lunes, 6 de agosto de 2018

La niña que vaga por la Casa de la Cultura


Frida Alejandra Castillo Tapia


Allá por la década de los años sesenta una niña de doce años, de piel pálida, cabello largo y negro, ojos azules y un poco de sobrepeso, cursaba sexto grado en la escuela Cuauhtémoc de Mexicali. 
En la primaria había un grupo de compañeras que se burlaban de ella. Constantemente la molestaban, le decían palabras obscenas, le escondían sus cosas, le ponían apodos.
La niña era muy tímida y reservada, no tenía ni un solo amigo, nadie quería ser su amiga. Aparte de burlarse por su obesidad, la consideraban una persona rara y diferente.
Sin embargo, a pesar de que no le iba bien en la escuela, tenía una familia muy bonita, conformada por sus padres, ella y su hermana menor, de cuatro años. Económicamente vivían muy bien, tenían una casa de un piso y el papá trabajaba en el gobierno del estado. En ese tiempo la ciudad iba tomando forma, se empezaron a construir escuelas, entre otros edificios.
La niña y su familia acostumbraban ir a la iglesia, donde ella rezaba para que ya no la siguieran molestando en la primaria.
Sus padres no sabían sobre el abuso que constantemente sufría su hija, pues las alumnas que la hostigaban le advertían de que si llegaba a decir algo le iría peor, así que decidió quedarse callada.
En los recesos la niña convivía con su maestra favorita; se compraba su lonche y se iba a sentar junto a ella, en una mesa alejada de los demás. La maestra daba clases de matemáticas y esa era la clase favorita de la pequeña, pues le encantaba resolver problemas aritméticos.
Sus compañeras la fastidiaban con expresiones como:
–¡Estás bien fea!
–¡Ya baja de peso!, ¿no?
–¡Eres bien rara!
Así transcurrían los meses. Los comentarios eran distintos cada día, y, aunque la niña trataba de que no le afectaran, por dentro la mataban. Siempre se preguntaba si no se cansaban de estarla molestando y qué tenía de divertido que le hicieran la vida pesada.
Los maestros tampoco sabían del acoso del cual era víctima. Ellos pensaban que la niña solo tenía problemas para relacionarse con sus compañeros.
En un día común y corriente su papá, por la mañana, la acompañaba y la dejaba en la escuela. Normalmente las horas se le iban lentas. Al momento de la salida, se iba caminando de regreso a su casa.
Una tarde, cuando terminaron las clases, antes de volver a su casa la niña fue al baño. Al momento de entrar se encontró con sus compañeras que la acosaban. Ellas se empezaron a reír.
–¡Miren quién está aquí! –dijo una.
–¡Pero si es la niña obesa! –exclamó otra.
Todas se echaron a reír y empezaron a buscar en su mochila. La niña quedó paralizada al ver lo que hacían y sacaban, cuando sus ojos de repente miraron una cuerda y unos calcetines hechos bola.
Tan rápido como pudo se echó a correr. Pero no fue tan veloz, pues la atraparon. Trató de zafarse con todas sus fuerzas, pero cualquier intento fue inútil. La metieron a un baño del segundo piso y le taparon la boca con los calcetines; le amarraron las manos y las piernas con la cuerda. Al finalizar la dejaron ahí y se fueron. Pasaron las horas y no recibió ayuda, ya que nadie la escuchaba.
Los papás estaban preocupados porque su hija no aparecía. Era muy raro que no llegara a casa, siempre avisaba si saldría a algún lado, así que decidieron llamar a la escuela.
Pero ya era tarde, nadie quedaba en el edificio, a excepción del conserje y del guardia de seguridad. Cuando marcaron nadie contestó, pues el vigilante se encontraba afuera, en la entrada, y el conserje acompañaba a los trabajadores que fumigarían el plantel.
Horas más tarde la niña murió intoxicada. Al día siguiente todos se enteraron, cuando dos alumnas entraron al baño y la encontraron tirada.
Se cuenta que estudiantes de la hoy Casa de la Cultura juran haber visto a una niña llorando, pidiendo ayuda para que la saquen del baño. Otros dicen que en el baño del segundo piso se escuchan los sollozos de una pequeña y que su alma está vagando por el edificio.

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