Aunque yo frecuento muy seguido a las niñas, él nunca puede estar donde yo esté. Siempre hablo con mis hermanas, intento estar al pendiente de que si alguna vez sienten algo raro lo hablen conmigo.
Hasta hace muy poco tiempo logré perdonar a ese sujeto. Me costaba demasiado, pero sé que ha sido lo mejor que he podido hacer. Siento un peso menos encima. En algunos momentos llegué a tener altos y bajos; sin embargo, siempre intenté estar con la cabeza bien arriba.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario