domingo, 18 de junio de 2017

Orgulloso de lo que hago


Mi nombre es Carlos Israel Chaiz Becerril; nací el 18 de diciembre de 1981. Soy originario de la ciudad de Toronto, Canadá. Fui un bebé prematuro. Mis padres no esperaban mi nacimiento y nací en el asiento de atrás de una Cherokee. Soy hijo único, de familia de clase baja. No tenían dinero para el parto; tenían dos años ahorrando y aún no alcanzaban el dinero suficiente. Mi padre trabajaba en una maquiladora que estaba en quiebra, no tardarían en cerrarla por falta de recursos.
Crecí con la necesidad de trabajar en el campo. A los cinco años ya debía sembrar y cosechar para ayudar a mi familia.
Cuando tenía 17 años, mi padre falleció de una enfermedad terminal y mi madre estaba sufriendo de depresión. Comencé a trabajar con mi tío para poder pagar el tratamiento de mi madre. Empecé como cajero de supermercado. No ganaba lo suficiente, pero me alcanzaba para comer.
A la edad de 18 comencé a estudiar la primaria con un amigo de la familia que sí había ido a la escuela. Al terminar mis estudios universitarios, me mudé a la ciudad para conseguir otro trabajo y poder sustentar los gastos médicos de mi madre.
Me presenté a varias entrevistas con empresas, pero en ninguna me aceptaban. Después fui a Apple y convencí al encargado de que me diera el puesto de gerente. Entonces empecé a trabajar, el siguiente día. Poco a poco, con el paso de los años, me convertí en el director general de la compañía (el puesto más pagado).
Me convertí en el hombre más prestigiado de la ciudad. Era yo el modelo a seguir de todos los profesionistas. En uno de mis múltiples viajes tuve la oportunidad de ir a Ohio. Me hospedé en un hotel de cinco estrellas, pero estaba solo.
Allá conocí a muchas mujeres, mas ninguna me interesaba. Siempre tuve mucha suerte con ellas. Un día fui a un bar y conocí a una mujer que sí me atraía. La  vi y de inmediato supe que a su lado quería formar mi familia. Pasaron dos meses de estar con ella en Ohio. Nos enamoramos y nos casamos.
Empezamos a vivir juntos y cada vez nos queríamos más. Construimos una casa y después mi esposa quedó encinta. Durante su embarazo me fui a vivir a otra ciudad, porque me subieron de puesto. Me tuve que llevar a mi esposa, para que pudiéramos estar juntos. Nacieron mis gemelos; los llamamos Jorge y Alejandro.
Sin embargo, cada año mi estrés crecía más y más. Me dio una parálisis. No podía mover el cuerpo. Solo podía hacerlo en un dos por ciento. Mi esposa y mis hijos lucharon para que me curara. Pasaron tres años y pude superar la enfermedad. Fue un tiempo muy duro para mí y mi familia.
Cuando me recuperé comencé a trabajar otra vez en el mismo lugar. Mis antiguos compañeros seguían ahí y se sentían muy alegres de que yo estuviera de vuelta.
Pero mi mente continuaba llena de estrés y tristeza. La gente me preguntaba:
“¿Por qué siempre estás trabajando?”.
Y yo respondía:
“El trabajo me mantiene ocupado”.
No encontraba ninguna manera de controlar el estrés. Acudí con un colega que me podía ayudar. Platicamos y me dio un consejo que me mantuvo impactado. Me dijo:
“Toma tu carro. Sal a máxima velocidad cuando esté oscuro, no tengas piedad y atropella a quien se te cruce”.
Yo sabía que esa idea no era del todo correcta y tendría sus consecuencias. Sin embargo, lo hice. Y hasta este punto de mi vida, a mis 57 años, me siento orgulloso de lo que hago.

Texto basado en el cuento “Paseo nocturno”, de Rubem Fonseca.

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