lunes, 6 de agosto de 2018

Mi nombre es Chidi*



Leslie Lizama Romero


Mi nombre es Chidi. Yo vivía en Ciudad Juárez. Mi familia nunca fue de dinero y siempre estábamos al día. Nuestro barrio no era de los mejores, pero en mi juventud todos se respetaban los unos a los otros y nadie se metía con nadie.
Solía dibujar todo el tiempo; de esa manera conservaba aquellos momentos de mi vida, aunque a Angélica no le agradaba mucho. Ella era mi mejor amiga. Después de la escuela me acompañaba a explorar el barrio. Le pedía que posara para mí y ella siempre accedía. Nunca se quejó por el tiempo que me tomaba dibujarla; sin embargo, yo lo notaba en aquellos gestos fruncidos que brotaban en su rostro por el ardiente calor que hacía siempre.
Como ya dije, mi familia nunca fue de dinero, por lo que yo trataba de apoyarla trabajando por las tardes, lavando lozas y volteando hamburguesas en un pequeño puesto de mi cuadra. “Arby’s” se llamaba el lugar, por el nombre de su dueño. Un hombre serio y callado, un poco pasado de peso, pero, eso sí, muy generoso con aquellas personas necesitadas, como yo, que, aunque no podía trabajar de tiempo completo, me dio la oportunidad de hacerlo. Todas las noches Arby observaba lo que le sobraba de los alimentos del almacén y con ellos preparaba deliciosos platillos, que regalaba a los indigentes. Siempre me gustó dibujar a aquel hombre al que le encantaba ayudar a los demás.
Acostumbraba ahorrar, era parte de mí desde pequeño; nunca me agradó pedir dinero a mis padres. Con mi primer sueldo recuerdo haber llevado a Angélica a la primera cafetería que abrieron aquí, “La Colombiana”. Era buenísimo, ¡y ella se veía tan hermosa al tomar café! Ese aroma siempre me recordará a ella.
Me apasionaba dibujar, pero parecía que yo era el único de la familia que tenía creatividad o intereses fuera del futbol o la televisión, o, en el caso de las aficiones de mi padre, las apuestas. Él siempre tenía problemas con mi madre por ello. Cuando salía de trabajar el día de paga, se iba a embriagar y apostar a los perros de carrera que fueran “los menos pulgosos y de raza cazadora” (“Esos son los mejores, hijo, por los que siempre debes apostar”). Hubo una vez que gastó su salario por querer recuperar la mitad que había perdido apostando con un amigo. Esa semana me decidí a trabajar y apoyar a mi madre.
Ella era una buena mujer. Su problema era que no podía trabajar. Su situación desde pequeña había sido aún peor que la nuestra: no pudo estudiar y, para colmo, en la adolescencia la atropellaron, lo que le causó una severa fractura en la cadera, que le dejó secuelas en el nervio ciático. En fin, conoció a mi padre en el “Parque de la Familia”. Al parecer él estaba trabajando cerca, en la construcción de un gran edificio del gobierno, y se encontraba en su descanso. Fue amor a primera vista, y luego nació mi hermano.
Niceo era su nombre. Se caracterizaba por ser un tipo “rebelde y fuerte”, de aquella clase que no sé por qué pero siempre atrae a las chicas. Era respetado por los jóvenes del vecindario y odiado por los adultos y maestros. Toda la vida anduvo en malos pasos; desde niño gustaba de robar en tiendas por diversión y cumplir retos que le dejaban sus amigos. Una vez lo retaron a robar el carro del director y estacionarlo dentro de la iglesia. Nadie sabe cómo fue que el coche terminó ahí, pero no tuvimos misa por un mes. Todos los estudiantes se mantuvieron en silencio, pero el director siempre sospechó de él, al igual que el padrecito de la iglesia.
A pesar de todo, Niceo era una buena persona. No permitía que a sus compañeros de clase o amigos de la cuadra les hicieran bullying. Eso y más lo hacían respetable, incluso entre maestros o adultos que lo odiaban por su naturaleza molesta e irrespetuosa. Un día Angélica iba caminando por la calle y unos muchachos querían hacerle daño, la agarraron en un callejón. Pero, por suerte, Niceo paseaba por ahí. Era bueno para pelear, así que no lo pensó dos veces antes de darles la paliza de su vida. Angélica, desde entonces, no paraba de hablar de él y buscaba sacarle plática cuando se lo topaba. ¡Era un fastidio! ¡Ya no podíamos tener una conversación normal sin que mi hermano saliera al aire!
Recuerdo lo celoso que me ponía al escuchar a Angélica hablar de Niceo de esa manera. Eran buenos tiempos, incluso así. Me encantaba pasar tiempo a su lado, de cualquier forma; siempre fue linda conmigo. Había dos cosas que me gustaba mucho hacer con ella: llevarla a comer después de la escuela al “Arby´s” e ir al parque a dibujarla.
Sin embargo, con lo que no contaba era con que muy pronto ignoraría todo eso. Aún recuerdo perfectamente el día en que las prioridades de mi vida empezaron a cambiar.
Era la tarde de un sábado como cualquiera; pero se notaba algo raro en el ambiente. La voz de mi padre se escuchaba murmurando en la cocina. Se preguntarán: ¿eso qué tiene de peculiar? La cuestión es que el día anterior había sido de paga y, como de costumbre, mi padre habría ido a “invertir en los perros de carreras”.
