lunes, 6 de agosto de 2018

Los chinos muertos en el cerro


Jesús Adrián Ham Grijalva


A principios del siglo pasado, en la época del nacimiento de la capital de Baja California, nuestras actuales ciudades no eran más que simples pueblos con altas expectativas de crecimiento. Existía una simple carretera de tierra, con bastantes piedras en el camino, que atravesaba una montaña y, según decían, llevaba a otro lugar donde sí se podía apreciar un pedazo de océano.
Dicho lugar se llamaba San Felipe. Era un puerto natural, adonde se cuenta que llegaban personas con rasgos faciales muy distintos a los de los pobladores norteños; era gente emprendedora que venía a buscar una mejor calidad de vida que la que tenían en sus lugares de origen, alguna ciudad de China.
Entre dicho grupo se encontraba un niño de unos diez años, a quien todos veían, pero nadie conocía. Los orientales se dirigían a Estados Unidos. Por azares del destino tuvieron que desembarcar en San Felipe, el cual, como ya había mencionado, estaba deshabitado en ese entonces. San Felipe era un terreno inmenso de tierra, no había nada.
Los chinos, sin saber dónde habían terminado, temían por su existencia, pues solo les quedaba su guía, persona que ya había transitado esos rumbos y quien fue el que los atrajo, prometiéndoles una mejor vida. El hombre, en su visita pasada a Baja California, se había dirigido a Mexicali, donde pudo apreciar un cierto potencial; incluso, mudó a su familia a este lugar, pues, al estar tan cerca de la frontera con Estados Unidos, si no resultaba factible vivir en la naciente población podrían tener una oportunidad en nuestro país vecino.
Al empezar su trayecto hacia Mexicali, el guía miró al niño parado enfrente del camino. Se acercó a él para conocer su estado de salud y le preguntó:
–¿Qué haces tú aquí?
El pequeño respondió:
–¡Debes ayudarme!
El hombre acompañó al niño hacia unas piedras gigantes, donde se suponía que este necesitaba ayuda para su hermano.
Se dice que el guía desapareció sin más y jamás se le volvió a ver. El grupo de chinos se quedó atónito al comprobar que el niño en verdad no era real, pues lo vieron al arribar al puerto y no al zarpar de su país.
Los migrantes solo tuvieron la opción de continuar su viaje, caminando con la esperanza de encontrar cerca alguna señal de habitantes. Se cuenta que anduvieron durante días y semanas, hasta que el hambre y la sed llegaron a terminar con la vida de varios de ellos. Los que quedaban pretendían seguir con su ruta, pero al final se fueron rindiendo y cayeron uno a uno, para finalmente fallecer. También se rumorea que muchos se suicidaron, al no poder soportar el dolor físico, y que sus cuerpos fueron enterrados con el tiempo en ese cerro bautizado por la tragedia: El Chinero.
Algunos creen que el misterioso niño era la misma muerte; otros, que era un sello de su destino. ¡Quién sabe! A lo mejor se apareció para dar una advertencia. Por lo pronto, la historia quedará así, en el deceso de aquellos desafortunados en tierra bajacaliforniana.
Asegura la leyenda que, si pasas por ahí, se escuchan gritos de agonía y se aparecen figuras fantasmagóricas pertenecientes a los chinos que perecieron en el lugar, el cerro del Chinero, ubicado a la mitad de la carretera Mexicali-San Felipe.


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