2 de enero de 1998
Queridos Totó y Joel:
Hoy me mudé de casa junto con su padre.
No porque yo haya querido; lo hice por su padre, porque según él y todos lo
demás la antigua casa me hace parecer estar deprimida.
Yo digo que es mentira. Yo sé que
ustedes están bien y eso no tiene que deprimirme.
También tengo la esperanza de que
algún día contesten mis cartas. ¿Acaso están enojados conmigo y por eso no me
escriben? ¿O será que no les llegan mis cartas? Dudo que sea eso.
Por favor, necesito una explicación.
Los amo.
Mamá.
10 de enero de 1998.
Joel y Totó:
Ya han pasado varias semanas desde el
accidente y su supuesta muerte sigue siendo la protagonista de todas las
noticias de la Comunidad de Madrid. Yo río cada vez que escucho algo sobre la situación, porque
esos ignorantes no tienen idea de que ustedes están completamente bien, sanos y
salvos. Sí lo están, ¿cierto?
La verdad es que no tengo duda de eso.
Ustedes siempre se salen con la suya y estoy más que segura de que esos cuerpos
flotantes que los bomberos encontraron no eran los de ustedes, sino unas
réplicas, o algo por el estilo. Estoy más que segura.
Amores, sigo sin entender por qué no
tengo respuesta de ustedes, y me alegraría saber cómo se encuentran y así poder
apartar un día de éstos y visitarlos. Creo que me vendría bien tenerlos en mis
brazos.
Los amo y extraño.
Mamá.
14 de enero de 1998.
Hijos:
Hoy su padre hizo algo ridículo: yo estaba
sentada tomándome un café y me preguntó si quería ir al panteón a visitarlos. Yo, por supuesto, me eché a
reír en su cara. ¿En serio cree que todo fue realidad? ¡No puede ser!
A veces quiero decirle la verdad sobre
todo, ya saben: que ustedes están bien y que están en la antigua casa. Pero,
¿qué pasará si no me cree? ¿Será capaz de mandarme a un manicomio, o algo así?
Mejor me quedo callada.
Lo que no me agrada es que sigo sin
tener ni una sola respuesta de ustedes. ¡Ya los quiero ir a visitar! ¿Se puede?
¿O todavía necesitan privacidad?
Tengo demasiadas preguntas que no han
sido contestadas.
Háganme el favor de comer y dormir
bien. Junto a esta carta van quinientas pesetas para la comida de la semana.
Espero que eso sea suficiente para ustedes. Si no, por favor háganmelo saber de
inmediato; así trataré de conseguir más sin que su padre lo sepa.
Cuídense y no hagan travesuras,
Mamá.
24 de enero de 1998.
Hijos:
Hoy recibí una carta. Tenía la
esperanza de que fuera de ustedes, pero me equivoqué. Era la vecina de nuestra
vieja casa diciéndome que ya nadie vive ahí desde que nosotros nos mudamos.
Sigo sin entender por qué me sigo dirigiendo a ustedes si desde hoy me di
cuenta de la realidad.
La realidad es que ustedes ya no
siguen con nosotros. Tal vez espiritualmente sí, pero físicamente no. Esa
realidad sí que me duele y me entristece más que nada, pero a pesar de eso creo
que es el momento de dejarlos descansar en paz. Sé que nadie leerá esta carta,
pero, aunque ya no estén aquí, siempre seré su madre, y nunca los dejaré de
amar y extrañar, dondequiera que estén.
Hasta pronto,
Mamá.
Texto basado en el cuento “La luz es como el agua”, de Gabriel García Márquez.
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