martes, 1 de junio de 2021

El desconocido de la calle Once

Itzel Jazmín Madrigal Pérez

 

Entre los años sesenta y setenta del siglo pasado, mientras estaban presente en Mexicali la contaminación por culpa de los estadounidenses y las movilizaciones sociales, se hallaba una calle entera de centros nocturnos pobladas por cachanillas que ahogaban sus penas en alcohol. Debido a los diferentes problemas que ocurrían en esos momentos, y más por los sucesos políticos y sociales que había en la UABC, los preparatorianos y universitarios se la llevaban todas las noches de fin de semana en la conocida calle Once.

Un domingo como tantos, con vientos agradables y noches estrelladas, se encontraban en uno de esos lugares un grupo de jóvenes de entre 18 y 19 años de edad. Tres damas iban en compañía de dos coquetos caballeros. Dos de las tres chicas tenían de cita a los muchachos. La tercera y la más hermosa de ellas se distinguía por pómulos marcados y ojos tan grises que podías ver tormentas en su interior y una melena tan roja que te hacía pensar que se estaba quemando al caminar.

Habiendo ingresado los cinco, se situaron en la esquina del local. Las parejas en sus coqueteos dejaron excluida a Nora. Al ver esto, un apuesto hombre, con rostro, labios y nariz perfecta, unos hermosos ojos cafés brillantes y un cabello perfectamente acariciable, se acercó a la joven ya aburrida, invitándola a bailar. Ella, al ver al airoso, no dudó en ir con él. Los adolescentes que la acompañaban solo voltearon a mirarla y continuaron con su charla.

Llegando a la llena pista de baile ambos decidieron entablar conversación, pero como Nora era demasiado tímida el veinteañero tuvo que comenzar.

¡Precioso vestido, luces encantadora! –le comentó.

Al ver que el galán le coqueteaba de una manera que no le resultaba agradable, ella le reclamó:

–Creo que deberíamos empezar conociéndonos y no halagando.

–Oh, disculpa. Me llamo Leviathan, tengo 25 años, vivo no muy lejos de aquí. ¿Algo más que necesites? ¿Tu nombre es...? –contestó él divertido.

La grisácea de ojos, al escuchar cómo se llamaba su acompañante, le restó importancia, pues solo pensaba que era un nombre poco común. Sintió una sensación de rareza al no saber por qué se divertía y solo respondió:

–Nora, mi nombre es Nora. Y no, no necesito más. ¿Podemos continuar bailando?

Después de varias horas casi infinitas, ambos se cansaron y decidieron salir a tomar aire. Al ver la calle sin presencia de nadie más tuvieron una extraña sensación de paz. Leviathan, al ver que Nora titiritaba, le pasó por encima de los hombros su abrigo de lana, mientras se sentaban en la orilla de la banqueta gris y descuidada a las afueras del bar. Se mantuvieron callados, contemplando el cielo nocturno, la brillante y redonda luna.

Una que otra vez compartían comentarios sobre los problemas que aquejaban a la ciudad. La joven estudiante, al ver lo tarde que era y acordándose de sus amigos, intentó despedirse.

–Lo lamento, me tengo que ir. Debo regresar por mis amigos, mañana tenemos clases. Pero si tú lo deseas podemos volver a salir.

–¿Tan temprano? Ni siquiera ha pasado la hora de las brujas, apenas empieza la diversión –replicó Leviathan.

La pelirroja le preguntó, asustada:

–¿A qué te refieres? ¿Sabes que aquí todos somos católicos?

–Si es así, ¿por qué has cometido tantos pecados? Creo que no todos practican su religión, como dicen –objetó el joven bruscamente.

–¿Qué estas insinuando? No entiendo, yo no he cometido nada.

–¿Segura? Porque desear a un hombre es un pecado, según ustedes. ¡Claro que para mí no tiene importancia! Pero, ¿para ti?

–Yo no he ansiado a nadie, ¡y claro que me importa! ¿Quién eres? –le preguntó Nora, temerosa.

–¿No? ¿Por qué entonces pude alcanzar a apreciar tu mirada de lujuria al verme? ¡No eres más que una simple y vil pecadora, y te haces creer que perteneces a un dogma! ¡Ja! Claro, ni siquiera lo respetas –la reacusó el engalanado.

–¡¿Quién eres?! ¡Contéstame! 

–Quién soy… Esa es una buena pregunta. Verás: para empezar, soy inmortal, soy el príncipe del infierno; era un ángel y fui desterrado. Ahora que sabes todo esto debo matarte.

La bella chica no tuvo tiempo ni de reaccionar, al ver que se había ido el elegante varón que hacía unas horas había conocido; en su lugar aparecía un demonio. El hombre se había convertido en una masa de por lo menos tres metros de altura, cabeza deforme, dos filas de dientes afilados; en sus brazos se encontraban marcas rojas, piel con rajaduras. Nora no pudo hacer nada más que quedarse de pie.

El diablo, al ver que la joven no se movía, aprovechó para matarla. Comenzó por quitarle los ojos, después desgarró cada extremidad de su cuerpo, le cortó la garganta y finalmente le arrancó el corazón y lo aplastó, convirtiéndolo en polvo.

Una vez terminado, dejó el cuerpo mutilado en el pavimento y se esfumó.

Al día siguiente todos los rumores se esparcieron por la ciudad. Los amigos de la universitaria solo informaron que se había ido con un extraño y que no sabían más.

Se empezó a decir que la muchacha había muerto por obra de Dios y por grandes pecados cometidos. Las autoridades encontraron el abrigo del famoso hombre, pero nunca supieron a quien había pertenecido.

Desde ese entonces la calle Once se fue abandonando. Nadie iba ya a los centros nocturnos, porque pensaban que su gran Dios los mataría como igual había matado a la pobre e inocente Nora.  

(Tercer semestre de preparatoria, 2019).

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