lunes, 6 de agosto de 2018

La mujer que busca venganza en la carretera


Marcela Verdugo Alvarado


En los años ochenta, en Mexicali, ocurrieron una variedad de sucesos, como la huelga universitaria, la represión de los gobiernos y la agitación político electoral, además de que se resintió la crisis económica nacional; por otra parte, la moda asimétrica y colorida de la época y, sobre todo, la llegada de las discotecas.
Pero hay un suceso del que no muchos hablan, por el temor a que vuelva a suceder algo parecido, y otros por el simple miedo.
Todo empezó con una joven de entre unos diecinueve o veinte años de edad. Era alegre, amable y de muy buen parecer. Con ojos cafés enmielados y cabello largo, obscuro y ondulante. Cursaba su último año de preparatoria y estaba por graduarse.
Un viernes, después de la escuela, la joven llegó a su casa, y se dice que esos días sus padres se encontraban fuera de la cuidad. Ella, emocionada por el fin de semana, decide salir con sus amigas sin el permiso de sus padres.
Tiempo después llegaron las amigas a casa de la joven, para alistarse para salir a una discoteca, pues una de ellas lo había sugerido. La noche se sentía densa, nublada y fresca. Había cierta cantidad de neblina en el ambiente, pero aun así las chicas ignoraron las advertencias de la madre naturaleza. Y partieron hacia la diversión, alrededor de las once.
Al llegar a la discoteca, la joven y sus amigas se miraban emocionadas, listas para pasarlo de lo mejor. La noche apenas iniciaba. La gente cuenta que las muchachas se estaban divirtiendo al máximo e incluso las vieron tomando un poco.
Después de un buen rato, las jóvenes empezaron a notar una conmoción entre la gente; también escuchaban murmullos. Notaron que tanto escándalo era acerca de un chico muy apuesto, alto, de pelo negro y ondulado, con ojos grises que con la luna brillaban, cejas finas pero gruesas, nariz afilada y respingada. Era el hombre perfecto.
A lo lejos se escuchó que tal muchacho era el diablo de la calle Once.
La joven, intrigada por tanta reacción, se le acercó para llamar su atención. Y no duró mucho sin comenzar una conversación con él. A ella nunca se le ocurrió lo que estaba por suceder. La gente, preocupada por la chica, intentaba advertirle, pero ella no lo captaba.
Las muchachas, cansadas de tanto jolgorio, decidieron partir en medio de la lluvia, dejando a su amiga sola con el apuesto joven.
Ella bailó y bailó toda la noche con el guapo chico, hasta que por fin se cansaron. Él le preguntó si quería que la llevara a su casa. Emocionada y con inocencia en su mirada, la chica aceptó.
Cuando salieron de la discoteca los dos se mojaron de tanta lluvia. Se subieron al carro y se fueron. La joven le dio direcciones a su casa y el joven solo las ignoró. Ella empezó a tener un sentimiento de peligro, de que ya algo no andaba bien; el muchacho no la miraba en todo el camino. La joven se empezó a alarmar cuando el auto se alejó de su casa, y empezó a gritar. Lo hacía con todas sus fuerzas, pero no la oían. Luego él la golpeó y la dejó inconsciente.
Cuando despertó se encontraba en un cuarto sin ventanas ni salidas. Desesperada, gritó a todo pulmón. Bañada en lágrimas, golpeó la puerta con toda su fuerza, pero no lograba nada. Escuchó un sonido y lloró descontroladamente. El chico entró al cuarto, le hizo cosas inhumanas y la mató.
El joven procedió después a recoger los restos de aquella alegre muchacha y los tiró, abandonándolos en la carretera a San Felipe.
La mañana siguiente la policía encontró el cuerpo descuartizado e inidentificable.
Ahora se dice que si un muchacho maneja solo por la carretera la joven se le aparece, intentando cobrar venganza de aquel diablo que le robó la vida.


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