sábado, 15 de junio de 2019

La bestia color rojo vivo


Alira Nicol González Delgado



Allá por los años sesenta, en Mexicali, donde apenas había surgido el primer canal de televisión local y donde poco a poco la ciudad iba evolucionando y se iban creando nuevas colonias por el crecimiento de la población, llegaron los clubes nocturnos como novedad a la calle Once. Estos comenzaban a ser muy concurridos por los jóvenes, quienes asistían ahí para divertirse. Las bebidas alcohólicas estaban en su máximo esplendor, y la juventud sí que disfruta de esa novedad.
Ya era una costumbre que los muchachos invitaran a las señoritas a bailar. Fue una noche de esas cuando la tragedia ocurrió.
Cuenta la leyenda que cierta vez, en una de las discotecas populares ㅡla cual era muy pequeña para nuestros tiempos, repleta de parejas divirtiéndose, con una pista de baile en el centro y con solo una bola de disco que alumbraba todo el lugarㅡ, apareció un joven apuesto, de buen vestir y extranjero, el cual se acercó a la señorita más linda de la ciudad. Ella era de cabellera rubia, ojos azules muy brillantes y una sonrisa blanca como perla.
Él, impactado por su belleza, no dudó en ningún momento en invitarla a bailar. Ella, sin pensar tan siquiera un segundo la invitación, aceptó, aprovechando la oportunidad que quizás jamás se le volvería a presentar.
Ambos se dirigieron al centro de la pista. Hombres y mujeres se encontraban maravillados por la gran pareja que hacían. Los dos eran apuestos y codiciados por muchas personas presentes en aquel lugar; además, mostraban una conexión inmensa al bailar.
El joven, siendo de España, sabía bailar flamenco y casualmente la señorita practicaba esa danza. Ella estaba impactada por su buen parecer y su gran habilidad para moverse.
Bailaron y bailaron sin parar. Las horas les parecían minutos, de tan bien que se llevaban. En un momento de cansancio decidieron ir por una bebida. Pero cuando volvieron a la pista, mientras el reloj apuntaba la medianoche, el joven empezó a comportarse de una manera muy extraña. Parecía que le faltaba aire y no tenía la misma emoción que antes al bailar.
Poco a poco fue cambiando de aspecto. Pasó de ser un apuesto muchacho a ser una bestia espeluznante. Su piel empezó a tornarse de un color rojo vibrante, sus ojos aumentaron de tamaño, de su cabeza comenzaron a salir grandes cuernos y sus pies se convirtieron en horribles pezuñas.
Toda la gente, espantada, empezó a gritar y correr por todo el local. Exclamaban: “¡El diablo está aquí!”. Lo repetían una y otra vez.
La joven, por tanto temor que sentía, cayó desmayada al suelo. Su compañero, que ahora era el mismo diablo, desapareció del lugar, dejándola ahí, sola.
La gente que permaneció en la discoteca cuando el diablo seguía dentro, decía que se había esfumado despidiendo una esfera de humo de un color brillante y un olor desagradable, dejando desmayados a uno que otro.
Después ya nadie quería asistir a las discotecas, porque seguían con el temor de ver con sus propios ojos al diablo.
Es por eso que las señoritas, al ser invitadas a acudir a algún centro nocturno ㅡy más si este se encontraba en la calle Once), dudaban en aceptar la invitación, pues temían que su apuesta pareja se convirtiera en una bestia espeluznante que provocara un escándalo por toda la ciudad, así como lo había hecho el mismo demonio.

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