Me dirigí a la cocina y vi cómo le entregaba el dinero completo a mi madre. Él estaba envuelto en lágrimas y mi madre muda como una estatua. No podía escuchar lo que murmuraban, pero mi padre se veía muy arrepentido. Las quincenas próximas fue lo mismo: mi madre recibió el dinero completo de mi padre.
A la mitad del tercer mes, mi padre se desmayó. Aparentemente nos había ocultado su diagnóstico de un tumor cerebral. Una semana después ya no lo teníamos con nosotros.
Mis prioridades cambiaron: la mitad de mi día en la escuela y la otra mitad en el trabajo como fotógrafo para un periódico local. Pronto desarrollé un amor profundo por la fotografía y participé en diversos concursos; incluso, llegué a tomar fotos de Angélica, para practicar. Aparte, para conseguir más dinero asistí a varios eventos, como inauguraciones, bodas, etcétera. Era lo que ahora amaba, y además ganaba dinero con ello; era ganar-ganar.
Lamentablemente, mi madre se encontraba devastada, no solamente por lo de mi padre, sino por el nuevo trabajo de mi hermano.
Benny era un compañero de Niceo en la preparatoria. Dejó la escuela a la mitad y de la nada empezamos a verlo en la calle, siempre acompañado y ofreciendo mercancía. Pronto, en un abrir y cerrar de ojos, se convirtió en el Pequeño Scarface de la ciudad, o, por lo menos, de la colonia. Se volvió famoso por matar a la última cabecilla del lugar, por lo que atrajo la atención y de la nada ya tenía su propia red de distribución en Ciudad Juárez.
Benny y Niceo solían hacer travesuras en la secundaria e inicios de la preparatoria, así que, al enterarse de la muerte de nuestro padre, no dudó en añadir a mi hermano a sus filas y poco a poco este se volvió segundo al mando.
Ahora apenas mirábamos a mi hermano, y al parecer no era bueno separando el trabajo de la casa, ya que hubo noches en que regresaba con manchas de sangre y heridas. Mi madre lloraba al verlo llegar así; temía que pronto perdería a otro miembro de la familia.
Una noche tocaron a la puerta y escuché una voz familiar. ¡Inmediatamente sentí una gran felicidad! Sin embargo, esta cesó demasiado rápido. Era Angélica, mas no venía en busca mía, sino de Niceo. Habían empezado a salir poco después de la muerte de mi padre, pero ella no me había comentado nada al respecto; ese día me enteré. Mi hermano pronto llegó, la besó y se fueron a un bar cercano.
Esa misma noche mi jefe me llamó para que lo acompañara a un evento especial. Fue una buena noche, comí como rey y resultó que ambos teníamos más en común de lo que creíamos.
De pronto escuchamos un sonido fuerte: era en el antro, a unas cuadras de donde se realizaba el evento. Resultó que estábamos en presencia de un cruce de balas. Inmediatamente el deber de fotógrafo me llamó. Tomé la cámara y junto con mi jefe ingresamos al lugar, a tomar fotos para la primera plana del periódico matutino.
Pronto me arrepentiría de mi decisión. Estábamos llenos de terror, las balas nos rozaban. Cuando arribó la policía la cosa no mejoró. En un momento nos vimos atrapados, puesto que los agentes llegaron por detrás de nosotros y en un abrir y cerrar de ojos nos encontrábamos entre balas por doquier.
El tiempo fue eterno en medio de ese caos, pero logramos sacar fotos de todo lo ocurrido. Antes de que pudiera acordonar la policía, pudimos pasar y tomar las fotos finales. ¡Era una masacre! Pasar entre los cuerpos fue una experiencia que nunca olvidaré: la sangre, los gritos y el olor, cuerpos de personas que parecían asustadas y otras a las que no se les podía reconocer. Vomité al instante. Pero esa era la oportunidad de mi vida y tenía que estar decidido.
Las caras de las victimas poco a poco me fueron familiares, unas más que otras. Pronto me di cuenta: uno de ellos era Benny. El terror me invadió, no creí poder experimentar un miedo superior al que tuve en esos minutos. Mis manos temblaban y empecé a sollozar, me era imposible contenerme. Al lado de Benny miré una ropa conocida: era de mi hermano. Su cuerpo estaba lleno de sangre y no sostenía ni una sola arma. Tenía en sus brazos, con una cara de susto y culpa, a Angélica. El rostro de ella no era reconocible, pero yo supe que era ella.
Mi mente dejó mi cuerpo y me perdí por un tiempo. Lo siguiente que recuerdo es despertar en el hospital y ver a mi madre dormida junto a mí, esperando.
El funeral se sintió largo y doloroso. La madre de Angélica nos culpaba de lo que le había pasado a su hija y decía que el perder a Niceo era una paga por lo que le hicimos.
Unos meses más tarde recibí una carta de una revista conocida en todo el mundo. Aparentemente mi jefe había compartido todo lo que fue tomado esa noche y querían nuestra historia y testimonio. Nos pasaron en la televisión y pronto ambos tuvimos mejores trabajos. Fui contratado por otra revista para tomar fotos en el extranjero y viajar.
Mi cámara, mi madre y yo pasamos momentos difíciles, pero al fin podía darle lo que merecía y mucho más. Agradezco y me lamento por esa oportunidad que ahora me mantiene a mi familia y a mí. Soy feliz, porque mis hijos nunca habrán de sufrir lo que yo sufrí y tendrán oportunidades de oro.
Mi nombre es Chidi y esta es mi historia.


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