lunes, 6 de agosto de 2018

“Estarás bien, todo estará bien”


Anna Luisa Morales Cervantes


Se cuenta que hace muchísimos años, a mediados del siglo pasado, Mexicali era pequeñísima, llena de suaves y mullidos campos de blanco algodón, junto con una impecable vista del Cerro Prieto, digna de cualquier retrato reconocido o cualquier otro paisaje que nos enseñaran en fotografías famosas; el cielo siempre estaba despejado y el aire que rodeaba la ciudad se sentía liviano y fresco; los veranos eran muy cálidos, al punto de broncear agradablemente la piel, encanelando la tez de los habitantes.
La menuda población, a pesar de sus crecientes estructuras, casas y edificios, otorgaba una tranquilidad propia de un pequeño ejido. La mayoría de la gente se conocía y se apoyaba en sus jornadas extensas, tanto fuera o dentro del campo. Era un factor importantísimo el trabajo dentro de la campiña, ya que establecía la economía mexicalense de ese entonces, apenas nacía el alma emprendedora de la incipiente ciudad. Sin embargo, eso no opacaba que a la gente se le reconociera como personas hospitalarias y, sobre todo, dedicadas íntimamente a sus actividades laborales. En fin, este era un lugar en donde las personas madrugaban para dedicarse a sus actividades, cuidar sus huertos y su ganado para ganarse la vida.
En Mexicali alrededor de esas fechas se estableció un hospital del Seguro Social de aspecto pequeño, que se convirtió en uno de los pocos centros de atención médica existentes, así que muchísima gente acudió ahí por servicio y este se convirtió en un lugar de todo, menos solitario. En él había una muy escasa cantidad de personal médico; por lo tanto, la comunidad conocía a la perfección a cada doctor, cirujano o enfermera.
Formando parte de ellos se encontraba una enfermera de mediana edad que, sobre todos sus colegas, era la más querida y reconocida por los pacientes, debido a que se le consideraba una persona muy servicial, empática y apasionada por su profesión, la cual se dice que comenzó a sus escasos dieciocho años. Los enfermos describían la interacción con ella tan suave como el tacto de una pluma, y solicitaban con decisión sus servicios de cuidado durante su estadía en el recinto sanitario. El aspecto de esta mujer era siempre impecable y su andar tan preciso y decidido como el de un león; cuando se trataba de ayudar a alguien jamás se lo pensaba dos veces. Para ella sus pacientes eran algo más que moribundos en una cama: ellos eran personas con familiares, con sueños y con virtudes.
Pero como toda moneda tiene dos lados, la debilidad de esta mujer tan dedicada era que, según los rumores, se hallaba muy enamorada de un doctor que trabajaba a su lado; incluso, se especulaba que tenían una relación muchísimo más allá de la laboral. Pero este doctor era un vividor; a pesar de estar casado y tener hijos, había fijado sus ojos en ella, viéndose atraído por su dulzura y su calidez con todas las personas, y la había seducido, haciéndola caer a sus pies con una gravedad capaz de aplastar cualquier edificio.
La única razón por la que ella seguía con él era que la mantenía bajo falsas promesas, como que dejaría a su familia para vivir juntos, o bajo el vil juramento de que huirían de Mexicali para trasladarse a la gran Ciudad de México y comenzar una vida en común. Obviamente, bajo estas promesas había muchísima mentira y llevaron a la locura a la pobre mujer, quien comenzó a insistirle que se fugaran; pero él solo alimentaba su ilusión sin matar su palabra, posponiendo la supuesta huida juntos. Para entonces ella lo amaba de forma tan profunda que ese mismo sentimiento la carcomía lentamente, exprimía su corazón, cortaba su respiración y la ahogaba, la hundía en un limbo entre la existencia y la muerte.
Un día de invierno, cuando el frio era tan fuerte que calaba los huesos y los pájaros dejaban de silbar, la enfermera decidió insistir una vez más en el cumplimiento de su más profundo sueño, de formar una vida junto al lado del hombre al que amaba. Sin embargo, a ese sueño él mismo dio fin, asesinando la promesa que por muchísimo tiempo había descaradamente mantenido, apagando el gran voltaje del corazón de la apasionada joven, cuyo ser ya no encontraba la paz como antes lo hacía.
Desdichada por el desamor, la enfermera decidió provocar su propio desvanecimiento cometiendo suicido dentro del hospital, cortándose las venas, atravesando un bisturí verticalmente en ambos brazos, traspasando su piel, poniendo fin a su roto corazón y a su vida, a la que ya no encontraba sentido alguno. Su cuerpo fue hallado un día después, tomando a todos por sorpresa.
Su muerte fue un peso para muchas personas que ella había atendido y que ya la calificaban como un ser humano hospitalario y devoto al bienestar de los demás. Aunque su partida del mundo significó una estruendosa pérdida, poco a poco el sentimiento de extrañeza que todos tuvieron sin ella en sus vidas despareció, y olvidaron a esa enfermera que siempre fue alguien solitario, a pesar de sus buenas relaciones con la gente.
Se cuenta que ahora los pacientes del Seguro Social que están moribundos y sufren de mucho dolor físico, reciben a las altas horas de la noche la visita de una enfermera bien arreglada, con un semblante sonriente pero tan tétrico que les transmite una tristeza profunda. La mujer los atiende con suma amabilidad, les toma la temperatura con un termómetro de mercurio, limpia sus frentes cariñosa y les entrega la calidez de las palabras: “Estarás bien, todo estará bien”; posteriormente se marcha, sin dejar rastro alguno de su visita.
Cuando estos pacientes preguntan por ella, se llevan la sorpresa de que ninguna enfermera con ese aspecto o comportamiento trabaja en el hospital. Dicen que los corazones de aquellos a quienes se les cuentan las historias de esta mujer, se compadecen o simplemente sienten muchísimo miedo de que su alma no encuentre descanso y esté apareciendo en los cuartos de los enfermos, buscando la paz de al menos seguir dedicándose a una actividad que le gustaba muchísimo hacer en vida.
Si alguna vez se encuentra con esta enfermera en el Seguro Social, cuando reciba su alentadora frase de “Estarás bien” respóndale con un “Usted también”, para que quizás así ella logre alcanzar la tranquilidad que nunca tuvo cuando vivía y por fin pueda descansar.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario