Yara Melissa Montenegro Rodríguez
Todo ha sido muy difícil desde que estoy aquí. El tiempo
transcurre con lentitud, no tengo nada que hacer, me encuentro completamente
solo en este pequeño lugar, sin salida. No comprendo cómo fue que me dejé cegar
ante esta plena situación. Fui un completo idiota, por permitir que me
manipularan mis pensamientos y por confiar en la persona que me tiene
encerrado. Probablemente me hará lo mismo que a los demás.
Estoy atrapado en un lugar que al parecer desconozco. Me hallo en una
habitación demasiado pequeña. Duermo en el suelo. Me alimentan una vez al día.
Durante mi permanencia aquí no me he aseado. En general, estoy muy mal. Este
tiempo me ha hecho recordar perfectamente cada momento de mi vida anterior.
Aseguraba que nada podría ser peor de lo que era hasta que me encerraron en
este lugar.
Los problemas comenzaron cuando yo tenía la edad de quince años.
Salía a fiestas todos los fines de semana y me embriagaba a morir. Una noche fui
a divertirme con unos amigos sin el permiso de mis padres. Tomé demasiado
alcohol, más de lo que se podía. Al terminar la fiesta, traté de regresar ebrio
hasta mi casa, llevando a mis amigos conmigo. Encendí el carro y avancé por un
rato. Mientras conducía, a lo lejos miré un joven caminado por la banqueta.
Dentro de mí mismo me sentía perfectamente bien, pero por fuera apenas podía
sostenerme. Iba manejando terrible.
En un abrir y cerrar de ojos nos encontrábamos fuera del camino.
Mis amigos estaban inconscientes. Me bajé, comencé a observar todos los daños
que le había causado al auto. De repente vi algo inusual debajo de él. Me
acerqué poco a poco. No podía creer lo que miraba: era el joven de hacía unos
momentos. Lo había matado.
No me detuvieron gracias a mi papá, que pagó una muy costosa
fianza. Pero hubiera preferido estar en la cárcel que estar en mi casa en todo
ese tiempo.
Esta culpa no me ha dejado desde entonces. Mis padres nunca
pudieron perdonarme por aquella tragedia. Prácticamente desde ese día yo ya no
tenía ni familia ni amigos.
El 29 de marzo de 2016, otra tragedia llegó a mi vida. Mi padre
fue asesinado al salir de su oficina. Hasta ahora nadie sabe quién fue el
asesino. Pudo haber sido cualquiera, pues él era alguien importante, muchas
personas le tenían envidia. A causa de ese suceso mi madre y yo quedamos en la
ruina, puesto que al morir mi padre le robaron todo su dinero, propiedades y
pertenencias.
Al pasar los meses, gastamos gran parte de nuestros ahorros en
cosas insignificantes. En realidad, los desperdiciamos. Al darnos cuenta de lo
que nos quedaba, no sabíamos qué hacer. Nuestra casa era muy grande, se necesitaban
muchos gastos, los cuales ya no podíamos pagar más.
En el mes de octubre tuvimos que mudarnos de Beverly Hills, para
irnos a Houston. Con pocas pertenencias, andábamos de calle en calle, buscando
una dirección que mi madre anhelaba encontrar.
Tras varias horas mi madre se detuvo frente a una casa muy vieja y
descuidada. Dio unos pasos hacia la puerta, pero no reprimió sus lágrimas y
comenzó a llorar. Parecía un mar de llanto, no podía parar. Nunca la había
visto de esa forma. Siempre la había conocido como una persona fría y sin
sentimientos hacia nadie ni nada. No encontraba razón del porqué esa vieja casa
provocaba un cambio en ella.
Como mi madre no se controlaba, toqué la puerta una y otra vez.
Nadie abría. Estaba a punto de llamar por quinta vez, cuando un anciano abrió.
Renegando me preguntó:
ꟷ¿Qué es lo que quieres?
Volteé hacia mi madre, indicándole que ya habían abierto. Secando
sus lágrimas ella se acercó.
ꟷ¿Acaso no me recuerdas?
ꟷNo sé quién eres, ni me interesa. ¡Ahora quiero que dejes de
molestar y que salgas de mi propiedad ya!
ꟷSoy yo, Marie, tu hija.
