domingo, 16 de junio de 2019

“Si no te vas conmigo, no regresarás vivo”



Un día como hoy, entre los años sesenta y setenta, en Mexicali, había una hermosa mujer, con ojos azules como el cielo y de una importante familia. Ella pasaba por el parque, al igual que todos los días, camino a la universidad, la cual había sido fundada en 1957 por el gobierno. Pero esa mañana fue diferente. Al cruzar por la calle un auto casi la atropelló. Alcanzó a frenar el joven conductor, pero por poco pudo ocasionar un accidente terrible.
La mujer estaba entre asustada y enojada, pues ella había respetado las señales de tránsito, ¡él era el que se había equivocado!
El joven bajó de su coche. Fue amor a primera vista. A la mujer se le escapó el enojo al verlo a los ojos.
Después de un juego de miradas, el hombre le preguntó si se encontraba bien. Ella respondió con un sí, y le preguntó si él era nuevo en la ciudad, pues nunca lo había visto. Él contestó con un así es: después de la clausura del programa de braceros en Estados Unidos, se enteró que de aquí, en Mexicali, se estaba implementando un programa de maquiladoras, el cual proporcionaba empleo. Él estaba en busca de uno.
Ya era hora de su entrevista de trabajo. Aunque él no quería irse, tenía que hacerlo. Le pidió indicaciones a la señorita para llegar a un hotel e instalarse. Ella, con mucho gusto, le dio la dirección del Hotel del Norte, que se encuentra a un lado de la línea fronteriza.
Cada uno se fue por su lado, con una gran sonrisa de oreja a oreja. Durante todo el día Julieta, la bella mujer, no podía dejar de pensar en el joven que casi acababa con su vida, cuyo nombre todavía ignoraba. Julián también seguía pensando en aquella mujer amable y bonita.
Así estuvieron por varios días, recordando y recordando el uno al otro, hasta que por azares del destino se volvieron a encontrar. Julián, rumbo al trabajo, en vez de usar una ruta corta decidió irse por la más larga, para pasar por el parque, buscando ver de nuevo a quien pensaba que sería el amor de su vida.
Y fue así: la hermosa mujer iba caminando bajo los árboles. Ambos pararon en el mismo semáforo. Y Julieta volvió a sentir las mariposas. El joven, emocionado, bajó de su auto y la saludó.
―Hola. ¿Te acuerdas de mí? ―dijo, nervioso y con una sonrisa.
―¡Cómo no acordarme del hombre que casi me quita la vida! ―contestó ella, riéndose.
Ambos sonrieron y siguieron caminando. Hablaron y hablaron hasta darse las seis de la tarde. A ninguno le importó faltar a la escuela o al trabajo. Él se ofreció a llevarla a su casa y ella, sin dudarlo, dijo que sí.
A la puerta de su casa, Julieta le dio las gracias y besó su mejilla.
―Nos vemos mañana ―se despidió, con una gran sonrisa.
Él contestó: ―Claro que sí. Buenas noches, descansa.
Julieta nunca se había sentido así de emocionada por un hombre. Pensaba que en realidad se estaba enamorando.

Pasaban los meses y ellos se seguían viendo. Les gustaba pasear por Mexicali y caminar por el parque. Se convirtieron en novios más tarde. Julieta era la mujer más feliz, pues desde pequeña deseaba casarse con un príncipe azul.

Un año después Julián decidió pedirle matrimonio, en el parque donde se habían conocido. Llegó el día de la propuesta. Él no se veía muy entusiasmado, pero estaba seguro de que quería casarse con ella cuanto antes. Julieta, sin dudarlo, respondió que sí, que deseaba convertirse en su esposa lo más pronto posible.

El día de la boda, la joven se mostraba realmente inquieta y feliz, su sueño estaba por volverse realidad. Por otro lado, Julián no se sentía igual que ella, más bien lo invadían los nervios.

―Acepto ―dijo ella, con lágrimas en los ojos.
―Acepto ―dijo él.
Ambos salieron de la iglesia hacia San Felipe, donde sería su luna de miel. Julieta tenía pensado ir a la playa, pasear en un bote y divertirse.
De camino, por la carretera, la joven hablaba y hablaba del futuro, hijos, mascotas, nueva casa…, mientras que su esposo, con la vista al frente, solo asentía con la cabeza. Julieta pensaba que algo estaba mal con él, pero prefirió no decir nada. Cayó rendida, se durmió.
Al abrir los ojos, se encontraba en un cuarto, completamente encerrada. No sabía dónde estaba, solo escuchaba carros pasar; sin embargo, por más que gritaba nadie la ayudaba. Intentaba abrir la puerta, pero todo intento fue inútil.
Los primeros días no paraba de llorar. Se preguntaba por qué Julián le había hecho eso. Los siguientes días creció el odio y el enojo hacia su esposo y todos los hombres, y se prometió que cuando saliera de ese cuarto les iba a hacer la vida imposible. No pasó mucho tiempo viva, la falta de agua la mató.
Los padres de Julieta estaban destrozados, por no encontrar a su hija. Intentaban contactar a Julián, pero no sirvió de nada, pues nadie lo conocía. Más tarde descubrieron que ese no era su verdadero nombre y que había estado ligado a varias muertes de mujeres. Tal era la verdadera razón por la cual había venido a Mexicali.
Ahora se dice que, si un hombre va solo por la carretera a San Felipe, una bella mujer vestida de blanco se les aparece en el camino, amenazándolos, diciéndoles: “Si no te vas conmigo, no te vas con nadie”.

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