Mi nombre es Carlos Israel Chaiz Becerril; nací el 18 de
diciembre de 1981. Soy originario de la ciudad de Toronto, Canadá. Fui un bebé
prematuro. Mis padres no esperaban mi nacimiento y nací en el asiento de atrás
de una Cherokee. Soy hijo único, de familia de clase baja. No tenían dinero
para el parto; tenían dos años ahorrando y aún no alcanzaban el dinero
suficiente. Mi padre trabajaba en una maquiladora que estaba en quiebra, no
tardarían en cerrarla por falta de recursos.
Crecí con la necesidad de trabajar en el campo. A los
cinco años ya debía sembrar y cosechar para ayudar a mi familia.
Cuando tenía 17 años, mi padre falleció de una enfermedad
terminal y mi madre estaba sufriendo de depresión. Comencé a trabajar con mi
tío para poder pagar el tratamiento de mi madre. Empecé como cajero de
supermercado. No ganaba lo suficiente, pero me alcanzaba para comer.
A la edad de 18 comencé a estudiar la primaria con un
amigo de la familia que sí había ido a la escuela. Al terminar mis estudios
universitarios, me mudé a la ciudad para conseguir otro trabajo y poder
sustentar los gastos médicos de mi madre.
Me presenté a varias entrevistas con empresas, pero en
ninguna me aceptaban. Después fui a Apple y convencí al encargado de que me
diera el puesto de gerente. Entonces empecé a trabajar, el siguiente día. Poco
a poco, con el paso de los años, me convertí en el director general de la
compañía (el puesto más pagado).
Me convertí en el hombre más prestigiado de la ciudad.
Era yo el modelo a seguir de todos los profesionistas. En uno de mis múltiples
viajes tuve la oportunidad de ir a Ohio. Me hospedé en un hotel de cinco estrellas,
pero estaba solo.
Allá conocí a muchas mujeres, mas ninguna me interesaba.
Siempre tuve mucha suerte con ellas. Un día fui a un bar y conocí a una mujer
que sí me atraía. La vi y de inmediato
supe que a su lado quería formar mi familia. Pasaron dos meses de estar con
ella en Ohio. Nos enamoramos y nos casamos.
Empezamos a vivir juntos y cada vez nos queríamos más.
Construimos una casa y después mi esposa quedó encinta. Durante su embarazo me
fui a vivir a otra ciudad, porque me subieron de puesto. Me tuve que llevar a
mi esposa, para que pudiéramos estar juntos. Nacieron mis gemelos; los llamamos
Jorge y Alejandro.
Sin embargo, cada año mi estrés crecía más y más. Me dio
una parálisis. No podía mover el cuerpo. Solo podía hacerlo en un dos por
ciento. Mi esposa y mis hijos lucharon para que me curara. Pasaron tres años y
pude superar la enfermedad. Fue un tiempo muy duro para mí y mi familia.
Cuando me recuperé comencé a trabajar otra vez en el
mismo lugar. Mis antiguos compañeros seguían ahí y se sentían muy alegres de
que yo estuviera de vuelta.
Pero mi mente continuaba llena de estrés y tristeza. La
gente me preguntaba:
“¿Por qué siempre estás trabajando?”.
Y yo respondía:
“El trabajo me mantiene ocupado”.
No encontraba ninguna manera de controlar el estrés.
Acudí con un colega que me podía ayudar. Platicamos y me dio un consejo que me
mantuvo impactado. Me dijo:
“Toma tu carro. Sal a máxima velocidad cuando esté
oscuro, no tengas piedad y atropella a quien se te cruce”.
Yo sabía que esa idea no era del todo correcta y tendría
sus consecuencias. Sin embargo, lo hice. Y hasta este punto de mi vida, a mis
57 años, me siento orgulloso de lo que hago.
Texto basado en el cuento “Paseo nocturno”, de Rubem
Fonseca.
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