Al escuchar esas palabras, una gran confusión me invadió. No podía
creer que el señor que estaba justo frente a mí era mi abuelo, quien, según mi
madre, había muerto hacía años. Ella tomó una foto de su bolso y se la mostró.
Al tener esa foto en la mano aquel señor furioso pareció cubrirse con la calma,
pues recordó todo.
Nos dejó pasar a su casa. Mi madre y él se sentaron en la sala. Yo,
por curioso y asombrado por aquel lugar, di un paseo. Era grande, pero se
encontraba en muy malas condiciones. Entré a varias habitaciones, todas ellas estaban
completamente vacías. Una puerta captó mi atención, era la única que estaba
bajo llave. Traté de abrirla con varias cosas, pero no pude. En eso escuché
pasos, alguien se acercaba. Me asusté y me alejé de ahí. Volví con mi madre. El
señor nos dio asilo en su hogar.
Los días pasaron. El comportamiento de aquel hombre que se decía
ser mi abuelo, era muy extraño. Estuve observándolo por un corto tiempo. Me di
cuenta de que en cierto momento de la tarde él desaparecía. Nunca sabíamos
dónde estaba en el transcurso de dos horas.
Al llegar las noches, no podía contener mi curiosidad hacia esa
habitación. Me la pasaba tratando de averiguar qué era lo que habría ahí
dentro. Una noche no logré soportarlo más. Decidí salir a averiguar. Al
acercarme a aquella puerta, observé que el anciano la estaba abriendo con una
llave. Tuve temor a que me viera y me escondí. Entró y para mi suerte olvidó
cerrar, así que me acerqué y mire a través de la pequeña abertura. Traté de
observar hacia el interior, pero no había nada. Ni siquiera se encontraba el
anciano.
Al día siguiente, creí completamente que lo había imaginado. Ni mi
madre ni mi abuelo se hallaban en casa. Pero no quería pensar que estaba volviéndome
loco, así que busqué la llave por todos lados, hasta que la encontré. Con las
manos temblorosas la introduje en la cerradura y entré. En mi mente no cabía la
razón del cómo había desaparecido el anciano la noche anterior. Palpé las
paredes y el piso, para ver si daba con alguna pista. Me comenzaba a desesperar
cuando toqué algo con mis manos en el suelo. Lo jalé hacia arriba y se abrió una
puerta a una habitación subterránea.
Sentía mucho miedo de bajar, pero sin pensarlo descendí
inmediatamente. Estaba muy obscuro, prendí un fósforo. Al hacerlo un gran escalofrío
pasó por todo mi cuerpo: tenía frente a mis ojos un sinnúmero de herramientas
de tortura. Estaban llenas de sangre fresca, al igual que las paredes. Con las
piernas temblorosas caminé un poco más y vi jaulas vacías.
De repente escuché voces. Me apresuré a salir, pero era demasiado
tarde. Mientras subía las escaleras no me percaté de que mi abuelo me estaba
observando desde arriba. Al estar a punto de salir el anciano me cerró la puerta,
provocando que me cayera. Le puso llave a la cerradura y hasta ahora no he
podido abrir.
Me he preguntado qué ha pasado con mi madre; si me habrá buscado, tal
vez el anciano le hizo algo. Me he imaginado las peores cosas. Sin embargo, no
comprendo cuál es la razón de tenerme encerrado después de doce meses. Es una
tortura estar aquí, siempre escucho murmullos. He oído a mi padre haciéndome reclamos,
como sobre aquel joven que atropellé; me tortura mencionando una y otra vez
aquella tragedia. Me parece que me estoy volviendo loco.
En estos momentos escucho voces, creo que alguien se acerca. No
logro distinguir bien quién ha abierto la puerta… ¡No puedo creerlo, es mi
madre!
ꟷ¡Mamá, me encontraste! ¡Sácame de aquí de una vez!
ꟷ¡Por supuesto que sí! ¡Déjame darte un abrazo!
Mi madre por primera vez en mucho tiempo me está dando un abrazo…
¿Qué está pasándome? Siento algo diferente en el estómago. ¡No
puede ser! ¡Me ha...!
Todo se está desvaneciendo. Otra persona se aproxima. ¡No puede
ser! ¡Es mi padre, acercándose con herramientas en las manos…!
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