“¡Oh,
no! ¡Ya son las 7:00 a.m.!”, dije al ver mi reloj, mientras estaba en el carro
a punto de llegar a la escuela.
Eran
las siete y todavía no se había escuchado el timbre de entrada. Todos corrían
para no llegar tarde.
Ya
eran las 7:05 y ¡rinnng!, tocó.
Todos
corrieron a formación. Era bastante tarde: 7:10; los alumnos aún entraban a la
escuela, solo que se tenían que formar en la fila de los que llegan con retraso.
El
director se puso a dar su discurso de todas las mañanas. Y, claro, como todos
los lunes, tuvimos los honores a nuestros símbolos patrios.
Los
tambores de la banda de guerra sonaban más fuertes de lo normal, se escuchaba
el retumbar en las paredes.
Después
de las tres primeras clases siguió el recreo. Hacía bastante calor, pero,
gracias a la madre Naturaleza, corría algo de viento, así que no se sentía tan
fuerte.
Los
alumnos de preparatoria tenían una vendimia. Gritaban: “¡Gran vendimia! ¡Vota
por nosotros para rey y reina!”. Esto atraía a muchas personas; todos compraban
con ellos.
Después
de que se terminó el recreo entramos a la clase de matemáticas. El profesor Ely
nos dijo: “Deberán ponerse a estudiar, el jueves tendrán examen”.
¡Y al
fin era la última hora! Estábamos en clase de inglés, con el profesor Arturo
González. Todos gritaban y hablaban en voz alta, era algo desesperante.
Creo
que el profesor se empezó a molestar por nuestro comportamiento. Ya eran las
2:50, el momento de la salida.
Pero
el profesor no nos dejó salir porque habíamos estado hablando mucho. Nos dejó
castigados…
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