jueves, 22 de junio de 2017

Así nos conocimos



                                                                                                             
Después de aquella noche que hui del pueblo en que un hombre me quiso sacar los ojos, me fui a residir a Yucatán. Quería empezar una vida mejor. Empecé a valorar más mi existencia desde aquella noche que sentí que estaba cerca de la muerte.
Conseguí un empleo en una tienda llamada Juguetería Molly. No ganaba mucho, pero me podía mantener con eso.
Me contrataron porque sabía cómo atender a los clientes, con amabilidad y respeto. Siempre recibía buenos comentarios de todos.
El 26 de septiembre de 1956 (yo tenía la edad de 22 años) la tienda estaba llena de gente. A lo lejos, por el pasillo de las muñecas de porcelana, miré a una muchacha de ojos azules y cabello obscuro; su piel era blanca y sus mejillas rosadas. Llevaba de la mano a una niña de unos dos años de edad. La pequeña tenía los ojos color miel y el cabello castaño; era muy linda.
Me acerqué hacia ellas para ofrecerles ayuda con lo que buscaran. Llegué e hice mi presentación, como con todos los clientes: “Buenas tardes, bienvenidas a la Juguetería Molly. Mi nombre es Alejandro. ¿En qué les puedo ayudar?”. Yo solo me quedé viendo esos hermosos ojos azules y me acordaba de aquella noche que me querían sacar los míos.
La muchacha me miró por un instante. Sonrió y me dijo: “No, gracias. Solo estamos viendo”. Yo quería conocer su nombre, pero no sabía cómo pedírselo. Le pregunté directamente. Me dijo que se llamaba Laura. Es el nombre más hermoso que he escuchado. Ya lo había oído antes, pero al saber que ella se llamaba así me pareció el nombre más hermoso del mundo.
No sabía qué contestar. Me quedé como si fuera mudo, y lo único que hice fue decirle: “Gracias por su preferencia por nuestra tienda”, y me fui.
¿Por qué hice eso? Sentía que ya no la volvería a ver y que no la encontraría nunca.
Al día siguiente iba caminando al trabajo, cuando la vi sentada leyendo un libro en el parque al otro lado de la calle. Debía hablarle, era mi oportunidad, no podía dejarla pasar de nuevo.
Fui directo hacia donde se encontraba y le dije: “Hola, Laura”. Solo esas palabras me salieron, de los nervios. Ella me sonrió y me contestó: “Hola, Alejandro”. ¡No podía creer que se acordara de mi nombre!
Nos quedamos sentados platicando un rato acerca de nosotros, para conocernos más. Yo debía entrar a trabajar, así que agarré valor y la invité a salir. Laura me dijo muy contenta que sí. Quedamos de vernos el sábado en el café junto al parque.
Ese día llegué al trabajo muy feliz. De hecho, todos mis compañeros me miraban en forma rara, porque, mientras ellos andaban cansados, yo andaba muy alegre esperando a que llegara el sábado.
¡Por fin llegó ese día! Fui al café veinte minutos antes que ella, de los nervios. Estaba tan emocionado que ni yo me la creía. Laura entró. ¡Se veía tan hermosa, no me lo podía creer! Llevaba puesto un vestido amarillo y unos zapatos de metedera color beige. Todo en ella era hermoso.
Permanecimos tres horas ahí. Quería durar mil horas más, pero ya era tarde y debía acompañarla a su casa. Cuando nos despedimos me confesó que se sentía atraída hacia mí. ¡Yo también!, y se lo dije. Ahí mi historia de amor con Laura comenzó.

Texto inspirado en el cuento “El ramo azul”, de Octavio Paz.

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