Al estar en el salón número 4 del Instituto Salvatierra entraron el profesor Morgan y la maestra Ruth Araiza (aunque nosotros le decimos Cuqui de cariño), a explicarnos y darnos los requisitos del viaje al parque Belmont Park, de San Diego.
Nos especificó muy bien la hora de salida, que de hecho
era en la mañana. A las 4:00 a.m. debíamos encontrarnos en el cruce peatonal
que está en contraesquina con el Hotel del Norte, y al cruzar nos veríamos en
Sam Ellis.
En el momento de subir al camión varios amigos se
organizaron para ver con quién irse durante el camino. Yo me fui con mi amigo
Carlos García, porque nos llevamos muy bien los dos. Con él se agarra curada y
es muy fácilmente ponerse de acuerdo.
Por fin arrancó el camión y todos se pusieron contentos,
aunque no duramos mucho en él. Como todos tenían hambre por lo temprano que
era, los coordinadores Morgan y
Cuqui nos llevaron al famoso Jack In The Box.
Todos desayunamos muy a gusto. Yo, por mi lado, me comí
cinco de los ricos tacos del restaurante Jack, y por cierto una soda Dr.
Pepper muy refrescante. Después continuamos nuestro viaje.
Llevábamos cerca de tres horas en el autobús, pero no de
aburrimiento, ya que todos mostraban cara de asombrados por el hermoso paisaje
que atravesábamos yendo a Belmont Park.
“Parece que vamos volando”, dijo mi amigo Abel Gaspar,
cuando vimos unas grandiosas y blancas nubes muy cerca de nosotros. Un poco
más al frente Carlos exclamó: “¡Miren, es Sea World, y a un lado está nuestro
destino!”.
¡Llegamos a Belmont Park! Y lo primero que nos dijeron
los maestros fue: “Ustedes ya están grandes y son responsables, así que nos veremos
todos en este lugar en nueve horas, ya pueden divertirse”. Todos gritaron de
satisfacción y se bajaron.
El clima era perfecto, hacía un fresco aire con un
cálido sol. Las personas que se paseaban ahí disfrutaban del mar, la arena, el
sol y los juegos mecánicos. Justo lo que íbamos a hacer nosotros.
Abel, Calos y yo decidimos ir primero a la montaña rusa;
pero antes nos pusimos nuestros trajes de baño, para estar cómodos. Nos
subimos quince veces, ya que era muy divertida y adictiva. Seguimos
turisteando y platicando de lo bien que la pasábamos, para luego ir a comer.
Otro juego mecánico al que subimos fue el que gira muy
rápido y luego te balancea hacia los lados. Esa atracción tenía mucha
adrenalina. Al terminar el tiempo de girar y girar, vimos que habían abierto
las pistolas láser. Compramos pases ilimitados y jugamos Guerras Láser por un
buen rato.
El maestro Morgan
nos propuso: “Hay que ir a rentar bicicletas para pasearnos por los
alrededores del parque. ¿Qué les parece?”. Todos le respondieron con un sí.
Fuimos a la tienda y pagamos diez dólares por dos horas, las cuales
aprovechamos muy bien.
Nos quedaba una hora para luego regresarnos, y a donde
no habíamos ido era al mar y al minigolf. Entonces dijimos que estaría bien
ser golfistas por treinta minutos y el resto del tiempo nadadores. Jugar minigolf
fue algo fuera de lo común, fueron 18 hoyos muy entretenidos y un ambiente muy
amigable. Yo salí victorioso de una de las tres rondas que competimos.
Finalmente, Abel, Carlos y yo fuimos a refrescarnos nadando
en la playa, y jugamos vóleibol con una pelota que me gané en un juego de
feria. Pasando los treinta minutos nos dimos un regaderazo, juntamos nuestras
cosas y nos subimos al camión, para volver a Mexicali.
Cabe decir que aquel 22 de junio de 2013 fue uno de los
mejores y más divertidos días que pasé en convivencia con mis amigos del Instituto
Salvatierra, esperando que se vuelva a repetir un viaje como ése.
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