jueves, 13 de junio de 2019

El arte de dioses





Desde antes de que yo llegara a pisar la Tierra, ya podía escuchar la voz de mis padres leerme cuentos provenientes de la colección Grandes Relatos. Mi inquietud por el abecedario y todo lo que puede formar, fue despertada por mis dos creadores, quienes hicieron mi infancia llena de historias clásicas, tales como "Pulgarcita", Las mil y una noches, "El patito feo", "El flautista de Hamelín", entre muchas otras.
Conforme fui creciendo, mi madre seguía leyéndome por las noches. Me convertí fanática de la lectura a muy corta edad. Cuenta la mujer de mi vida que yo leía desde antes de aprender a leer, desde antes de siquiera hablar claramente. ¿Cómo sería eso posible?: tomaba un libro entre mis manos e inventaba mis propias historias con los dibujos y con lo que mi imaginación me daba.
El momento en el que tuve mi primer libro propio será algo que mi señora nunca olvidará. A mis dos años de vida, ella solía ir a un tianguis a los Estados Unidos, llamado Santo Tomás. Allá vendía peluches y juguetes frente al jardín de niños al que mi hermano asistía. Yo, como de costumbre, la acompañaba. Normalmente, lo que cautivaba mi atención eran los muñecos. Pero un día, un mundo de letras deleitó mi vista. Pinocho fue el primero de mi colección de libros de Disney. Después de eso, cada vez que íbamos a surtir la mercancía de mi madre, yo surtía mi valiosa colección.
Cuando entré al jardín de niños, me sentí lo más feliz posible. La maestra que me impartía las clases, llamada Angélica, nos enseñó el abecedario y su escritura. Ella misma me impulsaba en ese ámbito y me autorizaba a leerles cuentos a mis compañeros.
Desde que la escritura se añadió a lo que eran mis conocimientos, no paraba de escribir. Tenía siete años y ya decía crear poemas. En cada fecha especial, dedicaba cartas a mis seres queridos. Incluso, con mi hermano, jugábamos a componer canciones; él tocaba el instrumento y yo cantaba, orgullosa, ya que eran temas de nuestra autoría.
Mi etapa de la primaria no fue algo tan relevante en cuanto a la literatura. Pero una cosa puedo rescatar: en segundo año leí mi primer clásico, Robin Hood, de Howard Pyle. Además, en cuarto año disfruté el primer libro que removió mis emociones a más no poder, al grado de que por cada palabra que leía una lágrima de mis ojos salía: Belleza negra, escrito por Anna Sewell. Mis primeras dos joyas directo al tesoro más hermoso.
El momento en el que la escritura llegó más profundo a mi persona, fue en la secundaria. Los dos textos que más me llenaron fueron poemas. Uno titulado “Desde tu partida”, el cual escribí junto a quien era mi mejor amiga en ese momento. El segundo, “Amor que no se sabe”, dedicado a quien fue mi amor secreto.
La lectura y escritura es un amor que suelo dejar de lado. Honestamente, cuando me siento con un lápiz y una hoja frente a mí, las palabras suelen fluir desde lo más recóndito de mi alma. En un futuro espero que este arte de dioses bendiga mi ser aún más de lo que lo ha hecho.

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