martes, 1 de junio de 2021

Hasta la última nota

Eitán Edric Aguilera Montoya

 

En la década de los años cincuenta, Mexicali iniciaba su desarrollo de manera muy rápida. Desde esos tiempos se cuenta una de las más antiguas leyendas de la ciudad: el lamento de la profesora de música de la escuela Leona Vicario.

Este plantel era reconocido por su antigüedad, su nivel académico, sus hermosas instalaciones, así como sus profesores. Al estar creciendo la ciudad surgieron nuevas colonias, y esto llevó a la construcción de otras primarias, las cuales no lograban el éxito que tenía aquella escuela. A los padres de familia no les importaba la distancia que debían recorrer para llevar a sus hijos hasta donde se encontraba.

La Leona Vicario también destacaba por las clases de música. ¿Cuál era la razón? La respuesta es que la profesora de esa clase era una jovencita con un gran talento, además de alegre y hermosa. Tenía una manera incomparable de tocar el piano. Nadie en Mexicali podía hacerlo como ella; su música lograba hipnotizar a los niños de todas las edades y atraer a todo quien la escuchara, como flor a una abeja. No había quien no disfrutara las melodías de la profesora; sus notas acariciaban como brisa de mar al atardecer en el rostro.

Estaba por terminar el ciclo escolar y se sabía que una nueva escuela abriría sus puertas el ciclo siguiente. El director de ese naciente plantel quería que fuera de los mejores de la ciudad, para lo cual estaba buscando a los profesores más reconocidos. Y sabía que aún necesitaba algo para poder atraer a padres y alumnos: tener como profesora de música a la bella maestra de la Leona Vicario.

Hacia finales de junio, ese director fue a la primaria de la avenida Reforma para ofrecerle trabajo a la joven maestra, lo que no fue aceptado por ella, manifestando que estaba muy cómoda con el salario y el trato que recibía en su actual trabajo, así como su relación con los padres de familia. El director intentó convencerla diciéndole que su nueva escuela sería la mejor que Mexicali tendría, pero aun así ella rechazó la oferta.

Durante la semana siguiente, el director siguió yendo a visitarla, haciéndole siempre una propuesta mejor que la anterior, pero aun así no consiguió su propósito, ya que la profesora estaba comprometida a quedarse donde pudiera enseñarles a más niños y ser buena maestra y no estaba interesada en el dinero que pudieran pagarle.

El último día del ciclo escolar, el personal del plantel terminaba de guardar las cosas para cerrar e irse de vacaciones. El edificio permanecería solitario durante dos meses, hasta que alguien lo volviera a abrir para asearlo.

La maestra de música también guardaba sus instrumentos en el sótano, para evitar que alguien intentar robarlos, cuando llegó el director a reiterar su propuesta de trabajo. La profesora, ya harta por tanta insistencia, comenzó a insultarlo y a gritarle, diciéndole cosas como: “¡Ya sabe que su escuela será un fracaso total, por eso es que está aquí insistiendo de nuevo!”, seguidas de una gran cantidad de groserías que molestaron mucho a aquel director. Este, muy enojado, explotó respondiendo los insultos de la maestra con una bofetada, pero con tanta fuerza que hizo que ella retrocediera y resbalara con una flauta que estaba en el piso. Cayó por las escaleras y rodó hasta el fondo del sótano, golpeándose la cabeza, lo que hizo que se desmayara.

Al ver lo que había causado, el director entró en pánico, pues pensó que la había matado y que iría a la cárcel. En un momento vio cómo su vida se iba a la ruina, pero se dio cuenta de que solo quedaba un conserje en la escuela.

Rápidamente tomó todos los instrumentos musicales y los empezó a guardar en el sótano, acomodándolos encima del cuerpo de la maestra para esconderlo. Después de esto, cerró las puertas y huyó del lugar lo más rápido que pudo, sin que nadie lo viera retirarse.

Horas después, la profesora despertó con un gran dolor de cabeza y sin fuerzas. Haciendo un gran esfuerzo logró salir debajo de los instrumentos que la cubrían. Trató de abrir la puerta del sótano, pero no pudo, porque estaba cerrada con seguro. Lo intentó varias veces, mas pronto se dio cuenta de que no lo conseguiría. Gritó, lloró, pidió por auxilio, hizo todo el ruido posible, esperando que alguien la escuchara. Pero ya era muy tarde: el conserje se había ido hacía un par de horas y solo quedaba ella en la escuela; no había nadie que la ayudara.

Pasaron los días y poco a poco la maestra iba perdiendo la esperanza de que alguien llegara a  rescatarla. Nadie volvería a la escuela en muchos días, debido al periodo de vacaciones. Empezó a enfermar por desnutrición y deshidratación, y apenas llevaba diez días encerrada cuando ya estaba lo suficientemente débil para que pudiera sostener su propio peso con sus piernas.

Haciendo un último esfuerzo, se sentó en el banco del viejo piano. Decidió hacer lo que la hacía sentir viva: tocar. Pero el estado de salud en que se encontraba no era suficiente para que su música fuera como ninguna otra. Y mientras la canción llegaba a su fin, sentía cómo el alma salía de su cuerpo. Tocó la última nota cuando su corazón dejó de palpitar.

No fue hasta dos meses después cuando un olor repugnante proveniente del sótano hizo que la encontraran, con su piel pegada a los huesos.

Desde ese día, en los momentos en que solo queda una persona en la escuela, se oye una hermosa melodía de piano proveniente de aquel oscuro lugar. Los acordes atraen a quienes los escuchan y, una vez que bajan, la ven sentada en el banco, muy hermosa y con una aura de luz a su alrededor. Entonces deja de tocar y se levanta lentamente, se voltea hacia la persona, mientras su piel se comienza a pegar a sus huesos y su frente comienza a sangrar, al tiempo que grita: “¡Ya no tiene caso, ya es muy tarde!. Luego desaparece, dejando a quien la vio soñando toda la vida con su rostro y su canción.

Y cada noche, exactamente a la hora en que murió, se puede escuchar por los pasillos de la Leona Vicario la misma canción que la profesora tocó mientras moría, esperando a alguien que la escuchara para que pudiera ayudarla.

(Tercer semestre de preparatoria, 2019).

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