martes, 1 de junio de 2021

Teclas de melancolía

Paola del Carmen Gil Salazar

 

Hace algunos años (sesenta, para ser más específicos), cuando apenas acababan de inaugurar los cines en Mexicali y la educación se encontraba próspera, se construyó la escuela Presidente Alemán.

Esta institución contaba con un profesor de música que se especializaba en el piano. Lo amaba tanto, era su pasión y eso lo llevó a ser un muy buen maestro. Sus alumnos lo admiraban y le pedían que tocara para ellos, pues tenía una excelente interpretación de melodías hermosas.

Pero había un detalle: en sus adentros, el increíble profesor sentía un gran vacío. Estaba decepcionado de sí mismo y de hasta donde había llegado. Amaba su profesión, enseñar era una cualidad suya que apreciaba y agradecía; sin embargo, él quería que su música fuera más allá de ser escuchada por sus alumnos.

Uno de sus sueños era actuar frente a miles de personas, o al menos en el principal teatro de la ciudad; incluso tenía la ilusión de presentarse en televisión, pues Mexicali recientemente había creado su propio canal local.

Durante las tardes en la escuela él se quedaba practicando sus interpretaciones, primeramente, porque no tenía suficiente dinero para comprar un piano y, segundo, porque le gustaba imaginar que algún día se convertiría en el músico que tanto ansiaba.

Un día el profesor se encontró con un muchacho. Este se hallaba sentado en el banquillo del piano y miraba el mueble con un brillo particular; tocaba sus teclas de forma tan delicada, como si el instrumento fuese tan frágil y con solo su tacto fuera a romperse.

Al notar todo esto el maestro habló:

–¿Tocas? –Se acercó a paso lento para dejar sus cosas cerca del piano. El muchacho, al notar su presencia, volteó a verlo.

–No en realidad, pero me encantaría. –Regresó la vista al teclado para mirarlo nuevamente con ese particular anhelo.

Y así fue como, desde ese momento, el joven, llamado Vante, se convirtió en su aprendiz de tiempo completo. Entonces el profesor dejó de sentirse tan vacío, pues ahora creía que tal vez habría alguien que podría cumplir los sueños que él no pudo lograr.

Pasaron meses, en los que Vante practicaba y practicaba. Lo hacía con amor, igual que su maestro. El chico estaba feliz de aprender.

Mas llegó el día en el que el muchacho tuvo que partir y graduarse. Y ahí estaba el profesor nuevamente vacío, enseñando con amor, pero viviendo en la monotonía.  

El querido maestro finalmente cayó en depresión. Dejó de dar las emocionantes e increíbles clases que solía impartir. Los alumnos ya no lo querían más y se quejaron con uno de los directivos.

Fue despedido. Pero todavía amaba el piano y quería volver a tocar, así que pidió permiso para practicar una de sus hermosas melodías. La escuela accedió.

Se suicidó en el mismo salón de música. Su cuerpo fue encontrado inerte en el piso del aula. La causa fue una sobredosis de pastillas. El hecho no se comentó a ninguno de los alumnos.

Días después del incidente, Vante acudió a visitar su queridísima escuela, sobre todo a su tan preciado profesor de música. Quería contarle que había realizado una presentación en otra ciudad. Deseaba que se sintiera orgulloso de él.

Al llegar preguntó por el maestro. La secretaria lo miró con pena. En ese momento el mundo del joven se vino abajo. Entró en pánico, pero no pensó en lo peor, solo que tal vez el profesor se había ido de la escuela, quizá de la ciudad. Pero claro que no era así.

Tras saber lo que había ocurrido se quedó unas horas en las instalaciones, hasta que se hizo de noche.

–Puedo jurar que lo escuché tocar. Él estaba ahí, yo lo sé comentó el muchacho a su madre al volver a casa y, sin más, se soltó a llorar.

Tiempo después algunos otros testimonios del personal de la escuela verificaron este hecho: al pasar las cinco de la tarde se escuchaban las notas del piano por el plantel. Sin embargo, cuando se acercaban a ver quién tocaba, nunca había nadie.

 (Tercer semestre de preparatoria, 2019).

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