lunes, 6 de agosto de 2018

¿Una segunda oportunidad?


Andrés Alejandro Acuña Barrera

Me levanto de una cama muy incómodo. Cuando toco el piso tiemblo por el frío. Observo a los alrededores y parece que estoy en un hospital. Únicamente veo paredes blancas y aparatos típicos de una sala de emergencia. Me miro al espejo y solo puedo ver una bata de hospital; no puedo ver mi reflejo. “¡¿Qué está pasándome?!”, grito. Escucho la risa de una pequeña niña. Eso me calma, porque tal vez ella pueda darme las respuestas sobre este misterioso lugar.

Estoy decidido a hallar a esa niña, y empiezo a caminar por todo el edificio. Cada paso que doy me hace sentir más débil. Me duele la cabeza cada vez que intento recordar lo que sucedió antes de estar en este tenebroso lugar. Decido ya no pensar en eso y enfocarme en localizar a la pequeña.
Después de haber caminado por horas, encuentro una niña con una risa idéntica a la que escuché cuando estaba en la sala de emergencia. Le empiezo a preguntar quién es y si se encuentra bien. Pero ella no contesta, solo sigue riéndose más y más fuerte cada vez. Eso me empieza a dar miedo. Lo que más me sorprende en ese momento es que comienza a correr. Pero me niego a dejarla que se vaya sin mis respuestas, así que mejor decido ir por ella.
La sigo, y cada momento que me acerco a ella mi piel se pone más pálida y me debilito más rápido. Llegamos a un pasillo, pero cuando vuelvo la mirada observo cómo la niña se convierte en una hermosa mujer, con un vestido blanco. ¡La verdad, nunca vi algo más hermoso en mi vida!
Entonces la mujer me pregunta:
–¿Estás listo, Jonás?
Me quedo sin palabras. Me llama mucho la atención que sepa mi nombre, ya que nunca antes la he visto en mi vida. Pero lo que más me ha asustado ha sido la pregunta, pues no sé a qué se refiere, y con un nudo en la garganta le pregunto también:
–¿Listo para qué?
Ella, con una sonrisa, contesta rápidamente:
–Pues para morir.
Cuando escucho su respuesta me quedo sin palabras, no puedo creer lo que me ha dicho. Lo primero que pienso es que está jugando… Pero todo tiene sentido: por eso todo está de blanco, por eso no he podido verme al espejo.
No sé cómo reaccionar, pero lo único que me sale por la boca es:
–¿Estoy muerto?
La dama me responde:
–Claro. Te mostraré…
Truena sus dedos y de la nada nos encontramos en una fiesta. Al principio me asusto, pero desde que he visto a una niña convertirse en mujer en segundos ya todo es posible. Reconozco a cada uno de los presentes: son mis compañeros de la escuela. La mujer apunta a un lugar lleno de personas y me dice que vaya a esa dirección. Cuando llego veo cómo mis amigos están cuidando de mí. Me aterrorizo y salgo corriendo de la fiesta. De la nada me encuentro en un carro. Volteo a la derecha y ahí está la dama, y el conductor soy yo.
La mujer me dice:
–Te perderás la mejor parte.
De repente siento cómo las luces de otro carro me encandilan. Es en ese momento cuando recuerdo lo que ocurrió. Recuerdo cómo por mi culpa murió una familia, por conducir borracho, todo por tratar de encajar con mis amigos. ¿Habrá valido la pena? Esa será una pregunta que nunca olvidaré.
Abro los ojos y otra vez me encuentro en el hospital. Frente a mí está la mujer de blanco. Le pregunto con histeria:
–¡¿Por qué me enseñaste eso y quién eres?!
La dama solo se ríe. Después me sonríe y con una dulce voz me dice:
–¡Ay, pequeño, aún no entiendes! Soy la muerte. Te enseñé la causa de tu fallecimiento para que sepas por qué irás al lugar malo.
Me quedo aterrado por lo que ha revelado. No quiero ir al lugar malo. Me explica que ahí no es como el infierno, solo es un sitio donde sufriré por la eternidad con las torturas más aterradoras; que hay un lugar especial para los que son como yo.
Empiezo a rogarle que no me lleve a ese sitio. Incluso me arrodillo, para que no me mande a ese espantoso destino. Las lágrimas me escurren de los ojos. Creo que se cansó de escucharme, porque después de un rato de súplicas me dice:
–¡Está bien! ¡Como me molestaste demasiado, te ayudaré! ¡Romperé las reglas por ti! No puedo llevarte al lugar bueno, donde todo es bueno. Lo único que puedo hacer es traerte a la vida.
La mujer truena sus dedos y aparecen dos puertas: una blanca, con un gran brillo, y otra de madera toda descuidada. Posteriormente, con una voz fuerte, me indica:
–Tienes que elegir una, la que elijas será tu destino. Una es la puerta al lugar malo, y otra es la puerta a la vida. La que elijas será tu destino, pero si llegas a seleccionar la de la vida tendrá un costo. ¡Suerte, Jonás!
Me quedo pensando por horas cuál podrá ser la puerta correcta. Por la simple vista todos elegirían la blanca llena de brillo; pero la muerte no es tan tonta para dejarla así. Sin embargo, la otra se mira muy fea, que sí parece ser del lugar malo. No obstante, me gana la desesperación y tomo la de madera.
Cuando entro está todo obscuro y solo escucho: “Carga a 200. ¡1, 2, 3, despejen!”.
Al término de esas palabras abro los ojos. Puedo ver personas. ¡Corrí con suerte en esta ocasión: estoy en el hospital! La muerte cumplió con su promesa. De la nada un señor me dice:
–¡Hijo, qué bueno que estás bien!
No sé cómo reaccionar. Le sigo el rollo, ¡porque me siento tan feliz por tener una segunda oportunidad! Pero lo curioso es que nunca en mi vida he visto a ese señor. Volteo a la derecha y miro a toda mi familia en un círculo, y en medio de ellos hay un doctor. Inicialmente creo que les está dando las buenas noticias, pero me equivoco. Solo escucho a mis papás llorar y al doctor que dice:
–Hora de la muerte: 8:45 p.m.
Después miro veo cómo llevan a la morgue mi cuerpo, todo moreteado, lleno de sangre. Rápidamente tomo un espejo y solo veo el reflejo de otra persona. De repente, en el espejo aparece una nota que dice: “Te dije que tenía un precio”…
Nunca pensé que el precio sería ver a mi familia sufrir por mí y vivir en otro cuerpo.


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