martes, 27 de junio de 2017

Pisadas en La Cachanilla




Hoy en día, la Plaza La Cachanilla es un lugar que, si bien de mañana es ruidoso y festivo, de noche es sombrío, solitario e incluso tenebroso. Sus muchos años de vida le dan la calidad de tétrico y misterioso, y la hacen el escenario perfecto para leyendas oscuras.
Cualquiera que haya caminado por sus pasillos después de que el sol se esconde y la gente comienza a irse, sabe que algo extraño ocurre con el ambiente. El aire se hace más denso, las sombras se ennegrecen y un pequeño presentimiento dentro de uno le dice que se vaya, que ya es muy tarde para estar en un lugar tan vacío.
Si uno presta atención y agudiza el oído, se dice que escuchará pisadas ligeras detrás de sí mismo, y que al darse la vuelta no habrá nadie a la vista que pudiera estar caminando. Pero el inquietante sonido se seguirá escuchando y los pasos estarán cada vez más cerca. Quizá sea hora de irse, pensará uno. Y se marchará, tratando de ignorar el perturbador incidente recién ocurrido.
¿A quién pertenecen esos pasos? ¿Quién o qué cosa se encuentra detrás de esas pisadas, tan lentas pero tan seguras, que caminan por La Cachanilla?
Se cuenta que no es un demonio ni algo peor lo que ronda por las noches. No; no es un “qué”, sino un “quién”.
Hace ya bastantes años, cuando el terreno en el que se encuentra este centro comercial aún pertenecía a la compañía Jabonera del Pacífico, la población de la ciudad era pequeña; había contadas casas y edificios, y el gobierno estaba prácticamente recién nacido. Mexicali era joven, y lo eran también las personas y las historias que apenas comenzaban a crearse.
En esta comunidad vivía una mujer quizá de unos veinte años. Ella, cuyo nombre quedó olvidado con el tiempo, poseía una belleza inigualable y una personalidad encantadora. Entre la reducida población mexicalense, era la más conocida, mas no por su atractivo, sino por sus engaños.
Tenía muchos amantes que iba dejando por las diferentes colonias, pero nunca un novio. Sólo una vez llegó a formalizar una relación: ella y él creyeron haber encontrado el amor, por lo que decidieron comprometerse después de algunos meses de noviazgo.
Él era un hombre fuerte, inteligente y, además, un caballero. Sin embargo, tenía un carácter muy difícil y una cabeza caliente. Perdía el control de sí mismo cuando estaba enojado, y le era casi imposible retomarlo.
Unos meses pasaron desde el anuncio de su compromiso, y transcurrieron ligeros, pues entre la pareja todo era miel sobre hojuelas. Las cosas iban bien, pero no tardaron en corromperse. La mujer, que extrañaba su vida de soltería y amores desechables, aún no se hacía a la idea de dejar atrás esos días. Y su prometido trabajaba gran parte del tiempo, por lo que cada vez se veían menos y se distanciaban más.
La mujer tenía todavía muchos hombres tras ella, y, aunque había sido fiel a su futuro esposo por un largo tiempo, la sensación de soledad la hizo tomar decisiones equivocadas y apresuradas. Una sola vez engañó a su prometido, y la noticia corrió como la pólvora. No pasó mucho tiempo hasta que el chisme llegó a oídos del novio, quien, como era de esperarse, se puso furioso.
El hombre se encontraba fuera de sí. Cuando llegó al hogar de la joven, después de haberse enterado del suceso, ella lo esperaba con cara de ángel y una disculpa en la punta de la lengua. Para el hombre no era suficiente.
Comenzó a golpearla, ignorando sus explicaciones y sollozos. Éstos se fueron apagando poco a poco, hasta que hubo completo silencio en la habitación, y el hombre se dio cuenta demasiado tarde de que tenía un cuerpo sin vida entre las manos. Pensando claramente por primera vez en el día, supo que lo que había hecho era imperdonable hasta para sí mismo.
Presa del pánico, el joven asesino aprovechó que la noche había llegado para deshacerse del cadáver de la mujer que alguna vez amó. Con cuidado, limpió sus heridas y la cubrió con una desgastada sábana. En la oscuridad, salió de su casa con el cuerpo en brazos y caminó al terreno que se encontraba más cerca: la Jabonera del Pacífico. Arrojó el cadáver sin cuidado a las orillas de la empresa y con sus propias manos lo enterró.
El sistema judicial no era tan efectivo en esos años, por lo que su crimen permaneció oculto y sin ser penado por toda su vida.
Después de algunos años de que el hombre murió, se descubrió la osamenta de la joven al iniciar las obras de construcción de la Plaza La Cachanilla. Los restos fueron propiamente sepultados en un cementerio a las afueras de Mexicali, sin un nombre en la lápida.
No obstante, el alma en pena de la mujer infiel se quedó ahí donde fue enterrada por primera vez, en ese terreno que hoy es la muy conocida Cachanilla. Es ella quien camina sin rumbo por los pasillos, siempre cargando la culpa de haber engañado a su único amor.
Si uno presta atención después de escuchar los pasos tras de sí, y decide permanecer, muchos aseguran que oirá los sollozos de la pobre mujer. Ahí, en la soledad y bajo el cobijo de las largas sombras, la presencia se hará cada vez más obvia y el llanto más sonoro. Pero no habrá por qué temer: ella es un espíritu que no pretende nada malo.
Aquél que no les tema a los fantasmas, visite la Plaza La Cachanilla y compruebe por sí mismo la veracidad de estas apariciones. ¿Quién sabe?... Quizá incluso pueda encontrar más de un alma en pena.

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