Después de aquella noche que hui del pueblo
en que un hombre me quiso sacar los ojos, me fui a residir a Yucatán. Quería
empezar una vida mejor. Empecé a valorar más mi existencia desde aquella noche
que sentí que estaba cerca de la muerte.
Conseguí un empleo en una tienda llamada
Juguetería Molly. No ganaba mucho, pero me podía mantener con eso.
Me contrataron porque sabía cómo atender a
los clientes, con amabilidad y respeto. Siempre recibía buenos comentarios de
todos.
El 26 de septiembre de 1956 (yo tenía la edad
de 22 años) la tienda estaba llena de gente. A lo lejos, por el pasillo de las
muñecas de porcelana, miré a una muchacha de ojos azules y cabello obscuro; su
piel era blanca y sus mejillas rosadas. Llevaba de la mano a una niña de unos
dos años de edad. La pequeña tenía los ojos color miel y el cabello castaño;
era muy linda.
Me acerqué hacia ellas para ofrecerles ayuda
con lo que buscaran. Llegué e hice mi presentación, como con todos los clientes:
“Buenas tardes, bienvenidas a la Juguetería Molly. Mi nombre es Alejandro. ¿En
qué les puedo ayudar?”. Yo solo me quedé viendo esos hermosos ojos azules y me
acordaba de aquella noche que me querían sacar los míos.
La muchacha me miró por un instante. Sonrió y
me dijo: “No, gracias. Solo estamos viendo”. Yo quería conocer su nombre, pero
no sabía cómo pedírselo. Le pregunté directamente. Me dijo que se llamaba
Laura. Es el nombre más hermoso que he escuchado. Ya lo había oído antes, pero
al saber que ella se llamaba así me pareció el nombre más hermoso del mundo.
No sabía qué contestar. Me quedé como si
fuera mudo, y lo único que hice fue decirle: “Gracias por su preferencia por
nuestra tienda”, y me fui.
¿Por qué hice eso? Sentía que ya no la
volvería a ver y que no la encontraría nunca.
Al día siguiente iba caminando al trabajo,
cuando la vi sentada leyendo un libro en el parque al otro lado de la calle.
Debía hablarle, era mi oportunidad, no podía dejarla pasar de nuevo.
Fui directo hacia donde se encontraba y le
dije: “Hola, Laura”. Solo esas palabras me salieron, de los nervios. Ella me
sonrió y me contestó: “Hola, Alejandro”. ¡No podía creer que se acordara de mi
nombre!
Nos quedamos sentados platicando un rato acerca
de nosotros, para conocernos más. Yo debía entrar a trabajar, así que agarré
valor y la invité a salir. Laura me dijo muy contenta que sí. Quedamos de
vernos el sábado en el café junto al parque.
Ese día llegué al trabajo muy feliz. De
hecho, todos mis compañeros me miraban en forma rara, porque, mientras ellos
andaban cansados, yo andaba muy alegre esperando a que llegara el sábado.
¡Por fin llegó ese día! Fui al café veinte
minutos antes que ella, de los nervios. Estaba tan emocionado que ni yo me la creía.
Laura entró. ¡Se veía tan hermosa, no me lo podía creer! Llevaba puesto un
vestido amarillo y unos zapatos de metedera color beige. Todo en ella era
hermoso.
Permanecimos tres horas ahí. Quería durar mil
horas más, pero ya era tarde y debía acompañarla a su casa. Cuando nos despedimos
me confesó que se sentía atraída hacia mí. ¡Yo también!, y se lo dije. Ahí mi
historia de amor con Laura comenzó.
Texto inspirado en el cuento “El ramo azul”,
de Octavio Paz.
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