lunes, 19 de junio de 2017

Diario de un desgraciado




Como suelo hacerlo, llegué a casa después de haber probado el auto nuevo. Mi familia estaba tranquila, pero yo un poco deprimido. No era una verdadera sorpresa que e0stuviera deprimido, pues solía sentirme siempre así.

Probar el auto era lo único que me hacía desestresarme un poco. Nunca me preocupé por las consecuencias que podrían tener mis actos. Llevaba aproximadamente tres meses atropellando gente con el único propósito de satisfacerme viendo la muerte de otros y el orgullo de mi persona.

Al día siguiente me encontraba en el trabajo y recibí una llamada que cambió mi vida para siempre. Mi esposa se escuchaba muy asustada y me decía varias cosas. No le entendí a la mayoría de sus palabras, solo alcancé a entender “policía”, “muerte” y “carro”. Esas tres palabras me llenaron de una intensa desesperación y me preparé para escapar.


3 de junio de 2007

Estaba asustado y decidí huir a cualquier lugar, fuera de la ciudad. No sabía para dónde manejar, así que decidí hacerlo sin cesar durante seis largas horas, sin un solo segundo de descanso. Eran más o menos las diez de la noche cuando decidí hospedarme en un pequeño motel, para dormir.

Todo el tiempo lo he pasado pensando y reflexionando acerca de lo sucedido este mismísimo día. Pienso en qué es lo que haré mañana y cómo lograré salir de este maldito país.


4 de junio de 2007

Me levanté, tomé el desayuno en el motel. Comí un plato de cereal con un pequeño vaso de jugo de naranja. Subí al carro y me dediqué a manejar.

Al pasar unas cuantas horas encontré una playa, y supe que esa era la única oportunidad de salir de ahí sin ningún problema. Compré un pequeño barco, comida, agua y un arma. El dinero nunca ha sido un problema para mí.

Cuando llegó la noche subí al barco y me puse a navegar sin rumbo alguno, solo con la esperanza de encontrar una buena y tranquila vida en alguna otra parte.


5 de junio de 2007

Llevaba una hora navegando y recibí un mensaje de mi esposa. No lo abrí, lancé el celular lo más fuerte que pude al océano.

Ya habían pasado horas, muchas horas y nada, no veía absolutamente nada. Tan solo veía el cielo, el barco, el mar, mi desgraciada persona buscando algo más, algo mejor, una vida mejor, una vida feliz.


6 de junio de 2007

Eran aproximadamente las tres de la tarde cuándo observé una pequeña parvada de gaviotas que se dirigían hacia una pequeña isleta repleta de plantas y aves marinas.

Estaba demasiado aburrido y desesperado, ansioso de llegar a un nuevo país y a una nueva vida. Bajé a la isla, tomé mi pistola y me desestresé con un par de gaviotas y ocho pelicanos. No eran lo mismo que una persona, pero en mi desesperación ver la muerte frente a mí me era casi tan necesario como el aire mismo.


7 de junio de 2007

A eso de las siete de la mañana encontré tierra. ¡Por fin tierra, por fin vida, por fin paz! Dejé el barco y me puse a nadar con un maletín lleno de cosas que me servirían para continuar.

Al llegar a la ciudad, un oficial me detuvo y me preguntó cómo había llegado aquí y por qué lo hacía. Una sola bala pasó por su corazón, una sola bala bastó para matarlo, una sola bala bastó para aliviarme. Lancé el cuerpo al mar y me puse a caminar por la ciudad.

A juzgar por los letreros de bienvenida y la gente, me encuentro en Cádiz, España. Recorrí la ciudad y busqué algún lugar donde hospedarme. Al anochecer entré a mi cuarto y me dormí.


8 de junio de 2007

Todo el día lo pasé buscando un empleo con el cual poderme mantener y no ocupar una identificación oficial española. Encontré una mujer que me ofreció trabajo de barrendero afuera de su casa. Su casa es bastante grande, por lo que me aseguró un salario suficientemente bueno para comprar lo que ocupe de comida, ropa o transporte.


13 de abril de 2008

Entré al hotel en el cual me hospedaré por dos semanas y observé entre mis pertenencias este cuaderno. Creí que ya hacía meses había perdido por siempre este cuaderno de reflexiones y pensamientos.

Leí un par de oraciones que había escrito hace cinco años y leí también este pequeño diario. Leer esto hizo volver a mí la insaciable necesidad de matar. 

Salí a la calle únicamente con una pistola. Entré en un callejón. Había dos personas. Alcé el arma y las llené de plomo. Me sentí feliz. Era una felicidad extraña y malvada, pero estaba feliz. Había recuperado lo que en realidad soy.


14 de abril de 2008

Son las 8:23 de la noche, escucho patrullas acercándose al hotel. Tal vez sea la última vez que comparta mis pensamientos y reflexiones con mi cuaderno, con mi única compañía. 

Sabía que este día llegaría. Sé lo que he hecho, y no me arrepiento de nada, no hay nada de qué arrepentirme. Aceptaré mi castigo y procuraré nunca cambiar lo que soy.

Los policías están a pocos metros de la puerta. Solamente espero, espero mi desti


El hombre fue detenido justo cuando se encontraba escribiendo. Fue llevado a juicio y sentenciado a cadena perpetua.  


Texto escrito a partir del cuento “Paseo nocturno”, de Rubem Fonseca.

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