sábado, 15 de junio de 2019

Un sueño musical para la eternidad





Cercanos a los años sesenta, en el actual centro histórico de Mexicali vivía una maestra de piano. Esta joven, alta y guapa, con ojos tan azules como el mar, empezó a dar clases en la escuela Leona Vicario. Sin embargo, ella tenía un sueño: quería ser la próxima estrella musical de Baja California.
Su familia era comerciante, tenía un puesto en el mercado municipal; ahí vendían ropa originaria del estado; coloridos vestidos, sombreros de charro de gran ala y hasta se podía encontrar calzado de la región. Esta familia humilde deseaba que su hija heredara el negocio, por lo que no les fascinaba que siguiera un sueño que ellos creían que no era posible. Tampoco los convencía que trabajara de maestra, ya que consideraban inestable esa profesión.
Un día, mientras la joven se dirigía a visitar a sus padres, decidió detenerse a comprar víveres en una tienda. Ahí vio un cartel de la recientemente creada universidad estatal. Se ofrecía un puesto de trabajo como músico. La idea de ser una de las primeras maestras le atraía, ser recordada como pionera en la nueva institución.
Saliendo un domingo de la misa en la catedral, les comentó a sus padres sobre esa oportunidad y ellos le dijeron:
―Inténtalo. Pero, si no lo logras, no digas que no te advertimos que tu sueño es imposible.
Los días pasaban y ella disfrutaba su trabajo en la primaria. Impartía sus clases en el sótano de la escuela, donde se encontraba un piano enorme. Enseñaba el Himno Nacional, notas musicales, diversas partituras. Le encantaba convivir con los niños, solo que siempre buscaba lograr su sueño.
Los profesores, cuando se la topaban, le preguntaban cómo se sentía en su trabajo en el plantel y ella siempre les contestaba:
―Solo estoy aquí de paso.
Estaba convencida de que su talento y actitud la llevarían a alcanzar el éxito de su ambicioso proyecto.
La maestra se quedaba a trabajar después de clases. Los requisitos de la oferta laboral en la universidad consistían en crear una partitura y tocarla ante el público en un festejo organizado por esa casa de estudios. En sus horas extras ella se dedicaba a practicar cada día la pieza que estaba componiendo.
Había un conserje que escuchaba las melodías de la talentosa maestra, y cada vez pasaba por su mente: “Tengo que salir con ella algún día”.
Pero la joven siempre lo ignoraba, e incluso no lo quería, lo trataba mal. Fue así hasta el final del ciclo escolar.
Ese último día era la última oportunidad del conserje para invitarla a salir. Sin embargo, ella se sentía estresada, porque su presentación estaba a la vuelta de la esquina (un par de días). Cuando se lo cruzó y el hombre intentó convencerla de salir juntos, ella estaba tan harta que le dijo:
―¿Qué no ves que yo soy la futura compositora más famosa del norte de México? ¡Yo jamás saldría con un conserje mal pagado!   
El día del evento ella estaba nerviosa. Veía músicos de muchas partes: había mexicanos, chinos, hasta estadounidenses. Para poder concentrarse se puso a leer la partitura y revisar el ritmo. En un instante observó que le faltaba una hoja y se acordó de que la había dejado en la escuela. Rápidamente fue en su búsqueda. Miró el portón abierto de la primaria y bajó al sótano. De repente, en un abrir y cerrar de ojos, se cerró la puerta, quedando ella encerrada.
La única persona que estaba ahí era el conserje. Cuando él vio que era la maestra quien se encontraba dentro, su rencor y sed de venganza lo hicieron dejarla ahí, para que sufriera hasta la muerte.
Su familia la buscó por todas partes, hasta que hallaron su cuerpo semanas después en el sótano de la escuela.
Desde entonces se dice que cuando bajas a ese lugar y ves el antiguo salón de música, se escucha una melodía en el viejo piano, pero no hay nadie tocándolo. Todos creemos que es aquella profesora, que está interpretando la pieza musical con la que iba a ser recordada por el pueblo mexicalense.

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