Cuando yo estaba en tercero de
secundaria, mis padres empezaron a cuestionarme mucho sobre dónde cursaría la
preparatoria. En ese entonces yo estudiaba en el Centro Escolar Integral de
Mexicali (CEIM), pero esa escuela no ofrece preparatoria, y se me hizo difícil
pensar en que abandonaría esa que era mi segunda casa en ese tiempo. Pero sabía
que llegaría el día en que tendría que salir de ahí y comenzar una nueva etapa
en otro lugar.
Desde que entré a la secundaria
siempre me llevé bien con todos, compartí buenos momentos y personas que conocí
quedarán marcadas en mí. Por eso supe que tal vez no me costaría trabajo
volverme a llevar bien con gente nueva, y hacer del Salvatierra mi nuevo
segundo hogar y un lugar que también quede marcado para siempre en mí.
Cuando me preguntaron a qué
preparatoria quería entrar pensé en las más comunes: CETYS, CBTIS 21, UVM. Pero
había una que me atraía más, y era el Salva. Tal vez porque me quedaba cerca o
porque a mis papás también les llamó más la atención, decidieron inscribirme
ahí, en esa escuela en la que yo había pensado hace más o menos un año. La
verdad, no lo podía creer: mis papás no me querían meter ahí y al final
terminaron haciéndolo.
En lo que también pensaba era que
volvería a ver a viejos amigos de la primaria que habían entrado a la
secundaria del Salvatierra, y me emocionaba aún más la idea de que estaríamos
en el mismo salón. Es como si hubiera estado destinado a que pasara todo eso.
Pero sabía que me iría bien, porque también algunos amigos del CEIM entrarían
conmigo. Por otro lado, igualmente me dolía que tendría que separarme de otros
muchos que habían sido mi familia por tres años; sin embargo, el que siguiera
la amistad viva dependería de nosotros.
Lo que yo esperaba en la semana
de inducción de la preparatoria era que hubiera dinámicas o cosas para poder conocernos
mejor todos, ya que había cincuenta estudiantes en mi grupo y me resultaba
difícil conocer a tantos así nomás. Rogaba a Dios para que me permitiera
conocer a mucha gente, pero sobre todo que me fuera bien en la escuela y
encontrara mi razón de estar aquí. Lo que me llamaba la atención es que yo
entraría el 2 de agosto, mientras muchos amigos entrarían la semana siguiente o
incluso dos semanas después. Pero sabía que eso sería una ventaja, ya que
tendría más tiempo para el estudio.
En fin, llegó esa fecha que
muchos desean o que muchos no desean: el primer día de clases. Lo bueno que fue
en martes, porque todos odian los lunes. Pero al fin llegó el día. El camino de
mi casa al Salvatierra son como quince cuadras o como cinco minutos en carro,
así que sería una ruta fácil de memorizar, pues pasaría por ahí durante tres
años, y mi mamá decía que algunas veces me regresaría caminando. Esto último me
gustaba, porque significaba la valía de la libertad que me daban ahora que soy
preparatoriano.
Al llegar al Salvatierra mi mamá
me dio la bendición que siempre me da al irme a algún lugar y me dijo que esta
sería una nueva etapa, que me esfuerce siempre y le eche muchas ganas, pero
sobre todo que la goce y con mucha alegría a estudiar. Y eso es lo que pienso hacer
en mi estancia en el Salva: poner de mi parte y lograr mis metas.
Yo había llegado muy temprano ese
día, porque mi mamá dice que hay que ser puntuales siempre (aunque, por lo
general, ella llega tarde a todo); así que la escuela estaba algo vacía por la
entrada. Al bajarme del carro, me percaté de que alguien pasó por mi lado y vi
que era alguien que también iba a los cursos de inducción. Hablamos y me dijo
que se llama José Pablo y que iba en el salón 102 (el mismo en el que yo voy).
Desde entonces se volvió mi primer amigo nuevo que hice en el Salvatierra.
Desde que lo conocí supe que todo iría bien; mis temores de que no podría
conocer gente nueva se esfumaron y me incitó a que siguiera por ese buen rumbo
que estaba tomando.
Al ubicarme en mi salón vi que
éramos muchos estudiantes y se me hizo raro, ya que siempre había estado en
escuelas chicas. Pero también se me hizo divertido, porque estaría en un nuevo
ambiente, y a mí por lo general me gustan las cosas nuevas. Después pasamos al
Aula Magna, donde nos dieron la bienvenida e hicieron la presentación de todo
el personal del Salva. Poco a poco fui conociendo a mis maestros y su forma de
enseñar, y me fui acostumbrando al nuevo horario que tendría ahora. Asimismo,
nos dieron todas las reglas de la escuela, para que las leyéramos y las
pusiéramos en práctica.
Me pareció buena la semana de
inducción; sin embargo, como ya había dicho antes, esperaba que hubiera
dinámicas o juegos como lo decía en el papel. Pero, igual, con el tiempo creo
que me iré adaptando al ambiente del Salva y podré convivir en armonía con
todos.
Yo creo que mis padres no
hicieron mal en haber escogido ese instituto como el que me lleve de la mano
los próximos tres años, porque hasta lo que he visto es una escuela donde hay
personas trabajadoras, que en verdad disfrutan estar ahí, hacer las cosas que
hacen, además de personas que realmente se interesan por el estudio, pero que a
la vez les gusta pasársela bien; y esos ambientes son difíciles de encontrar.
Por eso me parece que esta ha sido una excelente decisión.
Espero poder aprovechar este
tiempo aquí, para poder saber en qué voy a gastar mi tiempo por el resto de mi
vida.
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