sábado, 15 de junio de 2019

La buena enfermera



A inicios de la época de los setenta en el siglo XX, Mexicali ya era una ciudad industrializada, aunque también había trabajo en el campo.
Todos los días la gente se levantaba muy temprano a cumplir su labor para ganar dinero, mantener a su familia y brindar un grande futuro a sus hijos, al poderles pagar la universidad, la cual tenía escasos años de haberse fundado en la ciudad.
En esos tiempos no había muchos lugares para divertirse, pero existía una tradición mexicalense: el béisbol. Ir a mirar los partidos de los Águilas ya era considerado tradicional. Otra actividad que al pueblo le gustaban eran ─y siguen siendo─ las Fiestas del Sol, algo nuevo en los setenta.
De entre todos las personas en la ciudad, había una mujer que vivía para trabajar. Era madre soltera y debía mantener a sus hijos.
La mujer se esforzaba duro, daba todo su potencial. Como resultado de su desempeño laboral, el jefe de una compañía agricultora la observó por varios días, pues le había encantado su forma de trabajo y velocidad en las actividades. Entonces decidió invitarla a trabajar con su compañía.
Encantada la mujer por la invitación, les dio a sus hijos la noticia, para que la ayudaran más en la casa, ya que estaría ocupada. Para el siguiente día ya iniciaría con su labor en el campo.
Día con día, sin parar, sin descanso, la mujer cumplía con todas sus tareas y solo recibía el salario mínimo, un poco más de lo que ganaba en su anterior trabajo. Después de un par de años laborando para la misma compañía, consideró que debería tener una mejor percepción.
Tomó el valor para ir con el mismo hombre que la había contratado en un principio y le exigió un aumento.
Le dijo el jefe:
─¿Por qué quieres un aumento? Yo creo que tu salario es lo más justo.
Ella contestó:
─Creo que mi trabajo es algo rudo y un poco pesado. Mi horario laboral es de doce horas todos los días; con trabajo me paga las horas extras y nunca he tenido vacaciones. Aparte, el clima es muy extremo, me he deshidratado al menos cinco veces en estos dos años. ¡Merezco firmemente un poco más!
─Pues no estoy para complacer deseos. Si no estás cómoda o conforme con este trabajo, mejor vete.
El siguiente día la mujer no fue a trabajar. Se había sentido ofendida por el trato del jefe y tomó sus palabras como un despido.
Durante algunas semanas la señora buscó un nuevo empleo, que le fuera suficiente para sostener a sus hijos. Lamentablemente, en todos los lugares adonde llegó a solicitar trabajo fue rechazada. Todos los encargados le dieron la misma respuesta: “Tienes experiencia, pero no educación. No te quiero”.
La mujer ya no sabía a dónde acudir. Una noche lluviosa y oscura, empapada en llanto y con mucha angustia, de nuevo sin ser aceptada en ningún lugar, se lamentaba. Por último fue a una calle principal, caminando muy despacio. Se paró en medio de los carriles y la arrolló un camión.
Volvió en sí junto a la banqueta, con sus piernas completamente rotas. Se arrastró sufriendo hasta el Seguro Social que estaba muy cerca de ahí. Pero unos metros antes de llegar a la puerta principal murió con dolor.
La mujer despertó en una cama dentro del Seguro, sin algún golpe o rasguño. Se levantó bien y recorrió todo el hospital. El ambiente le gustó tanto que decidió hacerse enfermera.
Nunca supo que en realidad había muerto.
La nueva enfermera se tomó en serio su trabajo. Iba con un paciente que ya estuviera en etapa terminal a mitad de la noche y lo trataba como nunca: le leía libros, le ponía el corrido de “Puro cachanilla”, que ya era el himno de Mexicali. Le daba al enfermo un cuidado excelente.
El siguiente día el paciente se despertaba con intenciones de buscar a su enfermera estrella. Sin embargo, resultaba que ella no existía.
Inesperadamente, el paciente que ha sido atendido por ella fallece la siguiente medianoche.


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